Manuel Cuellar, el hombre tranquilo

Hoy sé que ha muerto Manuel Cuellar, un azul de la primera hora. Sucedió a José Luis Navarro como jefe regional de Aragón cuando se metió a fraile. Algunos le debemos mucho a su afán incansable, inasequible al desaliento, generoso y entregado. En 1996, dije sobre él en la clausura de un congreso: "Manolo Cuellar da ejemplo de entrega continuada y valiente a los quejumbrosos ecos de los estériles".

Era muy incorrecto. Persistía en sus ideas, alentaba a los jóvenes a asumir responsabilidades, reía sin tacha, le gustaban las mujeres y las armas. Daba dinero, ánimo y techo a quien lo necesitaba. Nunca olvidaba a sus amigos y, cuando menos lo esperabas, le oías al otro lado del teléfono. Hacía favores enormes sin preguntar por qué. Siempre vestido con una sonrisa blanca sobre su alma azul.

Manolo bromearía por mis lágrimas, acompañaría mis oraciones y señalaría algún plan de esos que siempre salen bien porque lo intentas.

Manolo, cuídanos desde el lucero que hoy ocupas por derechos y méritos propios. Tu alma enorme en un cuerpo pequeño nos hace volver, una vez más, la vista arriba.

Ignoro si siempre caen los mejores o somos tan lerdos que no sabemos que son los mejores hasta que caen.








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Un rescate fallido: Operación Eagle Claw

Gustavo Morales

Ayer noticia, hoy Historia

Asalto a la Embajada de EEUU
En Irán se había producido un cambio que sólo el Mossad israelí y la Inteligencia francesa habían previsto. Al poder omnímodo del sha Reza Pahlevi, “Trono del Pavo Real”, le había sucedido la intransigencia religiosa del frugal ayatollah Jomeini.  La monarquía imperial de ayer era hoy un califato islámico chiíta.

El exsha Pahlevi fue peregrinando de país en país, mientras desde Teherán amenazaba para quien lo acogiera sin extraditarlo. Nelson Rockefeller, el magnate, y Henry Kissinger, hombre de confianza de Richard Nixon, de Reagan y de George Bush, presionaron al presidente Jimmy Carter para que autorizase la entrada del Sha a los EE.UU. El 22 de octubre de 1979 Pahlevi viajó a Nueva York para hacerse operar.

La noticia inició una ola de masivas manifestaciones en Teherán y millones de iraníes marcharon por las calles de la capital gritando "¡Muera el sha!" y, también, Magbar Amerika. La campaña arreció el 4 de noviembre de 1979, cuando una muchedumbre persa asaltó la embajada estadounidense y tomó como rehenes a cuantos estaban allí. Era el aniversario del exilio del imam Jomeini a Turquía. Los militantes, que se decían “seguidores de la línea del Imam” justifican su ocupación como protesta por el encuentro del presidente iraní Bazargán con el asesor norteamericano Brzezinski. Conscientes de su eco en los medios, los jóvenes musulmanes iraníes liberan a los estadounidenses negros y a las mujeres. Mantienen como rehenes al resto del personal. Ofrecen liberar a los cautivos a cambio de la extradición del Sha a Irán, para ser juzgado por los crímenes contra el pueblo iraní. El Ayatollah aprobó la toma de rehenes de Estados Unidos, sobrepasando por la izquierda a las organizaciones islamomarxistas Fedayin y Muyahidin Jalq, con cantera universitaria. También desautorizaba al presidente iraní y su ala moderada y consolidaba el poder de Jomeini. La euforia por la humillación a la nación más poderosa distrae al pueblo persa de las dificultades económicas de su país.

El presidente Carter rechazo las demandas. Presionó a Irán. Carter declaró el 8 de enero, en una conferencia de prensa, que descartaba cualquier intento de rescate porque "seguramente fracasaría... y los rehenes morirían". En abril de 1980, rompió relaciones diplomáticas con Teherán e impuso un embargo comercial, exceptuando medicinas y alimentos. Los fondos iraníes en Estados Unidos quedaban congelados y contabilizados para indemnizar a los rehenes al ser liberados y pagar las demandas de las empresas norteamericanas contra Irán. Las medidas de Carter no agradaron a los estadounidenses: una encuesta reveló que el 65% de los ciudadanos pensaba que las sanciones no acelerarían la liberación de los rehenes. Un 51% opinó que las acciones del presidente no eran "suficientemente enérgicas". Carter supo que Jomeini retendría a los rehenes por lo menos hasta el primer aniversario de su captura, 4 de noviembre de 1980. Un problema de relaciones internacionales se convertía en un problema electoral. Su principal contrincante, el republicano Ronald Reagan, acusaba a Carter: "Los rehenes no debieron estar cautivos seis días, mucho menos seis meses."

En realidad, el 9 de noviembre de 1979, cinco días después del secuestro, Carter ordenó a sus asesores idear opciones militares, entre ellas una misión de rescate. Diez días después, tenía el informe estaba en su escritorio. Brzezinski propuso mostrar el poder militar: bombardear las instalaciones petrolíferas de la isla iraní de Jarq, bloquear el país por mar y llevar a cabo ataques aéreos. Pero, con los soviéticos en Afganistán, desde diciembre de 1979, Washington no lo consideró oportuno. Una de las razones que llevó al Ejército soviético a Afganistán fue el temor a una intervención directa de EE.UU. en Irán. Optaron por la opción con menos bajas colaterales. Autorizó Carter a la unidad antiterrorista “Luz Azul” a planear y entrenarse para la misión mientras buscaba agotar las posibilidades de una solución diplomática. A petición de Carter, el presidente Torrijos recibió a Pahlevi en Panamá el 15 de diciembre.

El 11 de abril de 1980, Carter ordenó iniciar la misión de rescate. Involucraría las cuatro ramas del ejército: infantería, fuerza aérea, marina e infantes de marina. El Pentágono norteamericano diseñó la operación en dos partes: un grupo se dedicaría exclusivamente a rescatar los rehenes, mientras el otro realizaría ataques de distracción. Era un plan complicado y audaz: seis aviones de transporte C-130 Hércules despegarían de una base aérea egipcia, circunvalarían la península arábiga y aterrizarían en un punto del desierto iraní, cuyo nombre en clave era Desierto Uno, 400 kilómetros al suroeste de Teherán. Ahí se les unirían ocho helicópteros RH-53 Sea Stallion, procedentes del portaaviones Nimitz en el golfo Pérsico, que llevarían a los comandos -una fuerza selecta de 90 voluntarios- a la capital, donde el aterrizaje y asalto se coordinarían con marines que llegarían en camiones camuflados con emblemas del ejército iraní. En el primer plan los pesados vehículos derriban las puertas del recinto. Seis helicópteros RH-53 Sea Stallion salen de la nada. Tres aterrizan en el edificio de la embajada, cubiertos por las ametralladoras eléctricas de los calibres .30 y .50 de los otros tres que sobrevuelan el lugar. Soldados de elite desembarcan y se unen a los escuadrones de marines en camiones. Vencen a los guardias y liberan a los 48 rehenes estadounidenses. Otro grupo saca tres rehenes que tienen separados en el cercano Ministerio iraní de Asuntos Exteriores. Mientras los milicianos chiítas se disparan en medio de la confusión, el comando lleva a los rehenes a los helicópteros, despegan y se internan en la oscuridad. Los rehenes liberados y los comandos viajan en los helicópteros a Desierto Uno, donde abordan los aviones de transporte para volar hacia Egipto, a salvo. Tras reabastecerse en los C-130, los helicópteros regresan al portaaviones. Los demócratas podían imaginar los titulares. “Estados Unidos ha concluido con este audaz golpe su larga humillación; el presidente Jimmy Carter es aclamado”. Así imaginaron los estrategas de la Casa Blanca el resultado del asalto para liberar a los rehenes tras 172 días de cautiverio. Este plan original recibió muchos retoques. Carter estaba en el momento más bajo de su popularidad; sólo un rescate con éxito le daría posibilidades para la reelección presidencial. No fue así.

El plan requería una meticulosa planificación, entrenamiento intensivo, coordinación rigurosa, secreto absoluto y mucha suerte.

Operación Eagle Claw
Los 13 rehenes liberados en noviembre por los iraníes dieron mucha información sobre la Embajada y sus captores, actualizada por las noticias que suministraban los agentes infiltrados, iraníes antijomeinistas.

