Viejo

Tan viejo que nací en una casa sin televisión. Cuando la trajeron, para vergüenza de mis padres, salí a la calle pegando saltos y gritando: "tenemos tele, tenemos tele." Emitían una serie que se llamaba El túnel del tiempo.

Tan viejo que durante años el teléfono fue un aparato negro que había en el pasillo y que sonaba de vez en cuando para decir: "sí, no y a las cuatro en Callao."

Tan viejo que podías hablar toda la tarde con los amigos, teniendo toda su atención.

Tan viejo que expresiones como dama, caballero, honor, valor, constancia, integridad, compromiso... sabías perfectamente su significado y lo imperativo de su práctica.

Tan viejo que cuando te inflabas a tortas o cantazos con otros y acababas en la Casa de Socorro, volvías a la tuya y no había que dar muchas explicaciones ni te llevaban al frenopático. 

Tan viejo que nunca se me ha ocurrido decir, cuando alguien habla de un año pretérito, "yo no había nacido".

Tan viejo que me he caído dentro de una alcantarilla cuando el barrio estaba inundado y llevábamos botas de goma.

Tan viejo que hice bachiller superior: quinto, sexto y COU. De ciencias por cierto aunque sin caer en la superstición científica.

Tan viejo que escribo esto.









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Cara libro y la pía

Hace muchos años, el siglo pasado, se experimentó con gente haciéndola vivir en una casa de cristal donde realizaban todas sus actividades a la vista de los viandantes. Entonces los sociólogos y otras gentes de mal vivir comentaron el esfuerzo que suponía para el individuo estar todo el día expuesto a las miradas de los demás.

Ahora esas gentes exponen lo que comen, el viaje con su tía Eulalia y los avatares consuetudinarios que acontecen en la rúe. Ese streptease moderno son las redes sociales donde voluntariamente nos metemos en una caja y exponemos toda nuestra existencia. 
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