Cuadernos de viajes

Estos son algunos de los cuadernos de viajes de principios de siglo



Japón

India

China
 
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JAPÓN 2006

-DIARIO de EVA-

El viaje a Japón lo realizamos con la compañía aérea japonesa, JAL (Japan Airlines), con lo que sale más económico. Además, los aviones japoneses resultan ser mucho más avanzados tecnológicamente que los europeos que conocemos (y no podía ser menos, ya que Japón es la cumbre de la tecnología). En el cabezal del asiento delantero se encuentran unas pantallas personales en las que se pueden ver películas de estreno en varios idiomas y subtítulos, así como varios juegos tipo tetrix o los marcianitos; un canal en el que se ve todo el tiempo la perspectiva del piloto; las instrucciones de seguridad el avión... e incluso unos cursillos rápidos de japonés básico. Esta pantalla individualizada se maneja mediante un mando que por un lado es una mezcla de mando de televisión y de Play Station y por el otro lado es un teléfono para que puedas realizar cualquier llamada, previo pago con la tarjeta de crédito introduciéndola en una ranura del mando. Las azafatas eran muy atentas y amables y no se daban aires de grandeza.

Para desplazarnos desde el aeropuerto de Narita hasta nuestro hotel, en el centro de Tokio, tuvimos que canjear los tickets del “Airport Limusine”; que resultó ser un autobús que nos dejó en la puerta del hotel una hora y media después. Pero merece la pena estar despierto los últimos treinta minutos porque es una buena oportunidad para ver a grandes rasgos la ciudad; especialmente la bahía, la famosa noria de Tokio.

Esa tarde decidimos no alejarnos demasiado del hotel, por lo que visitamos la zona más pija de la ciudad, el barrio de Ginza, que se forma en torno a dos calles perpendiculares en las que se encuentran tiendas tan inasequibles e internacionales como Gucci, Chloè o Bulgary,... además de algunas tiendas norteamericanas como MAC, Tiffany&co., Gap, Banana Republic o Barneys New York. Así que se puede decir que esta área es una mezcla entre los inmensos edificios de hormigón de Nueva York y los gigantes y llamativos carteles luminosos de Hong Kong. En esta zona se encuentran algunos restaurantes occidentales; por ejemplo, nosotros encontramos uno español llamado “El Chateo” en el que pudimos degustar verdadera comida española por un precio bastante razonable. A escasos metros de este restaurante se encuentra el edificio Sony, en el que podrás ver y comprar las últimas novedades de la prestigiosa marca japonesa de electrónica. Volvimos al hotel andando al lado de la vía del tren; bajo la que hay multitud de restaurantes para cenar.

Los japoneses visten con elegancia y gusto.(Además les encantan las marcas y es común ver bolsos de Gucci y LV). Por las mañanas una masa de hombres trajeados y mujeres con falda y tacones salen del metro con serio semblante dirigiéndose al trabajo; pero esa cara de pocos amigos que ponen no debe ser motivo para no atreverse a preguntarles por una dirección o cualquier cosa, ya que nada más dirigirles la palabra la transforman en una alegre sonrisa dispuestos a hacer todo lo que puedan por ayudarte. Nosotros una vez preguntamos a dos muchachos que iban andando por la calle y el uno le dijo al otro que se fuera, que ya se verían luego porque nos iba a acompañar a la dirección que le habíamos preguntado; por supuesto le dijimos que no hacía falta y que simplemente nos señalara la dirección en la que debíamos caminar; en otra ocasión, un guarda, sin decirnos ni una palabra (ya que no hablaba nada de inglés, como la mayoría de los japoneses), nos dibujó un mapa de cómo se llegaba al embarcadero,...


TOKIO 14.08.06.

Los establecimientos en los que ofrecen desayunos abren a las 7:30 de la mañana, así que se puede decidir tranquilamente en cuál de ellos apetece comer sin necesidad de pagar el excesivo precio de desayunar (o almorzar) en el hotel, ya que en los restaurantes dan desayunos occidentales por un precio mucho más asequible. Desde la recepción del hotel nos ha llevado un autobús hasta la Terminal de autobuses ( que por cierto fue diseñada por un norteamericano, un signo más que demuestra lo fascinados que están los japoneses con los estadounidenses), donde con el resguardo de la excursión te dan un ticket y una pegatinita identificativa para que a continuación te montes en otro autobus lleno de otros tantos turistas. De camino a la Tokio Tower, la guía nos ha contado alguna que otra cosa interesante, como que en Japón el número de la mala suerte no es el 13, sino el cuatro, que significa muerte, y el nueve, que significa sufrimiento. La Torre de Tokio es la más alta de Japón, con sus 333 metros tiene cierto parecido a la Torre Eiffel. Desde su mirador puede tomarse una panorámica de la ciudad; aunque el principal uso de esta torre no es tanto turístico como de telecomunicaciones, sobre todo de televisión. En el piso bajo hay dos rectángulos de unos 2 metros transparentes en el suelo para que puedas ver lo que hay bajo tus pies.
La siguiente parada era el palacio imperial, y mientras llegábamos la guía nos contó que el que no viéramos demasiado japoneses por las calles se debía a que estábamos en as fiestas del Obon y por tanto, durante alrededor de una semana los japoneses se marchaban a sus pueblos a visitar a sus difuntos o se quedaban en casa, recordando la importancia de estar en familia. Dijo que los japoneses no son muy religiosos, que les encantan las fiestas religiosas porque están de fiesta y celebración. Además, a lo visto, nacen sintoistas y mueren budistas, de hecho no diferencian mucho una religión de otra puesto que durante mucho tiempo estuvieron unidas. En el palacio imperial sólo viven el emperador y la emperatriz que se casaron un año después de que se terminara de construir la Torre de Tokio, a través de la que retransmitieron la ceremonia nupcial. La muralla que rodea al palacio fue algo derribada para favorecer la extensión de la ciudad de Tokio.

La tercera y última parada (para nosotros, puesto que la siguiente nos la saltamos ya que se trataba de un lugar de cultivo de perlas) fue Asakusa, barrio donde se encuentra el Kannon Temple y a continuación el Nakamise Shopping Arcade con puestos de comida y bebida y souvenirs. No lleva mucho tiempo ver esta zona, así que pronto nos dirigimos en metro a Akihabara, donde se encuentra la denominada “calle eléctrica” donde se pueden encontrar aparatos electrónicos novedosos en Europa a buen precio, el problema es que en la mayoría de los establecimientos sólo trabajan con software japonés y no aseguran que funcionen con el europeo. Estas tiendas son las únicas que permiten regatear en Japón y muchas de ellas son Dutty Free. En esta zona comimos nosotros tres por unos 2000 yenes que son poco más de 12 euros.

NIKKO 15.09.06.

De nuevo a través de la central de autobuses, hemos cogido uno para hacer la excursión de Nikko, que se encuentra a unas 3 horas de Tokio. Primero vimos la zona de templos Toshogu Shrine (World Heritage) que se parece mucho a las pagodas chinas. En todos estos templos de Yomeinon Gate ( que si pasas por debajo quedas bendecido espiritualmente) , Five Storied Pagoda (de las cuales las cuatro primeras son de estilo chino y la última de estilo japonés), Nio Mon Gate (por donde hemos pasado al templo principal) y Carved 3 monkeys (donde está dibujada la historia de los 3 monos que tienen tapados la boca, ojos y orejas), se combina la religión sintoista y budista, llegando a mezclarse en un mismo templo. Para rezar en los templos sintoistas dan dos palmadas, hacen dos reverencias y vuelven a dar otra palmada.