Las Fuerzas Armadas de EE.UU recibieron varias ofertas. La unidad antiterrorista alemana GSG-9 se ofreció para situar agentes en un equipo de la televisión alemana invitado a visitar la embajada. El SAS británico brindó su asistencia con información previa a la misión.  Las dos ofertas fueron rechazadas por cuestiones de imagen interna y porque Washington no vio aconsejable implicar a otros gobiernos. Eran sus hombres y su embajada.

El plan sufrió reajustes. Los helicópteros RH-53 no poseían el alcance suficiente. Incluso con depósitos auxiliares para volar desde Omán o desde un portaaviones hasta el emplazamiento elegido en el desierto, cerca de Teherán, donde debían repostar tomando el combustible de los enormes tanques de goma arrojados por transportes Lockheed C-130. Las pruebas de lanzamiento de estos tanques se retrasaron y, al final, resultaron un fracaso. Modificaron el plan de nuevo. En vez de trasladarse a bordo de los helicópteros, la Fuerza Delta, creada en 1977 como unidad antiterrorista de ultramar, volaría hasta el lugar de cita en tres MC-130 Hercules mientras los helicópteros se dirigían hacia el punto de encuentro directamente desde el portaaviones, reaprovisionados desde tres EC-130 Hercules, dotados cada uno de ellos con un bolsa de combustible de 11.365 litros. Los tres EC-130 pertenecían al 7° ACCS, mientras que los MC-130 los aportarían los Escuadrones de Operaciones Especiales 1, Filipinas; 7, Alemania; y 8, Florida.

El plan de rescate tomó forma casi definitiva. La alternativa era una cita en el desierto, a casi 490 km. al sur de Teherán. Tres hombres tripulando un transporte STOL, un De Havilland Canada Caribou, demostraron, el 31 de marzo, que era posible aterrizar y despegar en ese sitio. Este punto fue nominado como Desierto Uno y a él transportarían a la Fuerza Delta, allí transbordaría de los aviones MC-130 a los helicópteros RH-53, que deberían repostar previamente en ese mismo lugar. Después los helicópteros volarían a un segundo punto en el desierto a unos 80 km. al sudeste de la capital iraní, para llegar allí aproximadamente una hora antes de rayar el día. Después de descansar durante el día, la Fuerza Delta llegaría con las primeras horas de la tarde a Teherán en camión, desechando la escandalosa penetración en helicópteros que no habría pasado desapercibida. Los rehenes serían liberados por asalto directo a los edificios de la Embajada, y evacuados al estadio de fútbol donde pueden aterrizar y recogerlos los RH-53D. El Pentágono consideró la evacuación de rehenes y comandos desde el estadio a bordo de un Hercules equipado con despegue asistido por cohetes, pero abandonaron el plan al estrellarse el avión durante la prueba.

Dos AC-130 Hercules permanecerían a la espera, uno de ellos en vuelo artillado sobre el aeropuerto internacional Mehrabad para impedir que los dos McDonnell Douglas F-4 Phantom allí destinados pudiesen despegar y el otro sobre la Embajada, listo para detener cualquier intento acorazado iraní. Después de ser evacuados, los edificios serían destruidos por el Hercules para no dejar detrás nada que pudiese utilizarse como propaganda. En el estadio, la Fuerza Delta y los rehenes embarcarían en los helicópteros y volarían hacia Manzariyeh, un aeródromo abandonado a medio camino entre Teherán y la ciudad santa de Qom. El aeródromo se habría asegurado mediante una compañía de Rangers y estos hombres, junto con los rehenes y la Fuerza Delta serían trasladados a Omán mediante aviones Lockheed C-141 StarLifter. Durante todas las fases de la Operación, la Fuerza Delta podía solicitar ayuda aérea del portaaviones USS Nimitz (CVN-68) que habría enviado sus Grumman A-6 Intruder y Vought A-7 Corsair II de ataque y con interferidores electrónicos Grumman EA-6B Prowler, con cobertura superior de los Grumman F-14 Tomcat. Un McDonnell Douglas C-9 Nightingale de evacuación sanitaria habría estado a la espera por si se producían bajas.

A finales de 1979 comenzaron los traslados para acercar los aparatos a Irán. Seis RH-53D fueron aerotransportados a la isla Diego García, en el océano Índico. Allí los montaron y probaron en vuelo antes de embarcarlos en el portaaviones USS Kitty Hawk (CV-63) que estaba destacado en el mar de Arabia. En enero de 1980 fueron transferidos al Nimitz, que llevaba otros dos RH-53D. El presidente Carter aprobó el inicio de la Operación el 16 de abril y la Fuerza Delta voló desde la base aérea de Pope a la de Frankfurt el 20 de abril. Allí se incorporaron a la fuerza otros 13 hombres cuya tarea sería rescatar al puñado de rehenes mantenidos dentro del edificio de Asuntos Exteriores. Después volaron a Wadi Kena, en Egipto, para llegar la mañana del 21 de abril. Aunque la misión iba a controlarse desde Egipto, donde disponían de instalaciones de comunicación por satélite, se partiría desde Masirah, una isla en la costa de Omán. Para entonces los RH-53 a bordo del Nimitz habían sido pintados en color arena, y los aviones de su Ala Embarcada recibieron bandas de identificación rojas para participar en la operación, como los embarcados en el USS Coral Sea (CV-43), que habían sustituído al Kitty Hawk en la zona. Algunas fuentes han apuntado que el objetivo de estos aviones podría ser lanzar un ataque sobre Teherán con el objeto de confundir y saturar las defensas iraníes. Otra opción podría haber sido la de un ataque de castigo a la capital iraní o a cualquier refinería de petróleo. Las fuerzas disponibles a bordo de los dos portaaviones eran poderosas, con capacidad para infligir daños importantes. A bordo del Nimitz se encontraban los A-7 Corsair del VA-82  y del VA-86, los A-6 Intruder del VA-35, los F-14 Tomcat del VA-41 y del VF-84, así como varios Prowler, Vikings, McDonnell Douglas Skywarrior y Grumman Hawkeye. El Coral Sea embarcaba los A-7 del VA-27 y VA-97, así como los F-4N Phantom del VFMA-323. Era la opción del asesor Brzezinski.

La operación de rescate estaba planeada de una forma tan compleja, que necesitó la colaboración de Egipto, Omán, Bahreim, Turquía e Israel. Estaba inspirada en la operación Entebbe, el rescate de rehenes realizado por los israelíes contra los secuestradores palestinos en la Uganda de Idi Amin Dada.

Por la tarde del jueves 24 de abril, los C-130 despegaron de Egipto para cruzar Irán en vuelo rasante, y evitar ser detectados por los radares. El acercamiento sin ser captados fue posible con la ayuda del general Bagheri, jefe de la Fuerza Aérea. Ese día, los 132 hombres del equipo abordaron los tres MC-130 en Masirah para emprender el largo e incómodo vuelo hacia el norte, rumbo a Desierto Uno. La fuerza la formaban 93 hombres de Delta, los 13 del equipo de rescate del edificio de Asuntos Exteriores, una docena de conductores, otra docena de hombres para vigilar las carreteras y dos ex-generales iraníes. El primer MC-130 despegó una hora antes que el resto de la Fuerza, y cruzó la costa iraní a 120 m. de altura y al oeste de Chah Bahar. El vuelo a baja cota a través de Irán no fue fácil ni siquiera con el radar de seguimiento del terreno y el equipo de navegación inercial del Mc- 130, equipado también con un explorador lineal infrarrojo. El avión llegó a Desierto Uno  y conectó una radiobaliza dejada por el avión de exploración, antes de aterrizar y desplegar el equipo de vigilancia de carretera. Pero antes que el MC-130 pudiese volver a despegar llegó a la escena un autobús iraní con 43 pasajeros civiles. Fue detenido, registrado y los civiles apresados. Poco después llegaba un camión que, tras ignorar las órdenes de detenerse, fue destruido por un arma ligera contracarro M72. El conductor consiguió escapar en un automóvil y daría la alarma.

Los ocho RH-53D tenían que llegar unos treinta minutos después del último Hercules. Llegaron sólo seis con retrasos de entre 60 y 90 minutos. Otro RH-53D se vio obligado a aterrizar en ruta por temor a una rotura de pala y otro más abortó la misión tras perder parte del sistema de control de vuelo y algunos instrumentos, en una tormenta de arena. El resto de la formación hubo de volar entre nubes de polvo en suspensión y los dos de la cabeza se vieron forzados a tomar tierra en el desierto y esperar durante 20 minutos a que mejoraran las condiciones. Las dificultades que encontraron los pilotos de los marines se agravaron por el poco conocimiento que tenían del nuevo sistema de navegación inercial paletizado que llevaban en lugar del Omega al que estaban acostumbrados.

