Berlín 1990

Gustavo Morales


Del entusiasta y nutrido grupo inicial apuntado al viaje al último 1 de mayo comunista en Berlín quedamos tres: Antonio, Emilio y yo.

Nos reunimos en el Zambombo. Se plantea salir esa noche. A la una, decenas de universos personales, léase insectos, se estrellaban contra el parabrisas, impávidos los viajeros.

Comemos junto al Ródano y tomamos la primera cerveza y foto en Frieburgo, hermosa ciudad estudiantil donde marginan a los ignorantes a las oficinas de turismo. La cena es en Manheim; allí la camarera se exaspera ante nuestro desconocimiento del germano idioma y nosotros ante su extulticia. Tengo que dibujar un cerdo en una servilleta para que sepa lo que quiero.

Iniciamos las copas en la discoteca Alcázar, atraídos por el nombre, donde topamos con la vigesimosexta compañía de negros cachas de los Estados Unidos y alemanas aledañas. Unos tragos rápidos, un tío detenido por la Polizei en medio de la pista y nos vamos a preguntarle a un guardia, modositos nosotros, dónde podemos ir a continuar de parranda; seguimos religiosamente sus indicaciones y nos metemos en un tugurio oscuro y raro do moran las macizas y sus colegas. A lo que íbamos, en el tugurio continuamos trasegando; el camarero me pregunta amable que si quiero otro vodka, ¿invitación? no, gracias, y cobra otros cinco marcos. Constatamos que el trece por ciento de las alemanas no llevan mechero y piensan que nosotros sí. Nos vamos a que nos pongan una multa por exceso de velocidad. No os vayáis a creer, íbamos a sesenta y ocho con límite a cincuenta. Flash rojo y a pagar o te inmovilizan el coche.

La primera aduana que pasamos en Europa es con la gloriosa polizei de la República Democrática Alemana, donde nos aceptan gustosos previo pago de quince marcos, quince, proceso que se repetirá constantemente. Dormimos en el coche y desayunamos en Jena, en cuyo hotel abolieron el buffet libre después de nuestro paso. Amplias avenidas y edificios bien cuidados anticipan el Berlín oriental pero entramos por el otro. Llegando a Berlín occidental, en primer lugar encontramos la Spanische Alle y, ya en el centro, una manifestación pro-kurda de unos doscientos. Un poco más adelante, policías vestidos de verde flanquean otra manifestación más nutrida de ciclistas. Un ciudadano ayuda a detener a un huido y obtenemos un folleto turístico donde indican todos los hoteles, hostales y variantes de la ciudad, plano incluido que se revelerá completamente inútil, como las explicaciones, siempre en alemán, de la ventanillera. Nos empeñamos en llamar fraulein a las camareras y nos huyen como la peste, luego sabremos que es sinónimo de solterona. A las dos horas, maldiciendo el capitalismo germánico entramos en el OstenBerlin y los brazos se elevan ante tanta magnificencia. Fotos. Preguntando por la puerta de Brandenburgo se nos mete en el coche una alemana que nos aparca junto a la embajada soviética y convence al guardia de rigor de la brevedad de nuestra parada, "pena de coche bomba". Los aledaños están en obras y la dichosa puerta también, así que formamos parte del reducido grupo de terrícolas que se han hecho fotos con la puerta de Brandenburgo en obras. Tomamos unas tazas de moka, juro que es cierto, en un café próximo con Silva, que así se llamaba y nos dijo lisamente que era miembro del partido comunista; miramos sin encontrar cuernos ni otro rabo que el del palestino con quien vive, de la fracción de Arafat de la OLP por más señas, tiene una hija de seis años -ella, el palestino tiene dos-, padres procedentes del Báltico y un pequeño piso; ha estado trabajando en la Universidad, en un equipo de proyectos de desarrollo ganadero. Nos ofrece su casa para dormir pero optamos momentáneamente por buscar hotel al otro lado del muro, en éste nos han llegado a contestar hasta que no tienen personal. Cruzamos sin éxito. En la cena, para mas inri, nos confunden con italianos, llaman Salvatore a Emilio y acabamos durmiendo en un pueblo de la RDA, tras vuelta a pasar por la aduana donde los vopos no aceptan su propia moneda como tasas. Por la mañana nos saltamos la línea contigua y nos para la polizei democrática a la que juramos por la salud de Margaret Thatcher que no tenemos ni un marco alemán y nos deja ir. Desayunamos en un bar estilo años sesenta, donde mandaba un camarero con el pelo engominado y aspecto aristocrático; el desayuno se compone de café y panecillos con pepino, queso, tomate y algo que recuerda lejanamente a la butifarra.

Buscamos a Silva, que está en su casa con la puerta abierta ajena a ladrones, diputados y demás chorizos. Nos la llevamos de cicerone. En una cervecería, atentan contra nuestras vidas: El primer intento de envenenamiento lo realizan con un brebaje, muy del gusto de Antonio, por lo que huímos a otra cafetería donde hablamos de la propiedad privada, único tema serio del día dedicado a las chanzas y a la marcha atlética por el campo, con gran "alegría" de Emilio y Antonio. Comemos a las cinco y pico, probamos el irrecomendable vino alemán y bebemos vodka antes de que quemen la copa, costumbre bolchevique asaz extraña que practicaba Silva horrorizada por el ritmo alcohólico que llevabamos. Ahí es donde Silva nos cuenta lo de su amor palestino, polígamo el muy buitre. Vemos hermosas casas de campo a millón y medio y regresamos a darnos la primera ducha por aquello del pestazo. Hablamos, ¿cómo no?, del futuro de Alemania, aderezado por narraciones de nuestra anfitriona, historias de vecinos apiñados en pisos enanos, mientras en la televisión se suceden las películas sobre lo malo que fue Bismark y el holocausto. Ahora se quedarán sin trabajo pues sus empresas no pueden competir de ninguna manera con la avanzada tecnología de Alemania occidental. Pienso que quienes pagarán el pato final serán los emigrantes turcos y magrebíes, pues a igualdad de condiciones las empresas preferirán contratar alemanes orientales con mejor cualificación y las mismas aspiraciones salariales de los musulmanes. Nos bebemos media botella de DYC, dejamos el resto a nuestra anfitriona y salimos. Cantando hermosos himnos en el coche nos dirigimos al Yuga, llamándonos cretinos cada una de las tres mil veces que nos perdemos. El ambiente del pub es raro y nos han dejado entrar por ser guiris, da caché. Tiene todo el aspecto de un pub posmoderno lleno de situaciones ambiguas; pero con copas y entradas ochocientas pesetas la ronda. Nos vamos al Armony, esperamos con algunos en la puerta hasta que se evidencia que el portero cuela a los que llegan después. Cabreados volvemos al coche y tiro al suelo, venganza mediterránea, las botellas vacías, los ceniceros y la bolsa de la basura donde estaban los únicos paquetes de Ducados que Antonio se trajo de España. En la disco del Hotel tampoco entramos porque no nos dio la gana ni a nosotros ni al portero de los ascensores. Acabamos en un discobar vacío. Tema: Dios y la seguridad social británica. Tornamos a casa de Silva donde dormimos los tres en dos colchones, Antonio en medio. No fue scout.

Por la mañana nos espera un magnífico desayuno, de ingredientes similares al anterior, y hablamos de ir a Praga, a Basilea y a Danzing. Al cruzar el muro nos para un vopo y nos señala sin consecuencias que hemos sobrepasado los límites del visado. Encontramos el Polanmarket y amargamos la mañana a un negro regateando, saliendo cargados de gorras y demás parafernalia militar bolchevique. Entramos en una cervecería y los parroquianos se ponen a buscarnos hotel con la guía y el teléfono. Finalmente tenemos dos opciones y nos instalamos en el Hotel Queen reconciliados con el capitalismo tras invitar a nuestros amables auxiliadores. Nos duchamos, descansamos y salimos por Berlín occidental. La noche comienza con sabor español: cena y tertulia política a voces -somos los únicos que damos voces en toda Alemania-, seguida por una arraigada afición cinematográfica y unas copas en "Reclavez estafosen".

Ahítos de germánicas risas, tornamos al Hotel donde nos bebemos las botellitas de whisky de la nevera porque entra más priva que en los bares.
Por la mañana se suceden los discursos del 1 de mayo, "coleguen un coleguen", mientras salimos de vuelta.

En el viaje, ¡qué contaros!, Antonio se mete con las viejas en los autoservicios, nos preguntan que si somos moros o iraníes, se nos llena el coche de dulces estudiantes húngaras...Vamos, las cosas normales que pasan en los viajes de treinta horas.

PREMIOS PREMIOS

Tachín, tachín, parapachun, panpanpanpanpanara banparabanturuturu, tutú...

Al error más reiterado: Emilio, con el Osteberlin y Berlín oeste.

A la cinta más exitosa: Antonio, "porque una casa portuguesa con certeza es con certeza una casa portuguesa".

A la palabra más repetida: Apoteke.

Al conductor menos multado: Gustavo, que no tuvo ocasión.