Diario de G

Madrid 120806

Salida hacia París con Air France, azafatas lejanas y cuz cuz. Afrontamos a las cinco de la tarde una docena larga de horas reales, legales son más, en un magnífico avión de Japan Air Lines (JAL). En todas las clases y en cada asiento hay una pantalla con un mando que incluye consola individual de juegos, películas actuales a elegir (en inglés subtituladas en japonés o viceversa), cámara web para ver qué pasa fuera del avión y otros artilugios. Las luces desaparecerán a la vuelta al pasar sobre Siberia.
Una azafata italiana, Bárbara, se hace cargo de nosotros con exquisita amabilidad. Su español es bueno y el servicio de toda la tripulación del avión, ideal. Juro que no tengo acciones en JAL. Los viajeros tienen tiempo para ver las cinco películas. Algunos pasajeros se pasean, al apoyarse en las cabeceras de lo asientos despiertan a los de sueño más ligero. Unas japonesas cubren su boca como los cirujanos para dormir.

Tokio 130806
Llegada a Tokio por la tarde. La precisión y puntualidad japonesa se multiplican ante los viajeros. Se alojan en el Hotel Shiba Park, a donde les ha llevado la limusina del aeropuerto en un trayecto de una hora. ¡Mi gozo en un pozo! limusina del aeropuerto es el pomposo nombre que dan a los autocares ese destino. Cuando el conductor llega al punto de salida, con puntualidad pasmosa, los limpiadores y organizadores del embarque y maletas le hacen una reverencia. El personal del Hotel es agradable y atento, muy por encima de las habitaciones. Los viajeros consiguen mapas en recepción y magníficas explicaciones de cómo llegar a los sitios. La habitación, en la sexta planta, para no fumadores, deja que desear.
Andando llegan a la zona Ginzo, muy comercial y no la más barata de la ciudad. Los jóvenes vocean las excelencias de los comercios donde regalan pequeñas cosas. Comen a las seis de la tarde los viajeros en un local, donde ondea la bandera española, "El chateo" (tlf. 03-3535-7033). Dos japonesas talluditas y achispadas por vino blanco y tinto, entablan conversación. Estuvieron en España y guardan buenos recuerdos algo confusos en lo geográfico: ¿Toledo cerca de Torremolinos? Son amables y entusiastas.
Recorremos las casas de Mac, Sony, una de Nikon, etc. y regresamos al Hotel Shiba Park.
Noche de calambres en la pierna a causa de la duración del viaje. Aconsejan un adiro, pequeña aspirina, el día antes, el del viaje y el de después para evitar riesgos los mayores de 40.

Tokio 140806
Excursión a la Torre de Comunicaciones de Tokio que es como la de París pero más alta y lucida. Un trozo de suelo de cristal a trescientos metros de altura causa sensación. Luego vamos a un templo donde se venera a la diosa Asakusa Kannon y los nipones realizan un complicado horóscopo basado en pagar y sorteo. Si es malo para que no se cumpla, o todo lo contrario, dejan unos papeles atados en el templo.
Recorren los viajeros el mercadillo de la calle Nakasime y llegan, a fuerza de Metro y calcetín, a la "calle eléctrica", donde se suceden las tiendas de todas las máquinas electrónicas posibles y a buen precio. Es realmente una visita para dejar al final, antes del regreso. Los viajeros caminan y se pierden, salvados por el Metro y la amabilidad sin cuento de los japoneses. Comemos en un local nipón de 2.000 yenes total. El desayuno costó más del doble en una curiosa cafetería donde volvemos mientras estamos en Tokio. Tardamos muchos más tiempo en comer que los nipones. Devoran rápido y sin etiqueta de mesa, sin concesiones a la tertulia. Los tintes de pelo color castaño rojizo hacen furor entre los jóvenes, chicos y chicas delgados. Hay variedades, algunos son menos estilizados y más morenos, otros carecen casi de mentón.
En muchas calles está prohibido fumar. Lo indican en el suelo de las aceras. La ciudad está limpia como la mayor parte de los japoneses y sus choches. Las mujeres salvan la blancura de su piel con paraguas. Todos llevan una toallita pequeña con la que se enjuagan el sudor de un país húmedo. El cielo está nublado.

Nikko 150806
Inician los viajeros un viaje de tres horas en autobús hasta Nikko, patrimonio de la humanidad. Es un hermoso conjunto de templos budistas, algo repetitivos para quien conoce China pero mejores. También hay sintoistas, quienes rezan inclinando la cabeza, dando dos palmas, y otro cabezazo. Las palmadas son para atraer la atención de loes espíritus. Los templos, como casi todo el país, están en armonía con la naturaleza. Comemos junto a un lago donde navegan barcas con forma de patos y helicópteros. Visitamos una cascada que drena esa masa de agua. Junto a ella los ingenieros explican minuciosos en buen japonés el sistema para reducir la erosión. En el viaje de vuelta vemos monos, muy similares a los mandriles, esperando comida junto a la carretera.

Tokio 160806
Una largísima por desorientada caminata nos lleva a la bahía de Tokio. Un vigilante nos hace un mapa preciso, sin hablar, que nos dirige al barco. Atentos a las pantallas de salida para no confundirse. La nave tiene dos escalas, en el parque de atracciones y en el acuario. Bajamos en el segundo que es travesía más larga. Los cargueros amontonan contenedores ante la proa de las patrulleras de la Guardia Costera, que lleva la identificación también en inglés. Un pájaro adelanta el barco volando a pocos centímetros del mar. Poco después estamos en el magnífico acuario donde coinciden todo tipo de habitantes marinos y japoneses. Un medidor muestra al curioso la carga electrica de las anguilas. Otro pasillo permite ver nadar a mantas, tortugas, tiburones y peces de colores sobre la cabeza de los viajeros y cientos de japoneses, a los lados.
Una eficaz y ordenada cola japonesa nos permite abordar el barco y volver al punto de la Bahía más cercano. Si la ida hasta el mar han sido horas, la vuelta son minutos.

