Gustavo Morales
Venimos por levas. No prometemos nada, no ofrecemos nada, no traemos privilegios ni favores. Venimos a por hombres con conciencia de serlo. Buscamos centinelas que vigilen, que garanticen el sueño tranquilo de los hombres y las mujeres de nuestra nación. No, no es nuestra tarea velar por los televisores o las lavadoras de nuestros compatriotas. Rechazamos el papel de ser guardia pretoriana de la paz embrutecida de hordas de niñatos borrachos que bucean en el fondo del vaso a la busca del sentido de sus vidas estériles. Pedimos centinelas, vigías que defiendan alegres y feroces la dignidad de los hombres y las tierras de España, hombres que garanticen en silencio que sus padres puedan andar por la calle con la cabeza en alto, a quienes sus madres miren con orgullo. Llamamos a las levas, centinelas que escruten nuestras fronteras para detener la invasión soterrada de culturas foráneas, del hegemonismo anglosajón, que formen un frente de apretadas filas ante los colonialistas de corbata y maletín, ante los becerros de oro, ante los ídolos de palacio y Visa oro. Entre el Cid y los banqueros, optamos clara y abiertamente por el Cid.
Venimos por levas. No prometemos nada, no ofrecemos nada, no traemos privilegios ni favores. Venimos a por hombres con conciencia de serlo. Buscamos centinelas que vigilen, que garanticen el sueño tranquilo de los hombres y las mujeres de nuestra nación. No, no es nuestra tarea velar por los televisores o las lavadoras de nuestros compatriotas. Rechazamos el papel de ser guardia pretoriana de la paz embrutecida de hordas de niñatos borrachos que bucean en el fondo del vaso a la busca del sentido de sus vidas estériles. Pedimos centinelas, vigías que defiendan alegres y feroces la dignidad de los hombres y las tierras de España, hombres que garanticen en silencio que sus padres puedan andar por la calle con la cabeza en alto, a quienes sus madres miren con orgullo. Llamamos a las levas, centinelas que escruten nuestras fronteras para detener la invasión soterrada de culturas foráneas, del hegemonismo anglosajón, que formen un frente de apretadas filas ante los colonialistas de corbata y maletín, ante los becerros de oro, ante los ídolos de palacio y Visa oro. Entre el Cid y los banqueros, optamos clara y abiertamente por el Cid.
Tampoco a tales
centinelas les ofrecemos nada sino sacrificio. Sí, sacrificio, ¿cuánto tiempo
hace que no oís esta palabra? Quienes vigilen el muro han de ser duros, muy
duros; duros con su propia falta de fe, duros con sus tentaciones de dejarse
llevar por una vida muelle, duros con la tendencia a sentirse superiores y con
derechos de señor de horca y cuchillo. Duros con quien maltrata al débil, con
quien humilla a la mujer, con quien embrutece al niño. A cambio sólo damos un
hueco en nuestras filas, sin preguntar de dónde vienes ni quién eres.
Cito a alquien
que no era azul pero sí español, profundamente español:
"La muerte junto al fusil, antes de que se nos
afrente, antes de que se nos humille, antes que se nos destierre y antes de que
entre las cenizas que de nuestro pueblo queden, arrasadas sin remedio, gritemos
amargamente: ¡Ay España de mi vida, ay España de mi muerte!".
Pan para el
cuerpo, imperio para el espíritu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario