Manuel Cuellar, el hombre tranquilo

Hoy sé que ha muerto Manuel Cuellar, un azul de la primera hora. Sucedió a José Luis Navarro como jefe regional de Aragón cuando se metió a fraile. Algunos le debemos mucho a su afán incansable, inasequible al desaliento, generoso y entregado. En 1996, dije sobre él en la clausura de un congreso: "Manolo Cuellar da ejemplo de entrega continuada y valiente a los quejumbrosos ecos de los estériles".

Era muy incorrecto. Persistía en sus ideas, alentaba a los jóvenes a asumir responsabilidades, reía sin tacha, le gustaban las mujeres y las armas. Daba dinero, ánimo y techo a quien lo necesitaba. Nunca olvidaba a sus amigos y, cuando menos lo esperabas, le oías al otro lado del teléfono. Hacía favores enormes sin preguntar por qué. Siempre vestido con una sonrisa blanca sobre su alma azul.

Manolo bromearía por mis lágrimas, acompañaría mis oraciones y señalaría algún plan de esos que siempre salen bien porque lo intentas.

Manolo, cuídanos desde el lucero que hoy ocupas por derechos y méritos propios. Tu alma enorme en un cuerpo pequeño nos hace volver, una vez más, la vista arriba.

Ignoro si siempre caen los mejores o somos tan lerdos que no sabemos que son los mejores hasta que caen.








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Un rescate fallido: Operación Eagle Claw

Gustavo Morales

Ayer noticia, hoy Historia

Asalto a la Embajada de EEUU
En Irán se había producido un cambio que sólo el Mossad israelí y la Inteligencia francesa habían previsto. Al poder omnímodo del sha Reza Pahlevi, “Trono del Pavo Real”, le había sucedido la intransigencia religiosa del frugal ayatollah Jomeini.  La monarquía imperial de ayer era hoy un califato islámico chiíta.

El exsha Pahlevi fue peregrinando de país en país, mientras desde Teherán amenazaba para quien lo acogiera sin extraditarlo. Nelson Rockefeller, el magnate, y Henry Kissinger, hombre de confianza de Richard Nixon, de Reagan y de George Bush, presionaron al presidente Jimmy Carter para que autorizase la entrada del Sha a los EE.UU. El 22 de octubre de 1979 Pahlevi viajó a Nueva York para hacerse operar.

La noticia inició una ola de masivas manifestaciones en Teherán y millones de iraníes marcharon por las calles de la capital gritando "¡Muera el sha!" y, también, Magbar Amerika. La campaña arreció el 4 de noviembre de 1979, cuando una muchedumbre persa asaltó la embajada estadounidense y tomó como rehenes a cuantos estaban allí. Era el aniversario del exilio del imam Jomeini a Turquía. Los militantes, que se decían “seguidores de la línea del Imam” justifican su ocupación como protesta por el encuentro del presidente iraní Bazargán con el asesor norteamericano Brzezinski. Conscientes de su eco en los medios, los jóvenes musulmanes iraníes liberan a los estadounidenses negros y a las mujeres. Mantienen como rehenes al resto del personal. Ofrecen liberar a los cautivos a cambio de la extradición del Sha a Irán, para ser juzgado por los crímenes contra el pueblo iraní. El Ayatollah aprobó la toma de rehenes de Estados Unidos, sobrepasando por la izquierda a las organizaciones islamomarxistas Fedayin y Muyahidin Jalq, con cantera universitaria. También desautorizaba al presidente iraní y su ala moderada y consolidaba el poder de Jomeini. La euforia por la humillación a la nación más poderosa distrae al pueblo persa de las dificultades económicas de su país.

El presidente Carter rechazo las demandas. Presionó a Irán. Carter declaró el 8 de enero, en una conferencia de prensa, que descartaba cualquier intento de rescate porque "seguramente fracasaría... y los rehenes morirían". En abril de 1980, rompió relaciones diplomáticas con Teherán e impuso un embargo comercial, exceptuando medicinas y alimentos. Los fondos iraníes en Estados Unidos quedaban congelados y contabilizados para indemnizar a los rehenes al ser liberados y pagar las demandas de las empresas norteamericanas contra Irán. Las medidas de Carter no agradaron a los estadounidenses: una encuesta reveló que el 65% de los ciudadanos pensaba que las sanciones no acelerarían la liberación de los rehenes. Un 51% opinó que las acciones del presidente no eran "suficientemente enérgicas". Carter supo que Jomeini retendría a los rehenes por lo menos hasta el primer aniversario de su captura, 4 de noviembre de 1980. Un problema de relaciones internacionales se convertía en un problema electoral. Su principal contrincante, el republicano Ronald Reagan, acusaba a Carter: "Los rehenes no debieron estar cautivos seis días, mucho menos seis meses."

En realidad, el 9 de noviembre de 1979, cinco días después del secuestro, Carter ordenó a sus asesores idear opciones militares, entre ellas una misión de rescate. Diez días después, tenía el informe estaba en su escritorio. Brzezinski propuso mostrar el poder militar: bombardear las instalaciones petrolíferas de la isla iraní de Jarq, bloquear el país por mar y llevar a cabo ataques aéreos. Pero, con los soviéticos en Afganistán, desde diciembre de 1979, Washington no lo consideró oportuno. Una de las razones que llevó al Ejército soviético a Afganistán fue el temor a una intervención directa de EE.UU. en Irán. Optaron por la opción con menos bajas colaterales. Autorizó Carter a la unidad antiterrorista “Luz Azul” a planear y entrenarse para la misión mientras buscaba agotar las posibilidades de una solución diplomática. A petición de Carter, el presidente Torrijos recibió a Pahlevi en Panamá el 15 de diciembre.

El 11 de abril de 1980, Carter ordenó iniciar la misión de rescate. Involucraría las cuatro ramas del ejército: infantería, fuerza aérea, marina e infantes de marina. El Pentágono norteamericano diseñó la operación en dos partes: un grupo se dedicaría exclusivamente a rescatar los rehenes, mientras el otro realizaría ataques de distracción. Era un plan complicado y audaz: seis aviones de transporte C-130 Hércules despegarían de una base aérea egipcia, circunvalarían la península arábiga y aterrizarían en un punto del desierto iraní, cuyo nombre en clave era Desierto Uno, 400 kilómetros al suroeste de Teherán. Ahí se les unirían ocho helicópteros RH-53 Sea Stallion, procedentes del portaaviones Nimitz en el golfo Pérsico, que llevarían a los comandos -una fuerza selecta de 90 voluntarios- a la capital, donde el aterrizaje y asalto se coordinarían con marines que llegarían en camiones camuflados con emblemas del ejército iraní. En el primer plan los pesados vehículos derriban las puertas del recinto. Seis helicópteros RH-53 Sea Stallion salen de la nada. Tres aterrizan en el edificio de la embajada, cubiertos por las ametralladoras eléctricas de los calibres .30 y .50 de los otros tres que sobrevuelan el lugar. Soldados de elite desembarcan y se unen a los escuadrones de marines en camiones. Vencen a los guardias y liberan a los 48 rehenes estadounidenses. Otro grupo saca tres rehenes que tienen separados en el cercano Ministerio iraní de Asuntos Exteriores. Mientras los milicianos chiítas se disparan en medio de la confusión, el comando lleva a los rehenes a los helicópteros, despegan y se internan en la oscuridad. Los rehenes liberados y los comandos viajan en los helicópteros a Desierto Uno, donde abordan los aviones de transporte para volar hacia Egipto, a salvo. Tras reabastecerse en los C-130, los helicópteros regresan al portaaviones. Los demócratas podían imaginar los titulares. “Estados Unidos ha concluido con este audaz golpe su larga humillación; el presidente Jimmy Carter es aclamado”. Así imaginaron los estrategas de la Casa Blanca el resultado del asalto para liberar a los rehenes tras 172 días de cautiverio. Este plan original recibió muchos retoques. Carter estaba en el momento más bajo de su popularidad; sólo un rescate con éxito le daría posibilidades para la reelección presidencial. No fue así.

El plan requería una meticulosa planificación, entrenamiento intensivo, coordinación rigurosa, secreto absoluto y mucha suerte.

Operación Eagle Claw
Los 13 rehenes liberados en noviembre por los iraníes dieron mucha información sobre la Embajada y sus captores, actualizada por las noticias que suministraban los agentes infiltrados, iraníes antijomeinistas.

Las Fuerzas Armadas de EE.UU recibieron varias ofertas. La unidad antiterrorista alemana GSG-9 se ofreció para situar agentes en un equipo de la televisión alemana invitado a visitar la embajada. El SAS británico brindó su asistencia con información previa a la misión.  Las dos ofertas fueron rechazadas por cuestiones de imagen interna y porque Washington no vio aconsejable implicar a otros gobiernos. Eran sus hombres y su embajada.

El plan sufrió reajustes. Los helicópteros RH-53 no poseían el alcance suficiente. Incluso con depósitos auxiliares para volar desde Omán o desde un portaaviones hasta el emplazamiento elegido en el desierto, cerca de Teherán, donde debían repostar tomando el combustible de los enormes tanques de goma arrojados por transportes Lockheed C-130. Las pruebas de lanzamiento de estos tanques se retrasaron y, al final, resultaron un fracaso. Modificaron el plan de nuevo. En vez de trasladarse a bordo de los helicópteros, la Fuerza Delta, creada en 1977 como unidad antiterrorista de ultramar, volaría hasta el lugar de cita en tres MC-130 Hercules mientras los helicópteros se dirigían hacia el punto de encuentro directamente desde el portaaviones, reaprovisionados desde tres EC-130 Hercules, dotados cada uno de ellos con un bolsa de combustible de 11.365 litros. Los tres EC-130 pertenecían al 7° ACCS, mientras que los MC-130 los aportarían los Escuadrones de Operaciones Especiales 1, Filipinas; 7, Alemania; y 8, Florida.

El plan de rescate tomó forma casi definitiva. La alternativa era una cita en el desierto, a casi 490 km. al sur de Teherán. Tres hombres tripulando un transporte STOL, un De Havilland Canada Caribou, demostraron, el 31 de marzo, que era posible aterrizar y despegar en ese sitio. Este punto fue nominado como Desierto Uno y a él transportarían a la Fuerza Delta, allí transbordaría de los aviones MC-130 a los helicópteros RH-53, que deberían repostar previamente en ese mismo lugar. Después los helicópteros volarían a un segundo punto en el desierto a unos 80 km. al sudeste de la capital iraní, para llegar allí aproximadamente una hora antes de rayar el día. Después de descansar durante el día, la Fuerza Delta llegaría con las primeras horas de la tarde a Teherán en camión, desechando la escandalosa penetración en helicópteros que no habría pasado desapercibida. Los rehenes serían liberados por asalto directo a los edificios de la Embajada, y evacuados al estadio de fútbol donde pueden aterrizar y recogerlos los RH-53D. El Pentágono consideró la evacuación de rehenes y comandos desde el estadio a bordo de un Hercules equipado con despegue asistido por cohetes, pero abandonaron el plan al estrellarse el avión durante la prueba.

Dos AC-130 Hercules permanecerían a la espera, uno de ellos en vuelo artillado sobre el aeropuerto internacional Mehrabad para impedir que los dos McDonnell Douglas F-4 Phantom allí destinados pudiesen despegar y el otro sobre la Embajada, listo para detener cualquier intento acorazado iraní. Después de ser evacuados, los edificios serían destruidos por el Hercules para no dejar detrás nada que pudiese utilizarse como propaganda. En el estadio, la Fuerza Delta y los rehenes embarcarían en los helicópteros y volarían hacia Manzariyeh, un aeródromo abandonado a medio camino entre Teherán y la ciudad santa de Qom. El aeródromo se habría asegurado mediante una compañía de Rangers y estos hombres, junto con los rehenes y la Fuerza Delta serían trasladados a Omán mediante aviones Lockheed C-141 StarLifter. Durante todas las fases de la Operación, la Fuerza Delta podía solicitar ayuda aérea del portaaviones USS Nimitz (CVN-68) que habría enviado sus Grumman A-6 Intruder y Vought A-7 Corsair II de ataque y con interferidores electrónicos Grumman EA-6B Prowler, con cobertura superior de los Grumman F-14 Tomcat. Un McDonnell Douglas C-9 Nightingale de evacuación sanitaria habría estado a la espera por si se producían bajas.

A finales de 1979 comenzaron los traslados para acercar los aparatos a Irán. Seis RH-53D fueron aerotransportados a la isla Diego García, en el océano Índico. Allí los montaron y probaron en vuelo antes de embarcarlos en el portaaviones USS Kitty Hawk (CV-63) que estaba destacado en el mar de Arabia. En enero de 1980 fueron transferidos al Nimitz, que llevaba otros dos RH-53D. El presidente Carter aprobó el inicio de la Operación el 16 de abril y la Fuerza Delta voló desde la base aérea de Pope a la de Frankfurt el 20 de abril. Allí se incorporaron a la fuerza otros 13 hombres cuya tarea sería rescatar al puñado de rehenes mantenidos dentro del edificio de Asuntos Exteriores. Después volaron a Wadi Kena, en Egipto, para llegar la mañana del 21 de abril. Aunque la misión iba a controlarse desde Egipto, donde disponían de instalaciones de comunicación por satélite, se partiría desde Masirah, una isla en la costa de Omán. Para entonces los RH-53 a bordo del Nimitz habían sido pintados en color arena, y los aviones de su Ala Embarcada recibieron bandas de identificación rojas para participar en la operación, como los embarcados en el USS Coral Sea (CV-43), que habían sustituído al Kitty Hawk en la zona. Algunas fuentes han apuntado que el objetivo de estos aviones podría ser lanzar un ataque sobre Teherán con el objeto de confundir y saturar las defensas iraníes. Otra opción podría haber sido la de un ataque de castigo a la capital iraní o a cualquier refinería de petróleo. Las fuerzas disponibles a bordo de los dos portaaviones eran poderosas, con capacidad para infligir daños importantes. A bordo del Nimitz se encontraban los A-7 Corsair del VA-82  y del VA-86, los A-6 Intruder del VA-35, los F-14 Tomcat del VA-41 y del VF-84, así como varios Prowler, Vikings, McDonnell Douglas Skywarrior y Grumman Hawkeye. El Coral Sea embarcaba los A-7 del VA-27 y VA-97, así como los F-4N Phantom del VFMA-323. Era la opción del asesor Brzezinski.

La operación de rescate estaba planeada de una forma tan compleja, que necesitó la colaboración de Egipto, Omán, Bahreim, Turquía e Israel. Estaba inspirada en la operación Entebbe, el rescate de rehenes realizado por los israelíes contra los secuestradores palestinos en la Uganda de Idi Amin Dada.

Por la tarde del jueves 24 de abril, los C-130 despegaron de Egipto para cruzar Irán en vuelo rasante, y evitar ser detectados por los radares. El acercamiento sin ser captados fue posible con la ayuda del general Bagheri, jefe de la Fuerza Aérea. Ese día, los 132 hombres del equipo abordaron los tres MC-130 en Masirah para emprender el largo e incómodo vuelo hacia el norte, rumbo a Desierto Uno. La fuerza la formaban 93 hombres de Delta, los 13 del equipo de rescate del edificio de Asuntos Exteriores, una docena de conductores, otra docena de hombres para vigilar las carreteras y dos ex-generales iraníes. El primer MC-130 despegó una hora antes que el resto de la Fuerza, y cruzó la costa iraní a 120 m. de altura y al oeste de Chah Bahar. El vuelo a baja cota a través de Irán no fue fácil ni siquiera con el radar de seguimiento del terreno y el equipo de navegación inercial del Mc- 130, equipado también con un explorador lineal infrarrojo. El avión llegó a Desierto Uno  y conectó una radiobaliza dejada por el avión de exploración, antes de aterrizar y desplegar el equipo de vigilancia de carretera. Pero antes que el MC-130 pudiese volver a despegar llegó a la escena un autobús iraní con 43 pasajeros civiles. Fue detenido, registrado y los civiles apresados. Poco después llegaba un camión que, tras ignorar las órdenes de detenerse, fue destruido por un arma ligera contracarro M72. El conductor consiguió escapar en un automóvil y daría la alarma.

Los ocho RH-53D tenían que llegar unos treinta minutos después del último Hercules. Llegaron sólo seis con retrasos de entre 60 y 90 minutos. Otro RH-53D se vio obligado a aterrizar en ruta por temor a una rotura de pala y otro más abortó la misión tras perder parte del sistema de control de vuelo y algunos instrumentos, en una tormenta de arena. El resto de la formación hubo de volar entre nubes de polvo en suspensión y los dos de la cabeza se vieron forzados a tomar tierra en el desierto y esperar durante 20 minutos a que mejoraran las condiciones. Las dificultades que encontraron los pilotos de los marines se agravaron por el poco conocimiento que tenían del nuevo sistema de navegación inercial paletizado que llevaban en lugar del Omega al que estaban acostumbrados.

En Desierto Uno estaba al mando el coronel Charles A. Beckwith (1929-1994), un boina verde de 51 años. Antiguo jugador de futbol de la Universidad de Georgia, en 1965 se dio a conocer en los círculos militares por un espectacular rescate de boinas verdes prisioneros en Plei Me, Vietnam. Le enviaron una temporada con el elitista SAS británico, el Special Air Service imparte uno de los entrenamientos más duros del mundo. A su regreso, el coronel Beckwith impulsó la creación de la Fuerza Delta. 

Cuando el boina verde buscó a los pilotos del primer helicóptero RH-53D que llegó a Desierto Uno, no encontró al jefe de la formación, el coronel Sieffert, sino al mayor James Schaeffer, un piloto diestro, físicamente agotado y casi incapaz de llevar a cabo la misión. No obstante, tan pronto llegaban, los helicópteros repostaban, listos para la siguiente etapa de la jornada. Mientras se reabastecían de combustible en el desierto, detectaron, un problema  hidráulico en otro helicóptero, provocado por un aterrizaje excesivamente duro. No podía repararse y usar la nave era arriesgarse a un fallo completo del sistema de control de vuelo. El coronel Beckwiht se enfrentó a un dilema: el mínimo indispensable para rescatar a los rehenes se había fijado en seis helicópteros; tenía sólo cinco. Solicitó a Washington, a 13.000 km de distancia, autorización para continuar la misión. La respuesta fue cancelar y salir de Irán. Los comandantes consultaron si seguir o no. Fuentes de información en París afirmaron que los escuchas de radio israelíes revelaron fuertes discusiones entre las partes. Los oficiales en Desierto Uno decían sí y Washington decía no. El presidente Carter ordenó el abandono de la misión y dio instrucciones al Nimitz para ejecutar las “acciones militares necesarias para evacuar nuestras fuerzas”. "Por lo menos no hubo bajas", dijo el presidente a sus asesores, "y no hubo detección".  Desgraciadamente, Carter resultaría estar equivocado en ambas aseveraciones.

Aunque en el plan original los RH-53D iban a ser abandonados en Manzariyeh, se decidió no dejarlos en Desierto Uno. Pero los Hercules habían gastado mucho combustible después de permanecer tres horas con los motores en funcionamiento. El primero de los RH-53D llegados necesitaba una carga completa de combustible, que había agotado para llegar hasta el Nimitz. Después despegó en medio de una nube de arena para virar ligeramente al pasar sobre el ala de uno de los cisternas EC-130. Una pala del rotor principal rozó el fuselaje y lo cortó causando una gran explosión cuyas llamas envolvieron a las dos aeronaves. Las detonaciones de la munición dificultaron la evacuación de los supervivientes y la recuperación de los cuerpos de los tres muertos en el helicóptero y los cinco más fallecidos en el EC-130. Otros helicópteros sufrieron daños. Llegaban milicianos iraníes. Todo el personal embarcó en los Hercules y abandonaron los RH-53D,  ya que los cisternas no disponían de combustible ni siquiera para incendiarlos. La Fuerza Delta regresó en vuelo a Masirah, donde los hombres fueron transferidos a un C-141 StarLifter y a un C-9A. Los aviones volaron entonces a Ramstein en la República Federal de Alemania, después de repostar en Bahrain. Grecia reveló haber concedido permiso para que sobrevolaran su espacio aéreo tres cargueros de la USAF en ruta de Bahrain a Ramstein. El coronel Beckwith solicitó un ataque aéreo para destruir los RH-53D abandonados. El ataque no se lanzó, dicen que por miedo a dañar a los civiles iraníes del autobús capturado. Los iraníes alegaron que habían destruido los helicópteros para evitar que los estadounidenses emprendiesen otra misión para recuperarlos. Lo cierto es la escasez de repuestos para sus propios RH-53 que padecía la Armada de Irán.
El plan fue aventurero e incluía un margen de error excesivo. La sorpresa era el factor principal y la confianza en la poca capacidad de reacción de la cadena de mando iraní. En esto estaban acertados: el ministro de Defensa iraní no supo nada de la operación hasta el anuncio de la Casa Blanca, saliendo de la habitación tan precipitadamente que empujó al corresponsal de una emisora británica de radio que lo testimonia. Otra de las causas del fracaso fue la falta de fiabilidad de los helicópteros, en parte achacable a la escasa experiencia en su mantenimiento del personal del Nimitz. El plan era además extremadamente ambicioso y careció de una adecuada planificación de contingencias, entre ellas el mal tiempo que supuso la tormenta de arena, las averías de las naves y la intervención de milicianos iraníes. Murieron cinco tripulantes de un C-130, y tres marines del RH-53. Otros cuatro soldados sufrieron quemaduras graves. Los cuerpos de los caídos se abandonaron ante la llegada de iraníes armados que aparecieron en Desierto Uno. Los comandos se apiñaron en los C-130 restantes para salir apresuradamente. Alertados por la intentona, los militantes iraníes dispersaron a los rehenes estadounidenses en varios lugares de la capital para imposibilitar otra misión de rescate.

Carter apareció en la televisión y ante todo el país se responsabilizó del fracaso. "Fue mi decisión intentar la misión de rescate", declaró, "y fue mi decisión cancelarla cuando surgieron problemas". Según los comentaristas, el fracaso de todos sus esfuerzos para liberar a los rehenes -y especialmente el humillante final de la misión de rescate- costó a Jimmy Carter la reelección presidencial. Ronald Reagan lo derrotó fácilmente en las elecciones de noviembre.

     Tras la muerte del ex-Sha el 17 de julio, la Cámara de Representantes norteamericana dirigió un mensaje al Majlis iraní instándole a reconsiderar el problema de los rehenes. El Parlamento contestó que EE.UU. debía asumir las responsabilidades financieras y económicas derivadas de las acciones de Mohammed Reza Pahlevi: devolución de los fondos del Sha, cancelación de las demandas norteamericanas contra Irán, descongelamiento de los cuantiosos fondos iraníes en bancos estadounidenses y la promesa de no intervenir en los asuntos internos iraníes. Ronald Reagan, el candidato presidencial  republicano, aseguró que aceptaría tres de esas condiciones y dejaría la decisión sobre los fondos a nombre del Sha en manos de los tribunales.

Más de medio centenar de estadounidenses permanecieron cautivos durante 444 días en la embajada de EEUU en Irán, entre noviembre de 1979 y enero de 1981, después del derrocamiento del Sha Mohamed Reza Pahlevi y la instauración de un régimen islámico. El mismo día que Reagan prestó juramento como presidente, el 20 de enero de 1981, los jomeinistas liberaron al último de los rehenes.

Irán no tiene mucho tiempo para regodearse en su victoria y anunciar al mundo el fracaso de la misión de rescate contra “el nido de espías” denominación chiíta de la Embajada norteamericana en Teherán. El 22 de septiembre de 1980, el Iraq de Saddam Hussein ataca al Irán de Jomeini pero esa es ya, otra historia.

Como colofón, algunos rehenes norteamericanos reconocen al anterior presidente Ahmedineyad entre los asaltantes. Son Chuck Scott, coronel retirado del Ejército de EE.UU., Kevin Hermening, William Daugherty, David Roeder y Don Sharer. Ahmedineyad era entonces estudiante de la Universidad de Ciencia y Técnica de Teherán y miembro de la Oficina para el Fortalecimiento de la Unidad, una de las organizaciones estudiantiles radicales que planificaron la toma de rehenes pero, según su entorno, estaba más preocupado en atacar a los soviéticos que a los estadounidenses. El líder de los estudiantes que irrumpieron el 4 de noviembre de 1979 en la Embajada, Abbas Abdi, aseguró que Ahmedineyad se opuso: "No formó parte de nuestro grupo. No tuvo ningún papel en el ataque, y mucho menos en la seguridad" .


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