Monte Fuji 170806
Contrataron los viajeros una excursión al Monte Fuji en un centro de distribución de turistas de eficacia japonesa. En la quinta estación de la montaña sagrada contemplan ceremonias religiosas insólitas, con arquero y tambores. Conseguimos el cascabel pero no logramos ver la cima, envuelta en brumas. Es agosto y llueve. ¿Existe el monte Fuji más allá de las postales? Comida en el Highland Resort, resuelta en media hora. Dios nos bendiga con camareros nipones. Damos un garbeo por el lago Ashi con posterior subida al teleférico en una cumbre entre brumas donde hay cerrado un templo sintoista. El paisaje que pugna con jorones de nubes es muy bueno. A los pies del teleférico, tiendas muy bien organizadas y amplias. A destacar la caja que tiene combinación, moviendo piezas, para poder abrirla, no aptas para Alejandro Magno.
La carretera, como muchas en Japón, es de dos carriles y doble sentido pero nadie toca la bocina. Los viajeros se alojan en el Hotel Kousakien, en la prefactura de Hakone, una de las 47 provincias del país. Japón es la quinta parte de España y hay 125 millones de japoneses. En los cajones de la habitación hay yukatas, ligeros kimonos de verano. Cenamos sushi en un amable y pequeño restaurante de este hotel sito en medio de la naturaleza. Una señora mayor nos sonríe y bebe sake en la barra junto a nosotros. Los restaurantes del hotel no son baratos pero no hay muchas alternativas. Está situado en medio del campo. Es recomendable un paseo por los jardines.
Tras la cena acudimos a los baños onsen y rotenburu. Dos piscinas, cubierta y al aire libre, sauna y el agua a casi 40 grados C. Separados y desnudos, hombres y mujeres se lavan con agua fría antes de entrar a los cálidos baños. Elijo el exterior y me fundo en el agua. La ducha de agua fría me devuelve a la realidad. Unos hombres se lavan a conciencia sentados en pequeños cajones blancos.

Inuyama 180806
Cogemos un tren bala que nos lleva a Nagoya. Los revisores en cada vagon hacen una reverencia quitándose la gorra o tocando la visera antes de pedir los billetes enguantados en blanco. Cada detalle, una cortina corrida, un asiento inclinado, es arreglado por estos personajes entre parada y parada. En la estación de Nagoya los policías están subidos a pedestales con gesto serio. La ciudad tiene dos con dos millones de habitantes. En la estación abundan colegialas de uniforme con aspecto buscado de lolitas. Otro tren de cercanías nos deja en Inuyama, el monte del perro.
En Inuyama descendemos en barca 13 kilómetros del río Kiso. La barcaza la dirige un batelero y su ayudante. Arrojan comida al aire a los halcones que la cogen en vuelo o sobre el agua. Los rápidos empapan a los viajeros. Es un paseo divertido y comunal.
Visita al edificio central del antiguo castillo de Inuyama, con cuatrocientos años de antiguedad, propiedad del señor de la zona. Es un conjunto de escaleras y algunas salas. Ni parecido a un castillo español. Se asemeja vagamente a un caserío de varias plantas. Allí y en el museo de la ciudad vemos las primeras katanas antiguas de hojas desnudas, las armaduras. Alguna data de fecha anterior a la unidad de España.
También de allí salen las primeras carrozas típicas del festival de Inuyama, arrastradas por hombres, lejanamente similar a la Semana Santa pero sin sentido religioso.
Por la noche partimos en barca a ver ukai, la pesca con cormorán. Estos pájaros van nadando y pescando, atados a la embarcación con dos cuerdas: una ciñe su cuello y otra su garganta. Las ves van pescando y pueden tragarse los peces pequeños pero no lo grandes, que los pescadores extraen de sus gargantas, antes de echarlos otra vez al río. Laa borcas llevan colagda ante la proa plana una chispeante hoguera, que junto a los golpes en el fondo de la barca, aturden a los peces dormidos.
Nos ofrecen una cena japonesa tradicional, sólo apta para vegetarianos y audaces del paladar. La comida japonesa, excepto algo el soshi, no tuvo éxito entre los viajeros.

Nagoya 190806
Comienza el día con la visita, en el camino, al museo Toyota. En esa parte del viaje coincidimos con una pareja de indios afincados en Bostón, él es cirujano y ella psiquiatra. Ambos, más ella, manifiestan su fervor en los templos budistas que salpican Japón. En el museo creado en honor del señor Toyoda, vemos la evolución del telar manual al informatizado. En realidad, la principal variación de la tejedora es la fuente de energía. El museo del señor Toyoda, muerto en 1930, exhibe los nuevos adelantos, robot y transporte personal incluídos. La d del apellido Toyoda fue cambiada por una t en la empresa Toyota por no sé que extraño significado del apellido original. Cuando el viajero pregunta, se ríen tapándose la boca.
Visitamos hacia Nagoya el centro de cerámica Noritake. Las mágníficas piezas que vemos haciéndose en la exposición están ausentes de la tienda. Tras la Segunda Guerra Mundial, la empresa dejó de firmar sus piezas en la porcelana de exportación, mientras exhibía otra de "Japón ocupado".
Los viajeros llegan al castillo Nagoya.Visitando sus salas los viajeros se cruzan con jóvenes ataviados de arqueros tradicionales que pertenecen, evidentemente, a alguna escuela. Son chicos y chicas que portan sus armas en largas fundas de cuero cerradas.
Llegamos a Kioto en tren bala y nos alojamos en el Hotel Nuevo Miyako. Está situado frente a la estación con variadas y apetitosas alternativas al restaurante del hotel que cobra el desayuno a 2.500 yenes por persona.

Kioto 200806
Por la mañana visita guiada en inglés Primero al palacio Ninomau, una sucesión de salas japonesas donde el señor recibía a unos y a otros según su estatus. Las salas ahora están llenas de maniquíes sobre un fondo de pinturas que está prohibido fotografiar: tigres en su mayoría.
Bajo el suelo, unas bandas de metal hacen que al andar por los pasillo el piso haga un ruido semejante al trinar de un pájaro, más con meta defensiva que ornamental. Después recorremos el parque donde está el pabellón dorado Kinkakuji.
Comemos bien en la planta superior de unos almacenes bien provistos de souvenirs para turistas. Marchamos hacia el parque Nara. Allí los ciervos acosan a los visitantes en busca de comida. Venden galletas y alguno da de comer a los animales que ya no le abandonan en un rato largo. En el parque se encuentra el templo Todaiji, digno de verse con sus excelentes estatuas de Buda. Un agujero en una columna de madera reproduce las medidas de la nariz de la mayor de las estatuas y los niños pasan por ahí con los brazos por delante. Cerca visitamos el santuario Kasuga, sintoista, donde los arqueros se entrenan rodeados de linternas de piedra. Los fieles hacen una reverencia, dan dos palmas, otra reverencia y se reitran.


Hiroshima 210806
En el año 18 del reinado del emperador en curso nos trasladamos en los rápidos y cómodos trenes japoneses a Hiroshima. Comenzamos el recorrido embarcando hacia Miyajima, una isla que ostenta una tori en el mar, uno de los símbolos de Japón. El entorno es agradable y verde y también hay ciervos por doquier. Nos piden que no les demos de comer para que vuelvan a su habitat en los bosques. El santuario Itsukushima es una serie de edificaciones, elevadas sobre el borde del mar, muestran el sentido religioso de la existencia. En el entorno hay tiendas donde encontrará buenos precios para comprar y para comer.
Embarcamos en barco y minibus para llegar al parque de Hiroshima. Allí, el seis de agosto de 1945 los Estados Unidos arrojaron la primera bomba atómica de la Historia. La acción la ejecutó el bombardero Enola Gay y el artefacto había sido bautizado como Little boy. Es impresionante, tanto que un anciano norteamericano se niega a entrar. En las salas sobrecogedoras no hay un ápice de resentimiento contra los Estados Unidos. De hecho, algún visitante luce las barras y estrellas en pañuelo de cabeza y camiseta. La tolerancia de la ciudad es infinita. Hoy es una urbe moderna, reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial, como tantas cosas en Japón. Cuenta con una red de tranvías fáciles de usar y donde se pagan al bajar 150 yenes.
Los viajeros se instalan en el Hotel Gran Vía de Hiroshima, junto a la estación de tren. La ayuda y la orientación que da el personal del hotel es eficaz y atenta. El viajero sale siempre con más de un plano.