A la televisión con mayor número de programas sobre el holocausto: la de la RFA.

A los que menos les gusta hablar del tema: a los de la RDA.

A los más cordiales: los alemanes "democráticos".

A la ignorancia linguistica: todos los germanos.

A las mejores autopistas: las francesas.

A las más caras: las francesas.

A los coches más cutres: los de la RDA.
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Las fuentes ocultas del poder


Las fuentes ocultas del poder
La sabiduría no envejece
Gustavo Morales

Las fuentes ocultas del poder suelen ser:
-          Sociedades secretas
-          Prensa y medios de comunicación
-          Grupos de poder
-          Ideología
No soy Ismael Medina para hablar con autoridad de los illuminati o la masonería. Además, estoy seguro que en este medio el tema será tocado de sobra por plumas más eruditas al respecto. Sobre la prensa ya disertamos en la revista Catoblepas de Gustavo Bueno (http://nodulo.org/ec/2005/n041p01.htm). Los grupos de poder engloban tanto a los partidos políticos, monopolizadores del sistema de representación, como a los clubes de poderosos: Grupo Bilderberg, Club de Roma, el Foro Económico Mundial y un recatado etc.

La ideología, sin embargo, no está tan reconocida como una de las fuentes ocultas del poder. El mercado libre, la posibilidad de elegir, no se refiere, como invocan sus corifeos, a la capacidad de los individuos para elegir cómo llenar sus estómagos o disfrutar de diferentes servicios. La realidad es que se refiere, principalmente, a la libertad de las corporaciones y multinacionales para elegir cómo maximizar sus beneficios por encima de los derechos sociales, nacionales e individuales. Estas macroempresas son las principales beneficiarias de la desaparición de las fronteras y de la globalización entendida ésta como una forma “inevitable” de internacionalismo “en la que se reforma la civilización desde la perspectiva del liderazgo económico. El liderazgo aquí no lo ejercen las personas, sino la fuerza innata del funcionamiento de la economía; es decir, el mercado”[1]. De esto se infiere que será la economía y no la política la determinante de la Historia. La integración económica internacional es el nuevo objetivo que dibuja nuevos protagonismos y diluye, en el mejor de los casos, otros como los Estados-nación a pesar de que, a partir de 1989, aparecen en la escena política dos docenas de estados nuevos, tanto dentro de Europa como en la antigua Unión Soviética. No es sólo la economía la nueva dirigente del orden mundial sino una escuela precisa y concreta. Globalización es la extensión del modo occidental de entender el mundo. “Es un complejo proceso de expansión de unas determinadas maneras de ver y comprender el mundo, de unos valores específicos y de un modelo de organización”[2]. Un escritor libanés lo resume: La ciencia occidental se “convirtió en la ciencia, su medicina en la medicina; su filosofía en la filosofía y desde entonces ese movimiento de concentración no se ha detenido”[3]. Se reconoce la certeza de Peter Durcker cuando habla de “un mundo globalizado, que será un mundo cortado por el patrón occidental”[4]. El sociólogo iraní Ali Shariati destaca como la modernidad, y consiguiente globalización, es sencillamente una velocidad de desarrollo que corresponde a parámetros eurocentristas[5]. Es interesante destacar esa velocidad del cambio que nos hace vivir en una transformación permanente. Ahora es “improbable que las formas, presentes o sólo esbozadas, cuenten con el tiempo suficiente para solidificarse y, dada su breve esperanza de vida, no pueden servir como marcos de referencia para las acciones humanas y para las estrategias a largo plazo”.[6] Si las vidas de nuestros tatarabuelos no diferían demasiado de las de nuestros abuelos, dadas las escasas magnitudes de los cambios, las nuestras están instaladas en el cambio permanente. El tiempo se reduce y la tecnología generaliza la inmediatez. Y éstas no son cualidades de la occidentalización sino, más bien, de la modernidad que requiere industrialización, urbanización y alfabetización[7]. Occidente es, en cambio, filosofía griega, religión cristiana, estado de derecho, separación Iglesia-Estado y sociedad civil.

El paradigma de la globalización es un sistema capitalista mundial, donde el capitalismo financiero es hegemónico, compuesto por gobiernos democráticos parlamentarios que compiten entre sí sin conflictos armados.

Al ser la globalización una etapa histórica, que busca un mercado único mediante la imposición de un discurso único, requiere la gobernabilidad del capitalismo mundial. “Es un proceso histórico de integración del espacio social internacional en términos de conformación de una única realidad en cuyo seno se desenvuelven los distintos colectivos humanos”[8].

En esta tarea destacan por su poder las máquinas ideológicas, prensa y publicidad, capaces de crear consensos. Es más eficaz convencer que reprimir y los medios, que vehiculizan el consumo por la publicidad, son ideales para crear estados de opinión determinados por la propaganda. “Las redes y los procesos de comunicación y cultura son cada vez más globales”[9].

Tras la mística del mercado y el señorío del consumo está el poder de las corporaciones, que determinan los precios y los costes, que corrompen la política y que conducen la respuesta del consumidor. Los hombres con dinero pueden comprar a los hombres con poder dentro de la disposición permanente de la economía a colonizar la política. Además, parte del poder de que disponían los gobernantes nacionales se desplaza a manos de instituciones mundiales. Esto “alienta a los órganos del Estado a desentenderse, a transferir o aplicar los principios de ‘subsidiariedad’ y ‘externalización’, delegando en otros un gran número de las funciones que antes habían asumido. Abandonadas por el Estado, tales funciones quedan a merced de las fuerzas del mercado”[10].

Para poder jugar en el gigantesco campo de la globalización son necesarias empresas de enormes dimensiones, con grandes ramificaciones internacionales, donde los auténticos protagonistas no son los propietarios, los accionistas, sino los gestores de las mismas. En román paladino, la tienda de la esquina no tiene nada que hacer frente al hipermercado de la multinacional que trae sus productos de los lugares donde se producen más baratos. De nuevo, recordamos que ese sistema mundial tiene una ideología clara y concreta que no es la síntesis de todas las hegemónicas anteriormente sino la misma que emergió victoriosa de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría.

En ese contexto internacionalista nuevas estructuras aparecen en la escena mundial. El espacio de la solidaridad que antes suponían las naciones es relevado por el crecimiento y la multiplicación de las organizaciones no gubernamentales, cuyo ámbito de actuación también trasciende las fronteras y cuyo modelo de dirección es muy similar, en déficits de democracia y de trasparencia, al de las grandes multinacionales. Son también fruto de la ideología hegemónica, donde hasta la caridad es un asunto particular en manos de entidades privadas. Los líderes de las ONG, que no representan a nadie, que no han sido elegidos por nadie, se arrogan un peso específico arbitrario. “Se establecen desde un principio en el centro de la esfera pública autoconfiriéndose pleno derecho a actuar al amparo de un supuesto manto de ‘legitimidad de función’ según el cual, su presencia en este ámbito no tiene por qué ser explicada pues la consideran plenamente válida al plantear cuestiones globales de interés general”[11]. Es innecesario que aclaren cuáles son sus fuentes (cada dos segundos, muere un niño), la falta de contrastación de las informaciones que airea y un claro peso ideológico. Además, los gastos de mantenimiento de sus estructuras son una buena parte de sus presupuestos con lo que la ayuda que prestan, con algunas honrosas excepciones, es insignificante y sirven más, de nuevo, a sus gestores que a sus fines declarados.
Esa ideología no se expresa en partidos políticos concretos. De hecho, la mayoría de los que están sentados en el parlamento la comparten y difieren en modos de gestión más que en el fondo de la cuestión.
¿Las fuentes ocultas del poder? Son varias pero no olvidemos lo que comparten: la ideología.



[1] John Ralston Saul “El colapso de la globalización y la reinvención del mundo”. RBA Libros. Barcelona, 2012, página 45.
[2] Juan C. Jiménez Redondo “Los dogmas de la antiglobalización”, Editorial Club Universitario. Alicante, 2006, página 17.
[3] Amin Malouf, “Identidades asesinas”, Alianza Editorial, Madrid 1999, página 86.
[4] José Vidal Beneyto, “La ventana global”, Taurus, Madrid 2002, pág. 76.
[5] Ali Shariati, “Sociología del Islam”, Edita Al Hoda, Teherán 1988.
[6] Zygmunt Bauman “Tiempos líquidos”, Ensayos Tusquets. Barcelona, 2007, página 7.
[7] Fareed Zakaria “El mundo después de USA”, Espasa Calpe. Madrid, 2009, página 74.
[8] Juan C. Jiménez Redondo “Los dogmas de la antiglobalización”, Editorial Club Universitario. Alicante, 2006, página 17.
[9] Enrique Bustamante, “Nuevas fronteras del servicio público y su función en el espacio público mundial”, en La ventana global, 2002, página 190.
[10] Zygmunt Bauman “Tiempos líquidos”, Ensayos Tusquets. Barcelona, 2007, página 8.
[11] Juan C. Jiménez Redondo “Los dogmas de la antiglobalización”, Editorial Club Universitario. Alicante, 2006, página 155.
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