“Y todos llegan,
borrachos y serenos, y en sus miradas al frente se pierde la historia de cada
cual mientras la canción con que cortan el aire les hace uno. Y sonríen bajo
los gritos cortos y secos que ordenan sus movimientos. Soñarán con bayonetas”, escribí en mi diario cuando estuve en sus
filas.
Son herencia de una
colonia tardía, del fin de un imperio.
Soldados secos y duros. Temibles
el siglo pasado y éste. Profesionales de la muerte del de enfrente. Les han entonado
desde Celia Gámez a Mecano. Unidad reciente y legendaria. “Los novios de la
muerte” les cantaron en un teatro y ellos lo hicieron un himno con sus hazañas escritas a brochazos de
poesía por Luys Santa Marina en Tras el águila del César.
Son nietos de los
Tercios y los conquistadores. Sus hombres combatieron por su nación, y muchos no eran españoles por la sangre
recibida sino por la derramada, en los límites de Europa: África y Rusia, sin
pedir explicaciones, voluntarios permanentes.
La integración se había producido entre ellos medio siglo antes que se
pusiera de moda en los cenáculos de Madrid y Barcelona. Sus espíritus dicen cosas sobre la hermandad
como “con el sagrado juramento de no abandonar a un hombre en el campo…
acudirán todos y con razón, o sin ella, defenderán…” Por cierto, nota: Lo de “o sin ella” lo quitó
Franco. Y lo volvieron a poner. Su
fundador leyó el Bushido.
Son orgullosos y
altivos, tienen espíritu de cuerpo. Se estrenaron en Bosnia a su llegada con
una pelea con soldados ingleses. Sus heridos se niegan a ser relevados en Afganistán. Hombres recios, golpes recios. Alguno, en
general, no soporta su arrogancia y convierte sus ofensas en venganza. A lo que
se presta gustoso el club jacobino. Como
no pueden destruir la necesidad de esa unidad para compromisos que el presente
internacional ha revalidado, en Congo,
Bosnia, Iraq, Afganistán… sus detractores -que también lo son de España- buscan la
lenta decadencia de su identidad, una identidad necesaria porque el hábito sí
hace al monje en cuanto al espíritu afecta. Lo que unos construyen con su
sangre y sus vidas otros lo socaban con sus normas y papeles. No se alzan y van
donde les mandan.
Son guerreros y su
peculiaridad la han ganado en combate, donde se forjan los espíritus de cuerpo.
Son, mi general, legionarios. Déjelos serlo. Let it be.
Muy MUY buena entrada, sí señor. Siempre adelante.
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