En Desierto Uno estaba al mando el coronel Charles A. Beckwith (1929-1994), un boina verde de 51 años. Antiguo jugador de futbol de la Universidad de Georgia, en 1965 se dio a conocer en los círculos militares por un espectacular rescate de boinas verdes prisioneros en Plei Me, Vietnam. Le enviaron una temporada con el elitista SAS británico, el Special Air Service imparte uno de los entrenamientos más duros del mundo. A su regreso, el coronel Beckwith impulsó la creación de la Fuerza Delta. 

Cuando el boina verde buscó a los pilotos del primer helicóptero RH-53D que llegó a Desierto Uno, no encontró al jefe de la formación, el coronel Sieffert, sino al mayor James Schaeffer, un piloto diestro, físicamente agotado y casi incapaz de llevar a cabo la misión. No obstante, tan pronto llegaban, los helicópteros repostaban, listos para la siguiente etapa de la jornada. Mientras se reabastecían de combustible en el desierto, detectaron, un problema  hidráulico en otro helicóptero, provocado por un aterrizaje excesivamente duro. No podía repararse y usar la nave era arriesgarse a un fallo completo del sistema de control de vuelo. El coronel Beckwiht se enfrentó a un dilema: el mínimo indispensable para rescatar a los rehenes se había fijado en seis helicópteros; tenía sólo cinco. Solicitó a Washington, a 13.000 km de distancia, autorización para continuar la misión. La respuesta fue cancelar y salir de Irán. Los comandantes consultaron si seguir o no. Fuentes de información en París afirmaron que los escuchas de radio israelíes revelaron fuertes discusiones entre las partes. Los oficiales en Desierto Uno decían sí y Washington decía no. El presidente Carter ordenó el abandono de la misión y dio instrucciones al Nimitz para ejecutar las “acciones militares necesarias para evacuar nuestras fuerzas”. "Por lo menos no hubo bajas", dijo el presidente a sus asesores, "y no hubo detección".  Desgraciadamente, Carter resultaría estar equivocado en ambas aseveraciones.

Aunque en el plan original los RH-53D iban a ser abandonados en Manzariyeh, se decidió no dejarlos en Desierto Uno. Pero los Hercules habían gastado mucho combustible después de permanecer tres horas con los motores en funcionamiento. El primero de los RH-53D llegados necesitaba una carga completa de combustible, que había agotado para llegar hasta el Nimitz. Después despegó en medio de una nube de arena para virar ligeramente al pasar sobre el ala de uno de los cisternas EC-130. Una pala del rotor principal rozó el fuselaje y lo cortó causando una gran explosión cuyas llamas envolvieron a las dos aeronaves. Las detonaciones de la munición dificultaron la evacuación de los supervivientes y la recuperación de los cuerpos de los tres muertos en el helicóptero y los cinco más fallecidos en el EC-130. Otros helicópteros sufrieron daños. Llegaban milicianos iraníes. Todo el personal embarcó en los Hercules y abandonaron los RH-53D,  ya que los cisternas no disponían de combustible ni siquiera para incendiarlos. La Fuerza Delta regresó en vuelo a Masirah, donde los hombres fueron transferidos a un C-141 StarLifter y a un C-9A. Los aviones volaron entonces a Ramstein en la República Federal de Alemania, después de repostar en Bahrain. Grecia reveló haber concedido permiso para que sobrevolaran su espacio aéreo tres cargueros de la USAF en ruta de Bahrain a Ramstein. El coronel Beckwith solicitó un ataque aéreo para destruir los RH-53D abandonados. El ataque no se lanzó, dicen que por miedo a dañar a los civiles iraníes del autobús capturado. Los iraníes alegaron que habían destruido los helicópteros para evitar que los estadounidenses emprendiesen otra misión para recuperarlos. Lo cierto es la escasez de repuestos para sus propios RH-53 que padecía la Armada de Irán.
El plan fue aventurero e incluía un margen de error excesivo. La sorpresa era el factor principal y la confianza en la poca capacidad de reacción de la cadena de mando iraní. En esto estaban acertados: el ministro de Defensa iraní no supo nada de la operación hasta el anuncio de la Casa Blanca, saliendo de la habitación tan precipitadamente que empujó al corresponsal de una emisora británica de radio que lo testimonia. Otra de las causas del fracaso fue la falta de fiabilidad de los helicópteros, en parte achacable a la escasa experiencia en su mantenimiento del personal del Nimitz. El plan era además extremadamente ambicioso y careció de una adecuada planificación de contingencias, entre ellas el mal tiempo que supuso la tormenta de arena, las averías de las naves y la intervención de milicianos iraníes. Murieron cinco tripulantes de un C-130, y tres marines del RH-53. Otros cuatro soldados sufrieron quemaduras graves. Los cuerpos de los caídos se abandonaron ante la llegada de iraníes armados que aparecieron en Desierto Uno. Los comandos se apiñaron en los C-130 restantes para salir apresuradamente. Alertados por la intentona, los militantes iraníes dispersaron a los rehenes estadounidenses en varios lugares de la capital para imposibilitar otra misión de rescate.

Carter apareció en la televisión y ante todo el país se responsabilizó del fracaso. "Fue mi decisión intentar la misión de rescate", declaró, "y fue mi decisión cancelarla cuando surgieron problemas". Según los comentaristas, el fracaso de todos sus esfuerzos para liberar a los rehenes -y especialmente el humillante final de la misión de rescate- costó a Jimmy Carter la reelección presidencial. Ronald Reagan lo derrotó fácilmente en las elecciones de noviembre.

     Tras la muerte del ex-Sha el 17 de julio, la Cámara de Representantes norteamericana dirigió un mensaje al Majlis iraní instándole a reconsiderar el problema de los rehenes. El Parlamento contestó que EE.UU. debía asumir las responsabilidades financieras y económicas derivadas de las acciones de Mohammed Reza Pahlevi: devolución de los fondos del Sha, cancelación de las demandas norteamericanas contra Irán, descongelamiento de los cuantiosos fondos iraníes en bancos estadounidenses y la promesa de no intervenir en los asuntos internos iraníes. Ronald Reagan, el candidato presidencial  republicano, aseguró que aceptaría tres de esas condiciones y dejaría la decisión sobre los fondos a nombre del Sha en manos de los tribunales.

Más de medio centenar de estadounidenses permanecieron cautivos durante 444 días en la embajada de EEUU en Irán, entre noviembre de 1979 y enero de 1981, después del derrocamiento del Sha Mohamed Reza Pahlevi y la instauración de un régimen islámico. El mismo día que Reagan prestó juramento como presidente, el 20 de enero de 1981, los jomeinistas liberaron al último de los rehenes.

Irán no tiene mucho tiempo para regodearse en su victoria y anunciar al mundo el fracaso de la misión de rescate contra “el nido de espías” denominación chiíta de la Embajada norteamericana en Teherán. El 22 de septiembre de 1980, el Iraq de Saddam Hussein ataca al Irán de Jomeini pero esa es ya, otra historia.

Como colofón, algunos rehenes norteamericanos reconocen al anterior presidente Ahmedineyad entre los asaltantes. Son Chuck Scott, coronel retirado del Ejército de EE.UU., Kevin Hermening, William Daugherty, David Roeder y Don Sharer. Ahmedineyad era entonces estudiante de la Universidad de Ciencia y Técnica de Teherán y miembro de la Oficina para el Fortalecimiento de la Unidad, una de las organizaciones estudiantiles radicales que planificaron la toma de rehenes pero, según su entorno, estaba más preocupado en atacar a los soviéticos que a los estadounidenses. El líder de los estudiantes que irrumpieron el 4 de noviembre de 1979 en la Embajada, Abbas Abdi, aseguró que Ahmedineyad se opuso: "No formó parte de nuestro grupo. No tuvo ningún papel en el ataque, y mucho menos en la seguridad" .


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Entrevista al vicealmirante Luis Carrero Blanco

“Que este señor venga a trabajar conmigo”

Gustavo Morales

Llega el periodista a la vivienda de uno de los hijos del almirante Luis Carrero Blanco, el mismo que comparte nombre de pila con su padre. La entrevista es relajada y tiene lugar en los claroscuros de su despacho, atestado de libros, cuadros y recuerdos de toda una vida al servicio de la Armada española.