Kurashiki 220806
Llegamos en tren bala a la ciudad, unos 400.000 habitantes, famosa por el arte moderno occidental que promovió el mecenas Ohara. En las salas hay incluso una obra de El Greco, esculturas de Rodin y hermosos cuadros de autores nipones.
Es una ciudad bonita, de casas bajas y la leyenda de un niño que salió de un melocotón encontrado en el río. Junto a la corriente se despliegan los artesanos en un agradable paseo ribeteado de casas tradicionales. Comemos con unas amables mujeres de Oñate.
El tren lleva a los viajeros al Hotel Gran Vía de Osaka, la tercera ciudad en importancia y con perfil cosmopolita.

Osaka 230806
Inicio del día en el Café de Clever, donde desde la seis de la mañana hay dulce y salado para desayunar. Ascendemos a unas torres dobles que nos ofrecen una magnífica panorámica de la ciudad. En las plantas de abajo hay dos salas de cine. Las escaleras que suben el último tramo tienen un toque de Kubrik. Sobre las torres, más allá de los cristales, la sensación es agradable. Una exposición reproduce un mercado tradicional con muñecos oscuros.
Marchamos hacia la noria que perfila la ciudad. El artefacto se aborda en el séptimo piso de un edificio comercial. Aunque es más bajo que las torres da máyor sensaciónd de vértigo en el paseo lento con una perspectiva amplia de la ciudad. En los pisos superiores hay juegos donde el jugador ha de entrar literalmente en habitaciones de varias dimensiones.
En la estación, donde canta un coro numeroso y magnífico, comemos en un italiano. A la puerta del mismo, como de otros, hay sillas para la espera de los clientes.

Kioto 240806
El tren nos lleva a Kioto. Allí cogemos un taxi. Los profesionales del volante son honrados hasta la sorpresa. Llegamos al riokan, hotel tradicional nipón, Yachillo. No nos dejan entrar hasta las 15 horas aunque la salida es a las 11. Acogen nuestras maletas y los viajeros visitan la zona cercana de templos y escuelas zen, marcadas por el agua y la naturaleza. Descubren el centro internacional y comen en un amable restaurante de gusto exquisito, vistas espléndidas y factura modesta que no rebaja el servicio ni la vajilla.
Kioto es una ciudad baja, sin rascacielos y más humana. La cena en la casa tradicional la hacemos ataviados a la japonesa, con kimono y yukata. Aunque la cena es detestable para el gusto occidental nos divertimos con la etiqueta nipona. Acabada la cena es el momento de decir que el desayuno lo prefieren occidental o se encontrarán lo mismo por la mañana.
Al regresar a la habitación los colchones ya están extendidos sobre el suelo.
Al día siguiente, recibimos una clase de caligrafía en el centro internacional de Kioto. Son exclusivamente mujeres, una de ellas coreana. Hacen también pinturas en tonos de gris pero los viajeros eligen la caligrafía. Todas se vuelcan en ellos. La clase es gratis y pagamos 60 yenes por el papel y la tinta que usamos. Nos enseñan también a lavar los pinceles. Luego marchamos al mercado del día 25, que tiene lugar en torno ese día del mes a los templos.
De regreso al riokan, donde han sacado las maletas de nuestra habitación, nos buscan un taxi y nos lleva a la estación. El taxista no deja de hablar por el móvil. Cuando llegamos nos indica qué tren debemos tomar y de qué vía parte. ¡Eso es lo que hacía hablando por teléfono! Cogemos el tren que parte a los pocos segundos de subir nosotros. Viajamos con el interrail nipón y no hemos reservado asientos. Hay vagones específicos para esos viajeros.
Los revisores de tren saludan a la entrada de cada vagón antes de pedir los billetes con guantes blancos.

Kanazawa 250806
La llegada a la estación es muy bonita, con una tori de madera que parece sujetar el techo moderno, cristal y acero, de la estación. Un vigilante tira el cigarro que acaba de encender para llevarnos hasta la puerta del hotel por el que preguntamos. Le doy otro cigarro que tengo que obligarle a coger. Los viajeros visitan los parques y jardines del centro de la ciudad. Son hermosos y llenos de vida invertebrada. El paseo es relajante y dispone de miradores estudiados para dar las mejores vistas. Los jardineros trabajan sin descanso con la cabeza oculta tras una larga visera de paja, que les da aspecto de patos, sujeta con un pañuelo. A la vuelta recorremos un mercado donde abunda el pescado fresco y la verdura. Luego los viajeros recorren otro fuerte de construcción similar a los ya vistos.
Un día después llegamos a la zona de gueisas. La televisión coreana entrevista a Eva. Somos los únicos occidentales de la zona. Los jardines de las casas de las gueisas son más pequeños que los ascensores de El Corte Inglés. Las pinturas de las puertas son de un gusto exquisito.
En la estación de tren recibimos el eficaz auxilio de un voluntario y la amabilidad de una taquillera de JR. Ello nos permite reservar asientos hasta Tokio, aunque sólo hay plazas en vagones de fumadores por lo que se excusa la encargada de hacer la reserva. El viaje es idéntico. Los revisores con el mismo comportamiento, la vendedora de comida y bebidas con su carrito de avión. También hemos de hacer un trasbordo que se ve facilitado por las pantallas de la estación.



Tokio 270806
El regreso a Tokio lo hacemos por libre y nos alojamos en el Shiba Park porque ya estaba reservado. Nos dieron una habitación distinta también en el sexto piso. Es el peor hotel de todos los que hemos visto que suelen ser buenos.
Los últimos días los reservamos para las compras y para alguna visita.

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India y Nepal

9 de agosto de 2005. Todo el día de viaje, vía Alemania, para llegar a Delhi. Muchas horas de transbordo en el aeropuerto de Frankfurt. El salto a Asia. Magnífica publicidad en la sala de recogida de maletas del aeropuerto de Nueva Delhi: "Antes sólo se podía entrar en el fuerte Rowjana como prisionero". Quedan unos minutos de cola para formalismos aunque traigas visado. Estás en el subcontinente mítico. El de los libros de Kipling.

Estás en la India y apenas eres consciente cuando los mozos del aeropuerto te arrancan las maletas para llevártelas por diez o veinte rupias. Los hoteles y las agencias envían microbuses y coches para recoger a sus clientes. Los taxistas te prometen que el hotel a donde te llevan ellos es mejor que donde tienes pensado ir. La anarquía.

El tráfico disuade a cualquiera que llegue con la idea de conducir el mismo. Se trata de no estrellarse y los variopintos vehículos se cruzan por uno y otro lado. Nos alojamos en Le Meriedien, hotel enorme y bien organizado con criterio indio. Mañana temprano volveremos al aeropuerto.

10 de agosto. Viaje a Udaipur en avión. Miran el equipaje de carga con rayos X y lo cierran con una cincha de plástico. El viajero pasa por arcos pero luego viene un registro físico, con filas de hombres y de mujeres. Insisten mucho en no llevar cerillas ni mecheros en el equipaje de mano, que miran a fondo pero son amplios en lo que uno puede subir a la cabina. Doy fe. En el aeropuerto nos espera un chico que nos dice que es la primera vez que recoge a alguien aquí. A viajero le pasa lo mismo, es la primera vez que le recojen ahí.
Es de día y los cristales del microbus son nuestra primera mirada a la India cotidiana, de piedra y de color. Llegamos a las orillas de un lago que mandó construir un maharana y un palacio en el centro. Ese es nuestro hotel, al que sólo se accede por barca.

Observatorio astrológico
Estamos instalados en el Taj Palace Lake, en medio del lago Pichola. Conocemos a Jamsmuj, es un indú devoto que sabe su oficio y que tiene un aire a mi primo Roberto. Le dejamos un fondo para propinas que reparte con generosidad en escuelas y hogares con menos de lo mínimo, a criterio europeo, donde nos conduce con tranquilidad y sin dudar al abrir puertas.  Esa tarde visitamos el templo de Nagda donde una nuera y su suegra compitieron por hacer la mejor arquitectura. Por los caminos se ven campesinas llenas de colores en sus vestimentas. Paramos a hablar con ellas, son sociables y se ríen envueltas en ropas multicolores.
A continuación nos descalzamos para entrar en Eklinji donde en cuantiosos templos se adora a Shiva, frecuentemente representado por un lingan sobre un yoni orientado hacia el norte. Allí está prohibido hacer fotos. En la puerta, entre otros pobres, pide un hombre cuya columna le obliga a gatear. Su extrema delgadez lo asemeja a una araña.

Los campesinos llevan liados sobre la cabeza turbantes de nueve metros, útiles para las siestas. Visten pantalones hechos con una larga tela a los que llaman dotis.

Cenamos en el Hotel del lago Pichola. Cuando los pájaros duermen aparecen los mosquitos que hacen más incómoda la hermosa perspectiva desde las torres de este edificio magnífico. Asistimos a una danza del clan de los guerreros, los hombres llevan el bigote con las puntas hacia arriba. Alguien nos susurra que en el barco anclado se filmó una de James Bond.

Hace un tiempo magnífico y el monzón brilla por su ausencia, aunque aseguran que el lago Pichola está lleno por las lluvias de los días anteriores. 

En las tiendas donde nos lleva el guía los precios están disparados y un apretado regateo los baja a menos de la mitad. En las otras tiendas, donde no te llevará el guía, los precios son muy inferiores. Ellos alegan que la calidad es peor pero todos compran a los mismos artesanos.

11 de agosto.Vemos Udaipur, bordeamos el lago Fatehsagar y el palacio de la ciudad, el templo Jadgish y los jardines Sahelion Ki Bari, también abundantes en ardillas y lagartos. Por el camino hacia el oeste, la frontera con Pakistán, visitamos un pueblo indio donde los habitantes nos miran con tanta curiosidad como nosotros a ellos. Ha sido una buena idea del guía. Las mujeres se cubren la cara cuando las apuntamos con las cámaras de fotos. Irrumpimos en su vida pero su curiosidad es casi como la nuestra. Otra parada la hacemos en un colegio donde la maestra obtiene nuestra admiración.
En el camino también entramos en el mayor templo jainista del mundo, Adinath de Ranakpur, donde las propinas se convierten en donativos. Es una construcción extraordinaria digna de verse.
Adinath de Ranakpur
La ruta hasta el desierto ha sido corta en kilómetros y largo en el tiempo por la peculiar conducción en las carreteras de India, que no permite pasar de 60 ó 70 kilómetros por hora como velocidad punta ideal. Camiones sin chasis, jeeps, camellos, osos y vacas danzan por la carretera entre peregrinos y desocupados. No hay malas palabras pero sí pitidos y maniobras. Y el suelo responde mal a la definición de plano. Las carreteras indias están llenas de vida. 

Llegamos a Rohet, al borde del desierto de Thar. Nos alojamos en una suerte de oasis, The Fulbari Resort, un hotel pequeño, con piscina y grandes cuartos de baño añorables. El agua es el lujo en el desierto. Bebemos ron del lugar con estragos en algún estómago. Por la noche, baile con sables. El baño es adecuado pero carece de ventilación, que a la habitación le sobra. Un canario amigo asegura que le han desaparecido 50 euros de la habitación.

12 de agosto. Salimos al desierto muy temprano, en un jeep willy. Las dunas se detienen donde los ingleses hicieron plantar acacias. Los indios dicen que lo harían con mala intención. Gacelas en libertad y perros cazadores. Llegamos a las casas aisladas de una familia de la tribu de los Visnui, así llamados porque siguen los 29 puntos de su santón. Son protectores de la naturaleza y estrictamente vegetarianos. El patriarca es dignísimo, así como la actitud de todos los miembros de esa familia amplia. Aunque pocos debemos parecerles enloquecidos con nuestras cámaras de fotos.


Campesino bebiendo opio
 A la vuelta a la aldea, los campesinos se reunen para pedir perdón a Shiva. Después, beben una solución de opio en agua. Sorben tres veces de la mano del jefe de ceremonia una en honor a cada una de las deidas de la principal trinidad hindú.

13 de agosto Un largo viaje nos lleva al Fuerte Pokharan, antes de llegar a la ciudad de Jaisalmer. En la comida del fuerte sospecha el guía que se envenenaron las tres personas que comieron cordero. Comienzan a abundar los indios de religión musulmana y los viajeros enfermos.

Ante Jaisalmer se extienden los cenotafios donde fueron incinerados varios rajas y marajas. Aparecen algunos pillastres que bajan el precio de postales y presuntos trilobites según se aleja el viajero de ellos. Son pocos y dan más pena que otra cosa. También a los guías se les acaba la culturilla y se repiten. En cualquier caso, los indios saben trabajar la piedra que abunda. En la ciudad, entre vacas y balcones labrados, hay tiendas donde copian las tarjetas de las cámaras digitales a disco CD, a 100 rupias el disco. Las vacas hacen difícil caminar por las calles estrechas. El único peligro real es que te orinen encima. Vale la pena tomarse un tiempo callejeando y subiendo a las torres. 

El agua vale doce rupias la botella cerrada en restaurantes que venden a la calle, no en puestos que es menos, y en torno a 75 y 100 en los hoteles.

14 de agosto. Recorremos Jaisalmer, su ciudadela con balcones de intrincadas celosias en piedra, un templo jainista donde me persiguen para que dé un donativo y un museo con un simpático anciano como guía. Junto al museo está el lago Gadisar, lleno de peces hambrientos. Vemos los havelis y nos meten en otra tienda de convincentes vendedores de colchas y bordados.

Noche toledana del 14 al 15. Jamsmuj nos trae de la farmacia el pedido del médico.La factura del doctor es de 500 rupias indias. Algunos indios llevan anillos negros, están hechos de herraduras de caballos negros. Con esas alianzas piensan que se ganan le favor de Neptuno. El médico lleva uno de esos anillos.

15 de agosto Día de la Independencia de India en 1947. El personal del hotel, desde los cocineros al médico, izan bandera y cantan el himno.

Partimos a Jodhpur con tres enfermos, dos entran en el hospital. Eva se niega. A la puerta del mismo hay una farmacia donde proveerse de cuanto les recetan, incluidas agujas y suero. Todo previo pago.

Visitamos una fortaleza magnífica, el Fuerte Mehrangarth. Me gustan más los exteriores que los interiores. Hay dentro una curiosa sala de armas. Magnífica vista de la ciudad azul desde las almenas. En la visita coincidimos con una tribu que nos mira con descaro y desconocimiento del espacio vital en torno de uno. Sonrio, todos lo hacen. Frente al castillo, el hermoso cenotafio de Jaswant Singh.

Nos despedimos de Jamsmuj y le damos 150 dólares entre seis viajeros.

En Jodhpur nos alojamos en el Taj Hari Mahal, un hotel de estilo colonial y amplios espacios. También en torno propio. Allí podemos recorrer el bazar, desde el hotel 100 rupias por riskaw ida y vuelta. Vale la pena iniciar esa visita en torno a la torre del reloj. No busque el paisaje en los edificos del bazar sino en las personas. La noche trae un cigarro relajado en una terraza sombría del hotel con la recuperación de la viajera más joven.

16 de agosto. Aeropuerto, nuevos registros, otra vez sin cerillas. Volamos a la capital de Rajastán, Jodpur. Visitamos el palacio de la ciudad, cuyo señor recibió el título de hombre y cuarto y así lo hace saber ondenado una bandera y cuarto y teniendo en la puerta a un centinela alto y a un enano. Disponía de un buen ejército y así lo atestiguan los cañones que rodean su palacio.
Recorremos el Observatorio Astronómico que construyó Jai Singh II. Aquí, consultando las cartas astrales, se siguen cerrando matrimonios de jóvenes que no se han visto jamás. El palacio de los Vientos decepciona por su tamaño.

17 de agosto. Viajamos a Amber y ascendemos a su fortaleza a lomos de elefantes. En ella hay salas donde las embarazadas de varones, el astrólogo lo preveía, veían escenas de lucha para parir hijos aguerridos.

18 de agosto. Salida hacia Agra por carretera. Paramos en el camino opara ver la Ciudad Fantasma de Fatehpur Sikri. Es hermosa pero el calor es agobiante y la falta de agua condenó a la urbe imperial.

Visitamos el Fuerte Rojo de la ciudad, muy digno de ver. Llegamos al Taj Mahal, la hermosa tumba de una reina.

19 de agosto. Sólo tres viajeros vuelan hacia Nepal, al aeropuerto Tribhuyan de su ciudad: Kathmandu. Papeleo por el visado antes de salir del aeropuerto. Unos 30 dólares de derechos de entrada por tres personas. Más controles de seguridad. En la sala de espera se escucha español. Nos recogen en el aeropuerto y nos llevan al hotel Hyatt Regency. Excelente y dentro de la ciudad para poder salir a dar una vuelta.

20 de agosto. Betsy nos enseña Kathmandu, su ciudad. Ha sido estudiante de la Universidad Complutense en España durante 9 años. Subimos a la colina donde vemos una gran stupa rodeada de cilindros de oraciones que los fieles hacen girar. Unas mujeres preparan la comida para dioses y hombres bajo unos toldos que las envuelven en una luz mágica. Abajo, en la Plaza Real comienza la ceremonia anual de los muertos. Una leyenda de un rey que para consolar a su reina de la muerte del padre de ésta hizo desfilar a todos aquellos a quienes se les había muerto un ser querido durante el último año. Los parientes del finado debían llevar una vaca o un niño engalanado. la reina estará consolada pero la costumbre continua. Los viajeros, rodeados por ese tumulto, recorren el casco antiguo viendo el Kasta Mandap y el palacio de la Kumari Devi, la diosa viviente. Se dignó a mirarnos un instante. Es elegida con una serie de condiciones y superando unas pruebas y abandona el cargo cuando llega a la pubertad cuyo retraso merece todos los trucos. Betsy nos cuenta que sus paisanos varones son borrachos y vagos.

Los viajeros van a la antigua capital real de Patán, con sus pagodas y templos que han sido patrimonio de la Humanidad.

21 de agosto. Los viajeros, inconscientes ellos, vuelan en una avioneta de hélice Beech 1900d hasta el valle de Pokhara. Sobrevolando las nubes vemos los picos que también las superan en altura.

Nos alojamos en el Fulbari Resort situado en un paisaje maravilloso. En dos días, menos de 25 euros en tres comidas y unas cervezas en el pub Gurkha.

Ese día visitamos el pueblo cercano, un museo que apenas merece tal nombre y unas espectaculares cuevas fluviales. Hablamos con exilados de Tibet, gente amable y sencilla que vive de vender artesanía. Paseo en el lago Kathmandu.

22 de agosto. Madrugamos para ver amanecer, vislumbrando apenas una foto un pico del Himalaya. Luego todo lo envuelven las brumas. Embarcamos en otra avioneta en una sala de espera más pequeña que la de un autobús de provincia. Volvemos a Kathmandu. Nos alojamos en el mismo hotel Hyatt. En el mostrador una dependiente intenta engañar a Eva con 900 nepalitos en el cambio. Le demuestro su error y sonríe.

Por la tarde damos un paseo por la ciudad, girando en torno a un stupa. Un joven insistente nos requiere ayuda.

23 de agosto. Volvemos en avión desde Nepal a Benares. En el aeropuerto nos quieren cobrar por las cosas que llevamos. Les digo que son indias y me piden la factura. Me pongo a hablar en español y a interrumpir el colapsado ínfimo aeropuerto que está atestado. Nos dejan pasar. A la salida nos acosan taxistas y maleteros. El hotel ha enviado un microbus. Nos recogen en el aeropuerto y apenas dejamos las maletas en el hotel para recorrer el templo de la Madre India, un mapa en relieve a la postre, también el Templo de Durga y la Universidad, donde visitamos otro templo. Todas ellas, visitas prescindibles. Nuestro guía es un hombre delgado y maduro, Rai. Es capaz de domir en cualquier sitio aunque presume de yogui que no duerme apenas. "¿Qué edad me echan? 58 años. Pues tengo 72". Sus porcentajes siempre eran exactos e iguales pero no dejaba una pregunta sin contestar. ¿...? El 15 por ciento, ¿...? el 65 por ciento.

24 de agosto. Madrugamos para recorrer el Ganges en barca. Santones y peregrinos se bañan en las aguas del Ganges. En las orillas gentes de distintos pelajes realiza sus abluciones rituales. Otros queman a sus muertos en piras funerarias. Cuando desembarcamos nos acercamos a una de ellas donde rápidamente nos piden dinero. No nos permiten hacer fotos a menos que demos más dinero. Una mano se asoma entre la ardiente pira. Regresamos por las estrechas callejuelas adyacentes entre muertos en carros que esperan que la familia reuna el dinero para la madera necesaria.

Volvemos a Delhi en avión. Nos alojamos en el Taj Palace, hotel inmenso donde nos hacen esperar, y mucho, en recepción.

25 de agosto. Chandra, el guía pillo que vivió en Madrid, nos guía por Delhi, entre edificios coloniales y templos. La visita es apresurada y corta de tiempo. El guía es cínico y un progre acomplejado. Entramos en la Gran Mezquita, el Templo sij Bajngla Sahib y en el memorial de Gandhi. El guía nos lleva a una gran tienda donde pagamos con tarjetas de crédito que son copiadas. Chandra y sus promesas se hacen humo con la credibilidad de la gran tienda. Pero una mancha no apaga el brillo de este viaje.

Esa noche, un avión nos lleva de India a Alemania.

2005
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CHINA



China es un país de multitudes cuyo desafío es su propio desarrollo. En esa nación inmensa donde la lucha por la vida sigue a la lenta recuperación de la destructiva revolución cultural. La convivencia actual de dos sistemas en el mismo país ha comenzado a generar un tímida clase media que hace turismo interior. Recordar que las minorías chinas tienen millones de miembros.
Los guías locales se manifiestan críticos con el sistema pero no irrespetuosos. Algunos se presentan abiertamente como miembros del Partido Comunista, la gran estrella de la bandera roja junto a la que se alinean otras cuatro estrellas que representan a los obreros, campesinos, soldados y estudiantes. Los guías no predican.
No cambie mucho dinero de golpe. Podrá hacerlo en todos los hoteles y el cambio del yuan no fluctúa tanto. Vigile el estado de los billetes que le dan y deseche los muy dañados. Ellos hacen lo mismo con los que usted da.

Monumento a los héroes, junto al mausoleo de Mao
El 14 de agosto los viajeros visitan la Ciudad Prohibida, iniciada en el siglo XV y con sabor a película de Berlusconi. En octubre los presupuestos del Estado socialista la asignan pintura y conservación anual. Frente a ella está la inmensa Plaza de Tiananmen, en tamaño sólo se le acerca la plaza de Isfahan, la persa.
En una esquina se yergue el Monumento a los Héroes, donde robustas estatuas muestran a aguerridos obreros, soldados y campesinos con estética stalinista. El grupo escultórico escolta un edificio cuadrado donde se expone la momia de Mao menos de tres horas al día. El tiempo que la guía María ahorró llevándonos deprisa por la Ciudad Prohibida lo empleó para meternos en unos almacenes del Gobierno donde todo es más caro que en la calle. Y lo que es peor,  roban tiempo.
Por la tarde viaje al Templo del Cielo, en cuyos rincones se hace extraña música. A este templo redondo acudía el emperador para agradecer las buenas cosechas.
En Pekin, en los mercados, puede encontrar todo tipo de productos, textiles, electrónicos, etc. Sus precios son más competitivos que en Shanghai.
Esa noche los viajeros cogen un tren con destino Louyang, una ciudad industrial honra a la capital de 40 emperadores. En el viaje María Yen nos cuenta su historia. El padre comunista luchó con Mao desde las revueltas de Shanghai. Ella estuvo dos años en el Ejército. Aprendió español y descubrió el mundo bárbaro en una escala en Nueva York para enlazar a una feria en Venezuela. "Nos habían contado que en Occidente la gente se moría de hambre y que eran estados policiales". Andar por Nueva York la hizo cambiar de opinión pero no de partido. Comunista confesa dice de la revuelta de los estudiantes que "el ejército es para defender al pueblo, no para reprimirle".
Llegamos a Louyang. Nada digno de ver en la ciudad. Pero fuera de ella está uno de los pocos cementerios que hay en China, de una rara belleza y sin paragón con los occidentales. Los chinos de forma general no tienen cementerios. Cada familia se hace cargo de las cenizas de sus difuntos. Cerca del cementerio hay una escuela saolin donde los monjes exhiben sus habilidades a cambio de muy poco. Vale la pena. Es el origen de la serie Kung Fu.
Por la noche vagamos por la ciudad, por oscuras calles desangeladas, donde la gente vive en la puerta. La única amenaza a tu seguridad es que te atropelle un coche.
En algunos lugares grupos de personas practican tai chí, hacen juegos con abanicos...
Noche en el Hotel Golden Gulf. Es un buen hotel aunque sin los lujos de India como sabrán los viajeros años más tarde. Tiene una magnífica sala de billar.
Los chinos no suelen hablar otro idioma que el suyo, y no todos. Las Olimpiadas de 2008 cambiaron algo eso como cambia el paisaje urbano plagado de gruas de construcción. Tres equipos se suceden día y noche en cada nuevo edificio. El paisaje de obras se repite en todas las ciudades del centro de China. El afán de los trabajadores, cientos donde en Europa habría docenas, desmiente el dicho trabajar como un chino.
Al día siguiente los viajeros visitan las cuevas con miles de Budas de todos los tamaños de Louyang. Son espectaculares en una montaña junto al río. Llueve, será el único día y montones de chinos empiezan a vender paraguas que bajan vertiginosamente de precio cuando los viajeros siguen andando sin hacerles caso.
Los viajeros se despiden de la guía local, Mercedes, casada con un militar y miembro del PC. Su suegra no quiere que siga estudiando y están ahorrando para comprarse una plancha.
Los viajeros toman un tren, en vagones especiales para extranjeros, que lleva hasta Xian, junto con Atenas, Roma y El Cairo una de las más antiguas del mundo.
En el tren, la estricta revisora impide fumar. Habla con rapidez y autoridad en chino. Insistimos los fumadores y, al final, nos mete en el armario con las fregonas. Se quita la gorra de revisora y pasa un rato después, toda amabilidad nobel, para vender artilugios y baratijas. Un italiano vocifera contra los fumadores, sus compatriotas le aconsejan silencio, y se hace miel amistosa cuando los tres salen a preguntar la causa de los gritos.
En Xian nos alojamos en el Hotel Tang Cheng, el mejor hasta ahora. Junto a la mezquita hay un mercadillo musulmán más que interesante. El regateo es obligatorio y tras dar el último precio lo mejor es alejarse sin prisas. Hay un hombre que graba mi nombre en piedra. Hace un trabajo excelente que perdura y puede llegar a un buen precio. Libro en mano el artesano muestra la equivalencia de tu nombre en caracteres chinos. En otras tiendas, cuidado con el cambio pueden intentar devolver céntimos en lugar de Yuan, la moneda china. Cuando exija un cambio correcto se harán los tontos y terminarán dándoselo entre risas infantiles.
La mezquita sigue el corte de los templos musulmanes con algunas aportaciones chinas. Digna de verse. Los musulmanes chinos no son hostiles como los de otros lugares.
Partimos para ver los guerreros de terracota. Indescriptible. Hay que verlo. Son filas largas de guerreros en formación, con armas, caballos, armaduras y rostros diferentes. Para comprar reproducciones no se crea nada incluso aunque los precios vengan rotulados. Desde la puerta hasta el microbus van bajando los precios de las reproducciones desde 100 hasta 1 dólar el juego de 5.
El país chino se abre a la inversión extranjera, aporta terreno, mano de obra e industrialización. El PC chino sujeta las riendas políticas para evitar el harakiri de Gorbachov.
Pocos fieles en templos budistas. El comunismo ha hecho efecto. China recupera algunas de sus tradiciones religiosas para ofrecérselas al turismo, en buena parte nacional. La hierba deja de crecer en las escaleras de los templos, bajo la atenta mirada de visibles militares y policías desarmados. Esa China de multitudes perennes se compone de individuos que piensan con más libertad el escaso tiempo libre que les deja la conquista del pan. China es seguro, incluso en zonas de miseria. Los peligros se reducen a los taxistas kamikazes o a cruzar creyendo en el semáforo.
Mausoleo del Dr. Sun Yat-sen
El 18 de agosto llegan los viajeros en avión a Nanking, donde reinó el primer emperador Ming. Visitamos el Mausoleo del Dr. Sun Yat-sen, quien trajo la constitución a China y con ella la república, en los años 20 del siglo pasado. Hay que subir 400 escalones. El lugar está en armonía con la naturaleza.
La ciudad tiene un puente magnífico de dos niveles que comparten con el tren. Cuentan orgullosos que los intelectuales colaboraron en la construcción de forma voluntaria. Todo está coronado por recias estatuas de comunistas chinos en actitud combativa. Bajo el puente, en una explanada, soldados chinos realizan movimientos coordinados pero no en orden cerrado y con fusiles sino danzando al unísono y tocando tambores. Un espectáculo irrepetible.
Instrucción de soldados en Nanking
Por 50 yuan por cabeza, un clavo, nos llevan desde el hotel a un castillo con figuras armadas y al inevitable mercadillo, la orgía del consumo. Nuestra guia es una ex miembro del equipo olímpico de Voley chino. Su figura es la de una gran nadadora y no para de hablar.
Al día siguiente, el tren nos deja en la Venecia china, lugar de hermosos parajes, jardines privados antaño remansos de paz y de estética algo cargada. El guía Wu es excelente. No ha querido ponerse un nombre español como hacen otros guías locales. Tiene un magnífico sentido del humor. En un taller de seda las mujeres sacan los capullos con la mano de agua a cien grados de temperatura. Sin guantes. Rostros inexcrutables y manos blancas. Paseo nocturno orlado de peluquerías y mendigos. Guiris enormes reciben masajes en los pies.
Marchamos a Suzhou, también calificado de paraíso en la tierra por una guía muy joven y pequeña. El aire acondicionado propicia los catarros, de forma especial, tras cruzar el lago en un barco a mediodía con un calor excesivo. En el tren, en vagones de primera pero abiertos a los chinos, que recorre tierras regadas por ríos, vemos barcos cochambrosos. A unas viajeras atribuladas las arreglo una Nikon F55, dos gemelas.
Visitamos una plantación de te verde en Hanghou así como su lago central.
El 21 llegamos a Shanghai, un punto y aparte. En un templo los monjes forman para recibir a una autoridad rusa. El Bund y los rascielos definen la ciudad. El Metro es sencillo y cómodo, las puertas son tajantes cerrándose. Ascendemos a la Torre de la Perla, 350 metros. Se divisa la ciudad contaminada. Junto a la estación de tren se hacinan los miserables al lado de los rascacielos. Una urbe cosmopolita y fascinante. Siete millones de almas y una catedral medio vacía pero activa, donde se comulga en las dos especies. Insisten mucho en los términos "católico romano".
Por la noche, en una gran avenida orlada de hamburgueserías, se acercan misteriosos vendedores que gritan policía y hacen ademán de huir. No se preocupe, no pasa nada. Elija, ponga un precio muy competitivo y eche a andar. Preciosas Montblanc.
En la mañana, temprano, grupos de chinos hacen ejercicio, tai chi o lucha con sables en los parques antes de ir a su trabajo. Esta práctica y la moderación en comer mantiene ágiles a los ancianos.
El 23 aterrizan los viajeros en Guilin. La provincia la habita una minoría étnica con más simpatía que los del norte. La guía nos cuenta que la mayor parte de los chinos son de la etnia Han. Los viajeros compran un cuadro magnífico a un artista local. Los comerciantes aquí no atosigan aunque miran con descarada curiosidad. Niñas vestidas de marinero se hacen fotos.
Rio Li
Al día siguiente descienden los viajeros en barco por el río Li, un paisaje único en una temperatura maravillosa durante las tres horas. Pescadores y madres cruzan en precarias balsas de juncos frente a nuestro barco. Unos hombres desbrozan camino en un risco. La barca nos deja en un pueblo, donde una mujer introduce el dedo en el ombligo del viajero: "Da suerte, Buda". El sistema para mantener frescos los alimentos en los puestos de la calle es sencillo, están vivos. Uno elige el pescado o el animal que desea y lo matan para prepararlo. Los puestos de comida están concurridos y el arroz blanco omnipresente. Los viajeros caminan por calles polvorientas, junto a casas sin mantenimiento.
En el aeropuerto hacen descalzarse a los viajeros y pisar unas alfombras. Es común tener que pagar una tasa antes de convertir los billetes de avión en tarjetas de embarque. La seguridad dificulta la pérdida de maletas. El avión llega con retraso a Cantón, una ciudad pestilente. El hotel, antiguo Plaza, no responde ni por asomo a las 5 estrellas. Una docena de recepcionistas esperan sonrientes tras el mostrador, ninguno habla otra cosa que chino. Las sábanas de la habitación tienen agujeros pero es difícil expresarlo con mímica para que te las cambien. Si no le queda más remedio que alojarse allí evite la planta 16.
Salen los viajeros caminando para comprar algo en un supermercado. Hay cocina en alguna habitación. Las calles están sucias.
Los ríos chinos y el gran canal atraen población en su entorno. El capitalismo vino con las máquinas; como consecuencia, el socialismo, su renuncia a la espiritualidad. Las máquinas, el industrialismo pesado, han lanzado naciones enteras a los arrabales del desarrollo. La técnica no es inocua.
El 25 los viajeros visitan más templos en Cantón. Echan la moneda de la suerte y entra. Hermosos trabajos en miniatura en las salas mientras los obreros pintan el techo de vivos colores. Mañana será una antiguedad. Las miniaturas son excelentes, realizadas en marfil o madera. Las casas cuentan una historia desde la madera que se cruza en la entrada para obligar a agacharse al invitado según su categoría.
Salimos en barco hacia Hong Kong, puerta olorosa en chino. Es el paraíso del comercio donde los rotulos de brillantes colores y exóticas letras ocultan edificios grises donde viven y trabajan cada vez más chinos. Conocen los viajeros el ferry, la tierra rica de Landmark, Temple, el mercado de mujeres y el de los pájaros. El contraste entre la tradición y el lujo extremo. A la salida del Metro un hispanoamericano canta y toca la guitarra. La ciudad brilla con el esplendor de Occidente. Un paseo en barca lleva a una auténtica ciudad acuática, con restaurantes flotantes decorados por un loco y cientos de barcas donde pescan, algunos viven, los chinos de la isla.
Cojo tirando de un carro
El turismo acaba de empezar en China y todavía sonríen cuando les das las gracias en su idioma: "Xie, xie".
Visitando China recuerdo que "nuestras horas son minutos cuando esperamos saber y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender".
El sentido del equilibrio, yin y yan budista, ha influido en el espíritu del pueblo. El ateismo ha calado en dos generaciones. Pocos devotos visitan los templos y están más desgastadas las escaleras de los tribunales.

2003
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