La rebelión de las élites
Libros para no olvidar
Gustavo Morales
Christopher Lasch, La rebelión de las élites y la traición a
la democracia, Paidos, Barcelona, 1996
Christopher Lasch, profesor de Harvard, reúne en este
volumen una colección de ensayos que tiene el sugestivo subtítulo de “la
traición a la democracia”. Comienza nuestro autor rindiendo un desusado, por
foráneo, homenaje a la figura de Ortega y Gasset y reconociendo la influencia
de La rebelión de las masas en la
construcción de su tesis.
En esta ocasión, defiende Lasch, no son las masas las que
han perdido los ideales de convivencia nacional, de participación común en el
gobierno de la polis y de defensa de la identidad nacional-cultural.
Es decir, si antaño Ortega lamentaba que la irrupción de las
masas en la Historia destruyera el espíritu aristocrático de servicio a los
demás, nobleza obliga, Lasch destaca que hoy son esas masas las que mantienen
los valores humanos mientras que las élites se han transmutado en
representación viva del egoísmo y del sálvese quien pueda. La primera y brutal
crisis económica del siglo XXI viene a subrayar el acierto de sus palabras.
Lasch acusa a las élites, especialmente a las políticas y
financieras, de tener más en común con magnates de otros países que con sus
propios compatriotas. El autor dice que tienen conscientemente unas vidas similares los millonarios norteamericanos con
los ricos japoneses que con sus conciudadanos pobres. El estilo de vida,
ególatra y despectivo, de los ricos del mundo es idéntico: busca y obtiene la
satisfacción inmediata de sus deseos materiales, es decir, comparten la misma
ética que los delincuentes, los otros delincuentes, o sea.
Mantiene que el pueblo, en este caso el norteamericano,
tiene un concepto más claro, sólido e interiorizado de los valores nacionales
comunes que los grupos dirigentes de la prensa, la política y la economía de
los Estados Unidos.
El autor destaca cómo los ideales que defienden en público
las vanguardias dirigentes no son los mismos que aplican en sus vidas privadas.
Esa pérdida de lazos nacionales implica una escasa tendencia a asumir la
responsabilidad de sus actos públicos o a sacrificar intereses personales por
el bien común.
Lasch censura el doble discurso de la plutocracia:
abnegación, austeridad y producción para el bien común...pero no para ellos,
los arrogantes, sino para los demás, los desheredados. Lasch hace un canto,
nada rancio, a la defensa de la vertebración nacional en base a las
comunidades, las ciudades, los pueblos y las comarcas de los estados de la
Unión.
Destaca que el bien común no coincide en absoluto con los
baremos liberales del mercado, que todo lo mide en beneficios y sólo admite la
intervención de lo público para salvaguardar sus negocios a los que el exceso
de avaricia ha puesto en peligro. Los partidos, según Lasch, tampoco
representan ya a los intereses de la gente sino de las oligarquías políticas a
quienes defienden.
Lasch rechaza el fracaso del sistema cooperativo,
no por sí mismo, sino por tener que jugar en desventaja cuando se prima la
propiedad privada anónima y los créditos bancarios a las multinacionales.
Cuando impera, por encima del bien común, el beneficio privado, los proyectos
económicos cooperativos sufren y sucumben a la presión del dislate denominado
mercado libre.
En el fondo, este libro nos redescubre la necesidad de
desarrollar una línea de pensamiento que no se circunscribe exclusivamente a
España ni se agota en pensadores de la llamada Generación del 98.
Ortega no sólo inspiró en España sino plus ultra. La
vigencia de esta forma de pensar, donde se aúnan el bien común social y la
educación como algo más que la enseñanza oficial, evidencia que no es una línea
de pensamiento que esté sola en el Universo ni carece de allegados, de lo cual
nos felicitamos.
Lamentablemente, la edición del libro coincidió con la
muerte de su autor que supo dejar tras de sí una herencia de pensamiento poco
común en el mundo déspota anglosajón.
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