Pregunta: El almirante Carrero Blanco era un hombre independiente, no pertenecía a ningún grupo ni familia política del régimen; carecía de ambición política y no se preocupaba de su imagen pública. El Almirante le había ofrecido su renuncia a Franco en dos ocasiones. Sus tres principales realizaciones fueron: El Memorandum, aconsejando la no intervención de España en la II Guerra Mundial. Los Planes de Estabilización de la economía y de Desarrollo: López Rodó era de su equipo y, por último, el nombramiento de Juan Carlos de Borbón como Príncipe de España y heredero a título de Rey. Victoria Prego ha escrito que la elección de Juan Carlos como sucesor de Franco fue muy influida por el Almirante. Otras familias del régimen preferían a Alfonso de Borbón o a la rama carlista.
Luis Carrero Blanco: Hay un momento, con Franco, que fue en la guerra del norte de África. Mi padre, alférez de navío, era segundo comandante de un barco que llevaba a remolque a una unidad de la Legión que mandaba el comandante Franco. Se conocieron aquella noche. En los barcos de la Marina era típico tomarse una sopa de ajo a medianoche, cuando iba a haber bulla. Mi padre se dirigió a Franco y le dijo: “Mi comandante, ¿quiere usted una sopa de ajo?” Y Franco le contestó: “No, yo siempre entro en combate con el estómago vacío” Ya había sido herido. Después de esto, mi padre hizo un curso de Estado Mayor, ya siendo capitán de corbeta, en Francia. Alguien debió decir que estaba allí. Franco le pidió que le mandara unas informaciones del Ejército francés. Mi padre se las mandó. Otro contacto. Después, la Guerra Civil,  le pilló a mi padre aquí (en Madrid). Pudo salir por la Embajada de Francia. Mi padre tenía un amigo francés, el almirante Castes, muy famoso entonces a quien había conocido en el curso de Estado Mayor. Estando mi padre en la guerra, tomó unas decisiones en su barco y se hicieron más amigos Franco y él. Después hizo el informe del que hemos hablado antes y el Generalísimo dijo: “que este señor venga a trabajar conmigo”. A partir de ahí, mi padre lo único que le pidió al Generalísimo es que no dejara su carrera. Durante una temporada estaba en la Presidencia y estaba en la Escuela de Guerra Naval de profesor. Tuvo contactos continuamente pero hubo un momento en que ya no pudo más. El Generalísimo tuvo el detalle romántico de permitirle que siguiera ascendiendo. Cuando el compañero más moderno ascendía, mi padre ascendía también. Por eso llegó a almirante. Hacía mucho tiempo que mi padre no había pisado un barco.

P: Ha salido un libro que usted conocerá que se llama “Todos quieren matar a Carrero”. El autor ofrece unas veinte pistas de las distintas conspiraciones que conducen al asesinato del presidente del Gobierno. ¿Lo ha leído?
 L. C: No lo he terminado pero lo acabaré. El título del libro no me convence. Se lo dije al autor. Un hombre simpático, estuvimos charlando. De entrada eso de que “todos quieren matar a Carrero” me parece una exageración. El autor me explicó que eso es algo que le había impuesto la editorial para vender el libro.

P: En aquel entonces, la Policía era bastante eficaz. Tenía infiltrados en ETA. Entonces dicen que por distintas vías, recibieron información de que iba a ser asesinada una gran personalidad dentro del régimen, aún no sabían quién era pero pocos días antes parece ser que sí se supo que esa personalidad era el presidente del Gobierno, almirante Luis Carrero Blanco. 
L. C: Me parece tan absurdo, tan poco lógico que al presidente de un gobierno se le pueda matar con esa facilidad. Un terrorista loco que le lanza a lo kamikaze, bueno. Pero todo ese tinglado, mes o mes y medio agujereando una calle, subiendo y bajando, la cercanía de la Embajada americana, una serie de circunstancias y no pase nada. Que retiren a los guardias civiles que estaban vigilando la víspera del atentado, unos de vacaciones de Navidad y otros, al cuartel. Son cosas que no acabo de entender. Hay otra cosa. Dicen que el Almirante rechazó la seguridad. No es cierto. El Almirante nunca pidió una protección pero admitió todo lo que se le dio. El que diga que rechazó la seguridad miente como un bellaco. Al principio iba a la Presidencia andando, le gustaba andar. Un día le dijeron que eso no podía ser. Primero iba a buscarle un coche con chófer. Después con el chófer iba un policía. Al cabo del tiempo iba con un coche detrás. Mi padre jamás pidió nada pero jamás negó nada. Lo se por las veces que hemos hablado con mi padre de esas cosas. El trayecto que hacía mi padre era casa, iglesia, casa, Presidencia. Eso, en el mapa de Madrid, lo he hecho yo, con cuatro policías está vigilado.  Además, que estuvieran los veinte minutos de ida y los veinte de vuelta. Luego se podían retirar. Era elemental. Cuando nosotros estábamos destinados en Cádiz, mi padre iba a vernos y, al principio, iba en el tren. Hasta que le dijeron que no podía ir en el tren. A partir de entonces, iba en el coche con un policía.

P: Su padre había creado los servicios secretos de Presidencia, el SECED. ¿Qué responsabilidad por dejadez o complicidad tienen esos servicios en el atentado?
L. C: Creo que la ineficacia no puede llegar a esos niveles. Una organización dedicada a proteger a determinadas personas no puede permitir que le metan el gol más gordo o casi más gordo que le puedan meter. Admito el kamikaze.  Pero todo ese tinglado que montaron, que veía todo el mundo que pasaba por la calle, esa obra gordísima, con ruidos, ¿a nadie le extraño aquello?

P: Parece ser que hubo denuncias, parece ser que la Embajada de Estados Unidos tenía grabados a esos dos hombres que estaban toda la mañana esperando en la parada de un autobús y se iban sin cogerlo. Henry Kissinger, en aquel entonces, estaba en la Embajada. En sus memorias manifiesta poca simpatía por el presidente del Gobierno español.
L.C: Sólo sé que hubo un encuentro. Kissinger le trajo a mi padre como regalo un trozo de Luna. Una bolita negra, en una panoplia colocada. Con un letrero que decía del pueblo norteamericano al pueblo español y la fecha del viaje de la misión Apolo. Estaba en su despacho de la Presidencia, cuando murió, su secretario, Luis Acevedo, un hombre que había estado con mi padre toda su vida, trajo sus cosas y entre ellas estaba aquello dado que interpretó que era un regalo a mi padre y estuvo ahí (señala un rincón de la biblioteca) un tiempo, bastante. Tengo cuatro hijos y una chica, la chica que es periodista, hace cinco o seis años me dijo: “Oye, padre, aquí pone del pueblo norteamericano al pueblo español. Nosotros somos parte del pueblo español pero no todo. Eso no es nuestro”. Le dije: pues tienes razón. Y ahora está en el Museo Naval. Tengo relación con él, soy presidente de la Asociación. Me dijeron cuando lo entregué que eso vale un disparate.
El hecho es que entonces pensaba que tendría tiempo para hablar con mi padre de cosas de política. No sabíamos que iba a terminar así. Le voy a decir a usted una cosa. Mi padre tenía una lealtad total al Generalísimo. Creía en él, le respetaba mucho. Yo he tenido la oportunidad de estar con el Generalísimo varias veces en mi vida. Cuando ingresé en la Escuela Naval que mi padre me llevó a presentarme al Caudillo. Otra, una Navidad que nos invitó a comer a nivel familiar. Entonces era guardamarina también. Luego, cuando la muerte de mi padre. En la misa a mi me impresionó mucho ver al Caudillo, ya muy mayor, llorando en público. Dos o tres días después nos invitó a mi madre y a mis hermanos a su despacho. Estaba afectado, no cabe duda. Mi padre se entendía muy bien con el Generalísimo. Era muy leal y cuando en un momento dado tuvo que plantarse, se plantó.
Una vez presentó la dimisión: “Yo con este señor no trabajo”. Iba hacia Comillas a pasar la Navidad con mis suegros, pasé a ver a mi padre por El Escorial, los ministros descansaban allí. Mi padre se levantaba muy temprano, yo también. Desayunamos juntos y lo vi muy serio. Le dije: “Padre, ¿qué te pasa?”. Me dijo: “Mira, acabo de escribir esta carta porque yo no puedo seguir en un Gobierno donde hay determinada persona. Como no voy a decir que se vaya, me voy yo”. Hubo cosas que a mi padre no le gustaron. Hay un detalle curioso de esa persona, cuando el asesinato de mi padre, esa persona que era embajador en Londres (Manuel Fraga), le preguntaron: ¿Qué hizo usted cuando asesinaron al presidente del Gobierno? Y contestó: Nada, fui al despacho como un día cualquiera.

P: Hay teorías. Una dice que hubo gente que pensaba que iban a mejorar gracias al atentado. Hacerse con un poder que con el Almirante no hubieran podido. Aunque su padre le dijo al entonces príncipe Juan Carlos que tendría su dimisión a la muerte de Franco en cuanto él quisiera.
L. C: Eso es así.

P: Dentro del régimen hubo gente que pensó que ese crimen podía acelerar sus propias carreras políticas y los designios que tenían. Pero hay otra teoría que dice que no sólo se alegraron sino que, además, participaron: fueron ciegos, sordos y mudos. Los propios miembros de ETA, Argala entre ellos, felizmente ejecutado, dijo que él se entrevistó con una persona en el Hotel Mindanao que le dio la ruta del almirante Luis Carrero Blanco. ¿Quién podía conocer esa ruta?
L.C:  A la vista de lo que ha pasado…

P: Hace casi cuarenta años ETA ejecuta el atentado y el PCE pone la logística, la mujer de Alfonso Sastre. ¿Quién informó de la ruta habitual? ¿Quién impidió el registro el piso franco en Campamento?
L.C: Eso es tan extraño como que den vacaciones a los guardias civiles la víspera del atentado. La escolta es retirada.

P: ¿Cómo se sintieron cuando Adolfo Suárez, en 1977, da una amnistía y libera a los asesinos del comando de ETA?
L.C:  Para mí ha sido lo más duro que he vivido en mis 81 años. Es algo que no puedo entender. Un señor que, durante una época de su vida, está pendiente del almirante Carrero, dispuesto a tirarse en paracaídas si el Almirante se lo decía. Ese señor, asesinan al presidente de su gobierno y a los asesinos no sólo los perdona sino que, además, los indulta. “Aquí no ha pasado nada, ustedes son niños de primera comunión. Se han cargado a mi jefe pero aquí no ha pasado nada.” No lo puedo entender. No fusilaría a esos asesinos, porque no me gusta lo de fusilar, pero no les habría soltado nunca. Que hubieran cumplido sus penas, treinta años o veinticinco. Pues no, a la calle.

P: ¿Usted qué pensó cuando supo que Argala fue ejecutado años después, en 1978, casi el mismo día que asesinó al almirante Carrero? Según declaraciones en el diario El Mundo, que recoge Antonio Rubio, varios oficiales españoles bastante enfadados…
L.C:  Ya caigo. Había un chico, amigo mío y compañero, que le llamaban “el marino”…

P: Luis, “el marino”.
L.C: No se llamaba Luis. Fue uno de ellos por un concepto de “esto no puede quedar así”. Yo no sé si lo hubiera hecho, pero a este hombre le tenía mucho cariño. Éramos muy amigos. Su padre murió en la Guerra. Fusilado en Cartagena. Mi padre le ayudó. Fuimos compañeros de promoción. Era excelente, sensacional, como ser humano y le echó sus narices, no cabe duda. Le mandaron destinado a Canarias. Tenía que esconderse por la posible venganza. Nosotros, sus compañeros, lo sabíamos. Éramos promociones de 28, de 30 miembros. Murió de enfermedad. No le digo su nombre porque si se lo digo a usted, usted lo tiene que decir. Sale ahí, en la foto de mi promoción. Ahí tenemos 22 ó 23 años.

Nos levantamos para ver la foto, señala "al marino" en la imagen. Nos entretenemos en otras que se apoyan en los libros, muchos de ellos escritos por el almirante Luis Carrero Blanco. “Ninguno de mis hijos sirve en la Armada, aunque han hecho el servicio militar en la Marina”. Sobre la pared, las fotos de los diversos buques en que ha servido mi anfitrión.

Explica porqué se hizo marino: “Desde pequeñito, mi padre nos habló de la Marina, de lo que es. Contaba muchas historias. Me enganché, yo y mis dos hermanos varones. Los tres fuimos marinos. He tenido mucha suerte en mi carrera. He llegado a vicealmirante que no es ser Dios pero le ronda (ríe). Somos muy pocos, las promociones son pequeñas. He disfrutado mucho con mi carrera. He trabajado mucho. He llevado en todos mis barcos ese cuadrito de ahí arriba que es una Virgen del Carmen que pintó mi padre”. Comienza a señalar otros cuadros pintados por su padre. El tema es la mar o la fe. “Este cuadro, que es un barco que yo mandé, lo pintó mi padre; aquel, también. Y aquel y ese otro. He tenido muchas más buenos ratos que malos”. Le pido que me cuente alguna anécdota de la Marina y me contesta: “Pues mire, le voy a hacer un regalo. Es un libro que escribí yo. Tiene erratas porque me lo hicieron mis hijos en una impresora de unos amiguetes suyos. Yo les contaba a mis hijos historias. Les gustaban mucho. Uno de mis hijos me dijo que las escribiera porque sería una pena que se olvidaran. Entonces las escribí en uno de esos cuadernos que había con un alambrito. Un día, hará como tres años, en mi cumpleaños, me regalaron una caja de cartón llena de estos libritos. También tiene dibujos hechos por mí. Son historias verídicas, anécdotas, vividas por mí, contadas por mi padre o por mis compañeros. Ahora mis amigos de la Asociación del Museo han dicho que van a hacer una tirada”.

Se despide del periodista: 
“Cuento las cosas como las he vivido. Si no quiero contarlas es porque me duelen. La historia del fin de mi padre es de éstas. Él se hubiera retirado encantado de la vida, se hubiera dedicado a sus libros, escribió un montón, casi todos profesionales: Marina, Historia… Podía haber vivido unos cuantos años más.
Cuando mi padre tuvo una cierta importancia se ocupó mucho de la gente de Santoña. Allí nació mi padre porque mi abuelo, militar de Tierra, estaba destacado allí. Hizo lo que pudo por ellos. Un día recibió una visita del alcalde y unos concejales. Le ofrecieron una casa para pasar los veranos. Ya tenían el dinero reunido. Mi padre se negó. Ellos dijeron que no podían devolver el dinero. Mi padre les dijo: “Haganme un favor. En Santoña hay un problema, los hombres pescan y las mujeres hacen latas de conservas. Los niños están en la calle todos los días solos. Gasten ese dinero en hacer un colegio, una guardería, para recoger a los niños”. Eso hicieron. Y le pidieron que fuera a inaugurar el centro al que habían puesto su nombre. Mi padre les dijo que no, que se llamara Camilo Carrero, el nombre de mi abuelo. Todavía sigue allí esa escuela. Una virtud de mi padre era la honradez, pero no me refiero exclusivamente a la del dinero, jamás mintió a nadie. Cuando no ha podido decir algo, no lo ha dicho. Así nos enseñó: cómo pensar y actuar, tratar a los demás, ser justo, el sentido del deber, de la bondad de ayudar a los demás… Lo que yo pueda tener de bueno es siembra de mi padre”.
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Los funcionarios funcionan

Meterse con los funcionarios ya está bien, es un tópico manido, un chiste recurrente. Muchos trabajadores en sus empresas, en horas de trabajo, se pasan el día hablando de lo bien que viven los funcionarios; salen a tomar café para criticar lo poco que trabajan los funcionarios. Fuman en la puerta del curro señalando a los carteros, a los barrenderos, a los servidores públicos. Y así se tiran todo el santo día. Habrá algunos funcionarios que se lo merezcan pues de todo hay en la viña del Señor. Pero yo he encontrado vagos peores en los diarios, en las revistas, en la universidad privada–cuanto más alto el puesto, más vagos-, entre mis vecinos. El número de cuantos no cumplen con su obligación es alto pero no se circunscribe a la función pública, está en todas partes.

Los funcionarios son los que trabajan la cosa pública, la de todos; los que tramitan las relaciones de los ciudadanos con el Estado, los que facilitan la tarea… Los funcionarios apagan incendios que provocan ciudadanos privados; se enfrentan a tiros con delincuentes y narcotraficantes que los tachan de racistas y fascistas; escalan montañas para salvar a un excursionista torpe o desafortunado, los funcionarios conducen ambulancias, mantienen operativos los hospitales públicos, enseñan a las futuras generaciones en colegios, institutos y universidades públicas. Por cierto, estas últimas tienen mayor calidad que muchas de las privadas, por no decir todas.

Me contaba el padre Oltra que fue a cobrar su último sueldo a un banco estatal alemán en Berlín, en 1945. Las tropas soviéticas estaban asaltando el barrio a menos de 300 metros. Sangre, fuego y acero. El funcionario alemán estaba en la ventanilla, cumpliendo con su deber y el padre Oltra cobró su última paga como capellán, mientras se acercaba el rugido de los carros de combate T-34.

Atender al público es duro, lo sabe cualquiera aunque no sea funcionario. Hay de todo y escuchas de todo. Al cajero de la Dirección General de Tráfico le decían muchas lindezas en la ventanilla de las multas y éste seguía trabajando con estoicismo mientras le espetaban: “ladrón, sinvergüenza, ¿qué comisión de las multas te llevas tú?”. En Tráfico decidieron retirar al hombre adusto que trabajaba rápido y bien. Pusieron en la ventanilla a otro muy amable y educado, que dedicaba media hora a cada persona que llegaba a la ventanilla: Las colas bajaban por las escaleras y seguían por la acera de la calle. Los gritos del público eran peores y más fuertes. Volvieron a poner al funcionario casi mudo y eficaz en la ventanilla y se acabaron las colas y volvió a ser el único receptor de insultos que, en realidad, le hubieran correspondido al director de Tráfico, al ministro del Interior y al presidente del Gobierno.

Además, sus sueldos suben menos, los congelan y los bajan. ¿Qué nosotros pagamos su salario? Sí y también las subvenciones a grupos gays de Zimbawe, los pagos de los rescates, los sueldos y gabelas de los políticos y once millones a Marruecos, olvidando a los funcionarios de policía humillados y ofendidos en la frontera de Melilla con la barbarie.

¿Qué hay muchos funcionarios? Porque las administraciones se han multiplicado por 17 gobiernos de taifas pero eso tampoco es cosa de los funcionarios, seamos serios. Además, los funcionarios aprueban una oposición, los asesores no.

No me salgan ustedes que si esto o aquello que a veces confunden a los políticos con los funcionarios; éstos no hacen las leyes y su voto vale lo mismo que el suyo en las elecciones.
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Celibato, ¿para qué?

En la religión católica los sacerdotes asumen el celibato. Esto no es un mandato de Cristo sino de la Iglesia. Procede directamente de San Pablo que, a la postre, escribió aquello de “más vale casarse que quemarse”. El ramalazo misógino de ese santo impuso muchas restricciones a la mujer y alejó de ella a los sacerdotes, aunque la cosa no funcionó así desde el principio.

En el año 306, en España, se reúne el Concilio de Elvira y emite el Decreto 43: los curas no pueden yacer con sus esposas la noche antes de dar misa. En el año 325, el Concilio de Nicea prohíbe casarse a los sacerdotes si ya están ordenados. Ese mismo año, en el Concilio de Laodicea, proscribe la ordenación de mujeres. En el año 385, el Papa Siricio abandona a su esposa para ocupar la silla de San Pedro e insiste en privar a los curas de dormir con sus señoras. En el año 401, San Agustín, que de esto sabía bastante, escribe: "Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer". Pero a él no le pasó. Golfo de joven y santo de mayor.

El segundo Concilio de Tours, año 567, establece que si un clérigo es hallado con su esposa en la cama será excomulgado por un año y reducido al estado laico. Ley difícil de cumplir si tenían la picardía de cerrar la puerta con llave. Trece años más tarde, el Papa Pelagio II no persigue a los sacerdotes casados pero prohíbe que den la propiedad de su iglesia a sus esposas o hijos. Vamos, que si el marido era cura y moría, la viuda y huérfanos, a la calle. Después, el Papa Gregorio, "el Grande", va más allá y proclama que el deseo sexual es malo en sí mismo. Sin mucho éxito, menos mal porque hubiese acabado con la humanidad, dado que, en el siglo VIII, San Bonifacio informa que casi ningún obispo o sacerdote es célibe en Alemania. Lo mismo ocurre en Francia.

El obispo San Ulrico escribe a favor del matrimonio de los sacerdotes para purificar a la Iglesia de los peores excesos del celibato. Ya en 1045, el Papa Bonifacio IX, en pleno Cisma de Occidente, renuncia al Papado y se casa. En 1074, el Papa Gregorio VII prescribe el celibato a los sacerdotes para poder ordenarse: "Los sacerdotes [deben] primero escapar de las garras de sus esposas". Aquí las mal vistas son las mujeres. El Papa Calixto II llega más lejos en el Concilio de Letrán y decreta que los matrimonios de los clérigos son inválidos. Será el Concilio de Trento, en el siglo XVI, quien asegure que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio. Y así ha llegado la cosa a nuestros días.

La cuestión del celibato comenzó, así, para que la Iglesia no se viera metida en líos porque los clérigos dejaran en herencia a sus familias propiedades eclesiales. Siguió por el espíritu de la Iglesia en contra de las relaciones sexuales, procedente de los santos Pablo y Agustín.

Los sacerdotes, para poder dirigir a su grey, han de conocer su vida y problemas. Casarse no va contra el espíritu del Cristianismo. Si atienden más a su familia que a su Iglesia, lo mismo les puede ocurrir con otros vicios como el juego, el fútbol, la política o miles de cosas. Los sacerdotes son personas consagradas pero personas a la postre, con las mismas dudas y necesidades que el resto. Los cursillos prematrimoniales mejorarían mucho, de forma especial, si se tuvieran en cuenta los escritos de Juan Pablo II, ese pedazo de Papa, que afirmó, está escrito, que es obligación del marido en la relación sexual dar placer a la mujer. No sólo eso.

Con respecto al tema que nos ocupa, en julio de 1993, Juan Pablo II recordó que "el celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”. Y aquí está el quid de la cuestión. Jesús bendice con su presencia el matrimonio en las bodas de Caná. Los evangelios son inmutables, palabra de Dios. Las leyes de la Iglesia van cambiando, son de hombres y el Papa sólo es infalible en cuestiones de dogma.

¿Qué la misión exige renunciar al matrimonio? Pues celibato para los políticos, funcionarios, militares, policías, bomberos, profesores, médicos y demás vocaciones de entrega que no se limitan a las ocho horas de jornada. A ver si los demás hacemos penitencia en el matrimonio y nuestros pastores se libran. Como dijo el filósofo a preguntas de su discípulo:
- "Maestro, ¿me caso o no?".
- "Hagas lo que hagas, te arrepentirás".
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Del bien público

Gustavo Morales 

La política del bien público

El concepto de política está devaluado, lo recogen muchas expresiones del idioma, como la del mismo perro con distinto collar. Los políticos no son valorados positivamente por sus compatriotas. Ahí están las encuestas y el decir de la calle. Esto produce un alejamiento constante de la política de muchas personas que se vuelven a su entorno desentendiéndose del común, de la res publica. Sin embargo, la política es más que importante, es inevitable. Participemos o no sufriremos la acción del Gobierno al frente del Estado. Por ello, es necesaria una reivindicación de la política, de la participación en la definición de bien común y de su aplicación. “Si el problema fundamental de la sociedad es que las demandas son infinitas y los recursos limitados, la ciencia de las ciencias es la política y no la economía” [1]. El Estado totalitario murió en el siglo XX, intentaba crear una sociedad nueva sin conflictos.

La política es una actividad humana porque es específica del homo sapiens. Personal porque responde a la persona, no al individuo, es decir, al hombre en relación con su entorno social del que no puede desligarse sino para caer en el racionalismo estéril o el mito de Robinson Crusoe. Quizás quien mejor comprenda esta diferencia es el Derecho, encargado de hacer normativa de las relaciones humanas. “El único habitante de una isla no es titular de ningún derecho ni sujeto de ninguna jurídica obligación. Su actividad sólo estará limitada por el alcance de sus propias fuerzas. Cuando más, si acaso, por el sentido moral de que disponga. Pero en cuanto al derecho, no es ni siquiera imaginable en situación así (...) La personalidad, pues, no se determina desde dentro, por ser agregado de células, sino desde fuera, por ser portador de relaciones.” [2] Es decir, “mi identidad, sin embargo, es algo tanto individual como social. Es individual porque es únicamente mía, pero en realidad está compuesta por una serie de reconocimientos mutuos con otras personas en un contexto social”. [3]

La vida política es inevitable, un imperativo de la polis al que no podemos sustraernos porque es nuestro medio de desarrollo y convivencia. Libre porque la libertad legitima de forma más sólida el proceso de elección de gobierno y la crítica a su actuación.

La participación de todos y el gobierno de pocos están justificados en cuanto su objetivo es el bien común, de otro modo es oligarquía cuando menos. Fernando Sebastián, exarzobispo de Pamplona, sintetiza: «La vida política, en su conjunto, la de los votantes y la de los dirigentes, es una actividad humana, personal y libre, cuya legitimación moral está en la promoción y defensa del bien público». ¿La legitimación moral de qué? La de ser dirigentes, la de gobernar sobre iguales; la de elegir pensando en el bien común y no de facción o geografía.

Para santo Tomás el bien público es la finalidad última del Estado, el fin social. Es sabido que justifica el tiranicidio. Sin duda, ha sido a través de los caminos de Roma como se extendió el cristianismo en Europa. El humanismo cristiano y el Derecho romano sustentan el moderno Estado demócrata. El cristianismo difunde la idea de la igualdad ante Dios, de la libertad para elegir entre el bien y el mal, de la fraternidad entre prójimos. No sólo palabras. Como ejemplo, miles de monjes copiaban a mano textos griegos y árabes que superan la Alta Edad Media europea y convierten al subcontinente en la primera potencia en filosofía. El peso del cristianismo es indiscutible en los valores europeos y en su desarrollo.

Sebastián recuerda: “Los principios que rigen la vida democrática han nacido del cristianismo. La igualdad y los derechos de las personas, la soberanía de los pueblos, el concepto de autoridad como servicio al bien común y no como simple dominio o imposición, la igualdad de todos ante la ley, todo esto, nace históricamente de la experiencia cristiana y de los valores morales del cristianismo. Incluso cuando semejantes ideas se afirman contra la Iglesia, quienes las defienden son hijos de la tradición y de la cultura cristianas” [4]. La Iglesia perdió poder temporal pero una idea cristiana tomó su relevo: el libre albedrío, justificado en la relación directa con el Creador, sin intermediarios: “Sólo a través de mi se llega al Padre”. Las tesis de Lucero contra cierta corrupción vaticana de su tiempo sirvieron para una reforma protestante que rompió la verticalidad de la Iglesia, la primera a que se aplica el término fundamentalismo. También dieron justificación y bandera a los ambiciosos príncipes alemanes para romper la unidad imperial romano-germánica, al teñir de ideología las ambiciones por dominios y gabelas en tierras, pueblos y el floreciente comercio. Sus aires se respiran en el nacimiento del liberalismo. Democracia y filosofía, dos fenómenos que no se producen en territorios con otras religiones mayoritarias. La idea es de Gustavo Bueno.

El Estado egoísta

El abandono de una acción moral por parte del Estado florece en la mente de un hijo de la Iglesia, que puso su patria por encima de su fe: el cardenal Richelieu. A partir de la razón de Estado como argumento supremo, la Revolución posterior pretende construir un nuevo mundo con una nueva moral. Tras la edad de las catedrales, cuando los hombres escribían en piedra dice Víctor Hugo, llegó la de los comerciantes cuyos intereses afianzaron la presencia de Europa en ultramar. El Renacimiento fue un puente para el homocentrismo. Una nueva ideología, el liberalismo, se expande en el siglo XIX, combate en el XX y entra victoriosa en el siglo XXI. La nueva hegemonía proclama el dogma del egoísmo individual, al que transmutan de vicio privado en virtud pública. Con la caída de la Unión Soviética y hasta la extensión del integrismo islámico las instituciones del liberalismo celebraban el fin de la Historia.

El liberalismo dice que el bien público es la simple suma de los intereses individuales de personas y grupos: reduce al Estado al papel de gendarme que evite la anarquía y sea el depositario de la soberanía nacional instrumentalizada en las leyes. “Nace el Estado liberal cuando triunfaba en Europa la cultura <racionalista>. Una Constitución es ante todo un producto racional, que se nutre de ese peculiar optimismo que caracteriza a todo racionalista: el estar seguro de la eficacia y el dominio sobre toda realidad posible, de los productos de su mente” [5]. Es una muestra más de la soberbia racionalista. Desde la Revolución Francesa el hombre al nacer se supone realiza un presunto contrato social para aceptar los límites a su libertad a cambio de las ventajas del Estado. Las constituciones liberales son la expresión escrita del contrato social.

Esta idea falla en tanto no es la suma de los egoísmos individuales la que construye el bien público. El trabajador es libre de no aceptar las condiciones laborales. El emigrante es libre de quedarse en su país. El tendero es libre de no fiarles comida. La entidad financiera es libre de invertir y prestar a quien quiera. Pero el ejercicio de esas libertades tiene consecuencias: paro, miseria, carestía y fuga de capitales. El liberalismo ondea la bandera de la libertad para ocultar los intereses más egoístas, las apetencias más mezquinas. El nuevo marco mundial tras la derrota del fascismo en Europa hizo prioritario para el liberalismo dirigir la voluntad de los trabajadores-consumidores-votantes desde la segunda mitad del siglo XX, como venía haciéndose desde finales del siglo XIX en Estados Unidos. Los intervencionistas norteamericanos desde el presidente Wilson defendían la idea de evangelizar el mundo con un sistema político tan justo y perfecto como el suyo. Para eso crearon Naciones Unidas. El bien público lo definía en cada momento la opinión pública, a la postre, la opinión publicada.

Un hecho, una crítica y casi una alternativa:
El sistema liberal no redistribuye. Quinientas personas del mundo tienen más dinero que 400 millones de occidentales. Sin incluir a 400 millones de indios con menos de medio dólar diario, tantos africanos, más asiáticos y algo menos de hispanos. Uno es demasiado.

Una crítica. Las mayorías no deciden sobre la verdad y la mentira ni pueden cambiar el bien por el mal con leyes y comisiones. Azaña se salió de una votación del Ateneo sobre si existía Dios: “Son ustedes unos idiotas”. La democracia no es la exigencia de que todos comulguemos con las mismas ruedas de molino. “De ninguna manera debemos aceptar que para ser un buen demócrata haya que ser relativista en lo religioso y en lo moral”[6]. Las creencias no están a merced de los votos. El Gobierno no puede pedir a las entidades sociales, y la Iglesia lo es, que se circunscriban al ámbito de lo privado cuando sus leyes son ofensivas para una parte importante de la población. El Estado prima a las minorías religiosas sobre una mayoría social cristiana indudable.

Utopía. El bien común facilita a cada persona su búsqueda de la felicidad en un ambiente tolerable al promocionar el bien y proscribir el mal. Un Estado administra ese bien público, da servicio a todos, de forma más acusada a quienes más lo necesitan.

En cambio, la vida parlamentaria con sus servidumbres en listas cerradas y disciplina de voto, teje continuos ataques de facción, alianzas postelectorales y el endiosamiento de la ley cada vez más ajena a la justicia. Los diputados están al servicio de parte. No reciben más los necesitados sino quienes disponen de fuerza parlamentaria para pactar, poderosos a la postre. La ley de ese Estado defiende menos a los más de los comunes que a los menos comunes. Cede ante la razón de la fuerza de secesionistas interiores y reductores exteriores. Los votos se sientan con las pistolas en la mesa de negociaciones. Olvidan que el Estado de Derecho es respetable cuando esa ley expresa la justicia, no cuando la ofende. La obediencia debida murió en Nuremberg.

“La violencia y el terror necesarios para conseguir la unanimidad no son más humanos cuando se aplican en nombre de la democracia que cuando el objetivo es la pureza racial o la igualdad económica”[7].

Púlpito audiovisual

Ahora la sociedad light prima el individualismo menos fraterno y la satisfacción en sensaciones instantáneas y fugaces. El culto al egoísmo corresponde hoy al modelo de cultura audiovisual donde se instalan los nuevos púlpitos, cuya razón se basa en mayorías manipuladas. “Tan responsable como el dominador es quien admite la dominación”, adujo el imam Alí. Otras plumas ya escriben mejores trabajos sobre políticos y política individual. Estas líneas valoran la acción del público inerme e inerte a quien el decano Patxi Andión cantaba a finales de los años setenta del siglo pasado: “Quiero insultar a esos hombres que estando en el escenario no son más que decorados”.

Es un público bien atendido con su soma diario. El aumento del ocio ha multiplicado la oferta audiovisual. Buena parte de la vida ha pasado del hecho personal al espectáculo para las masas. Imagen, sonido y titulares bombardean con las leyes del consumo al individuo donde se refuerza su condición de espectador. La vida reflejada en los medios de masas induce modelos de comportamiento y conducta en los espectadores. Un nuevo modo de estar se universaliza al ser visto como algo normal en cine y televisión. La libertad de los ajenos al poder y la gloria se reduce a la elección de canal. “La aparente libertad anónima será espejismo (...) donde sólo las clases propietarias e ilustradas tendrán vida y actividad reales.”[8] Gran parte del resto de la gente dedica su ocio creciente a la contemplación de vidas ajenas.

La homogeneización del público, mediante pautas de conducta emitidos por los medios, facilita la producción masiva de bienes de consumo abaratándose por su globalización. Este proceso de imposición de gustos no crea un vínculo distinto al de consumidores. La globalización requiere que esa masa esté invertebrada, compuesta por individuos aislados cuyo asociacionismo sea inocuo. Para romper la resistencia, se acaba con las entidades más naturales podando a la persona para dejarla en individuo. Finaliza el proceso de trasformación de comunidad a sociedad basada en el contrato social. Esa cultura general alcanza incluso a quienes constituyen la nomenclatura del poder político y comprenden el proceso, son cómplices. “No sólo son individualistas los meros ciudadanos que van por libre: también el político lo es en la medida en que su oficio ha dejado de ser un claro servicio público para ser un servicio a los intereses de un partido o de una clase profesional”.[9] El bien común queda relegado por el interés del partido o del gremio ante la indiferencia social.

Los nuevos predicadores están en los medios audiovisuales y generan opinión. Los medios no son fundaciones culturales sino empresas a la búsqueda de beneficios. Sus emisiones responden a objetivos en términos de obtención de clientela para ventas publicitarias o electorales. Influyen de modo importante sobre las decisiones y tomas de actitudes de cuantos forman la sociedad.

Persona

La persona trasciende al individuo aislado cuando se encarna en la humanidad y dentro de una cultura con la que no hay contrato social previo sino armonía o conflicto. Es obvio que nadie elige nacer en un entorno concreto, no se negocia. Sí en cambio es posible una participación personal en el gobierno del común. En palabras de Maurras, “la sociedad es, pues, un «agregado natural», que se rige por las leyes de jerarquía, selección, continuidad y herencia. Su desarrollo consiste en la elevación del grado de sociabilidad desde la familia hasta la nación”[10]. En cada uno de esos segmentos, de vida y tarea, participa la persona. Es la vertebración que Ortega añoraba en España. El Derecho que ya vimos regula esas relaciones humanas, no es inocuo. Se construye para alcanzar objetivos. “El Derecho es, ante todo, un modo de querer, es decir, una disciplina de medios en relación a fines, ya que todo ingrediente psicológico de la voluntad es ajeno al concepto lógico del Derecho (...) Sus normas, además, se imponen a la conducta humana con la aquiscencia o contra la aquiscencia de los sujetos a quienes se refieren; es decir: que el Derecho es autárquico”. [11]

Decimos que la aceptación de la relación entre persona y sociedad marca la integración en la Historia humana. La rebelión contra esa relación con éxito hace la Historia. Son revoluciones que aceleran un proceso incluso cuando fracasan, como le ocurrió al comunismo que impuso un bien público en nombre de una sola clase internacional.

En resumen, la vida política es ineludible como seres humanos, en ella estamos cuando menos de financieros vía impuestos y receptores de la acción del Estado, distributiva y represiva. La vida política debe mantener como polar un imperativo moral, tanto para representantes como representados, a favor del bien público alejando banderías. Los gobiernos que reciben la confianza política de la mayoría deben administrar y distribuir conforme al interés común de la nación, no de una parte u otra de ella geográfica o sectorial. Estas palabras son cánticos etéreos y no realidades.

La sociología nos dice que España es una país cristiano, también hay mayoría entre los diputados. “La vida política ha estado y está dirigida por gobiernos en los que participan decisivamente partidos, grupos y políticos supuestamente cristianos, muchos de ellos católicos [...] Un político católico, si no es un oportunista no puede disociar sus creencias religiosas de su actividad política. En conciencia, no puede aceptar ni colaborar en la cada vez más numerosa legislación anticristiana, como la abortista o la favorable a la eutanasia, o la que ataca de diversas maneras a la persona o destruye la familia [...] Dada la participación activa en la vida política de tantos católicos y que una gran proporción de votantes lo son también de buena fe, de ser medianamente atendida, provocaría una revolución en los usos políticos” [12].

 Minorías combativas han conseguido mediante una acción continuada la conquista de parcelas de poder político y mediático muy superiores a su proporción en la población. La ley de matrimonios del mismo género, la ley del aborto, las leyes de protección de los políticos, etc. no responden a exigencias de la sociedad, a un clamor popular expresado en acciones multitudinarias, sino a la acción decidida de minorías activas en una sociedad inerte y desarmada ideológicamente. Cuantos anteponen el bien común a la ventaja de la facción, tienen que desarrollar una acción sin apocarse ante el guirigay de los medios de comunicación de costumbre. Se produce lo que Joaquín Estefanía califica de “efecto Queipo de Llano”, los partidarios de las ideas predominantes al expresarse con fuerza y seguridad desde los medios de masas producen la sensación de ser abrumadoramente mayoritarios frente a las personas que apenas se atreven a expresarse públicamente y que transmiten la sensación de representar opiniones menos valiosas y extendidas. Se sienten minoritarios y evitan expresiones públicas por temor a la marginación social. Es sabido que la libertad de prensa “se convierte en privilegio (...) ya que su ejercicio queda reservado a quienes cuentan con los cuantiosos medios materiales que se necesitan para disponer de uno de esos medios de comunicación”[13]. La influencia de esos medios genera público fieles para vender a los anunciantes y a los gobernantes y/o aspirantes a serlo. Alexis de Tocqueville habla del “despotismo democrático”: “Ausencia de gradaciones en la sociedad (...) un pueblo compuesto de individuos muy semejantes (...) esa masa informe que es reconocida como el único soberano legítimo ha sido cuidadosamente despojada de toda facultad que pueda permitirle dirigir, o por lo menos supervisar, el gobierno.”[14] La ameba soberana.

A los rebeldes, la defensa de su identidad requiere saber quela transformación social que propugnamos busca precisamente la organización y la solidaridad de los españoles.”[15] Ese es el bien público. 

Tenemos derecho a nuestras creencias y a movilizarnos por ellas.





[1] Bernard Crick En defensa de la política KRITERIOS Tusquets, Barcelona, 2001, página 185.
[2] José Antonio Primo de Rivera “Ensayo sobre el nacionalismo. La tesis romántica de nación” Revista JONS, nº 16, abril de 1934.
[3] Bernard Crick Obra citada, página 265.
[4] Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, en Iglesia en democracia. http://www.iglesianavarra.org/6104democracia.htm
[5] Ramiro Ledesma en la revista Acción Española, nº 24. Marzo de 1933.
[6] Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, en Iglesia en democracia. http://www.iglesianavarra.org/6104democracia.htm
[7] Bernard Crick Obra citada, página 68.
[8] Francisco J. Palacios Romeo La civilización de choque Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 1999, página 168.
[9] Victoria Camps Paradojas del individualismo Crítica, Barcelona 1993.
[10] Pedro C. González Cuevas “Maurras en Cataluña” Razón Española http://www.galeon.com/razonespanola/re85-mec.htm
[11] José Antonio Primo de Rivera “Derecho y política” Arriba nº 21, 28 de noviembre de 1935.
[12] Dalmacio Negro “Conducta política de los católicos” El Rotativo, número 70.
[13] Luis Suárez “El hecho concreto de una desideologización”.  Altar Mayor nº 81. Agosto 2002, página 690.
[14] Bernard Crick Obra citada, página 71.
[15] Ramiro Ledesma Nuestra Revolución. Julio 1936 http://www.ramiroledesma.com/nrevolucion/rnr.html
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