¡La geografía, memo!

No hable de geoestrategia el que no sepa geografía. 
Los odios y las hostilidades van y vienen. Uno se pregunta por qué tantos muertos en guerras entre naciones que pocos años después son una comunidad plurinacional. Y pienso en los soldados, a los que se entrenó para vencer la tendencia natural del animal de huir del peligro: la krajina, el califato, Deus le volt, el reich, el imperio, el socialismo... y hacerles correr hacia la muerte cuando lo que se juega, en realidad, no es la existencia de la nación sino avatares de la política o un malentendido juego de alianzas automáticas como el que dio lugar a la Gran Guerra de 1914 entre naciones miembros hoy de la Unión Europea.


Por encima de la ideología está la geografía. Marruecos siempre será el vecino del sur, como Francia el del norte para desgracia de nuestros camioneros. Y se puede practicar la francofobia o la morofobia pero van a seguir ahí.
La balsa de piedra es una novela de Saramago. Nuestra situación peninsular como finis terre de Europa occidental ante las costas de África es inamovible. Algo tendrá de bueno cuando los lores se engolfan en Gibraltar.

Las fronteras se mueven -Si Kant naciera hoy sería ruso- pero las vecindades permanecen. Téngase en cuenta a la hora de planear.

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Consumirás las fiestas

Basta ya de ocultar bajo el manto de la libertad los intereses de los poderosos. Es la libertad con apellidos, la libertad de horarios comerciales. La capacidad de abrir más de ocho o diez horas diarias y de vender los festivos no la tiene el comercio familiar, el pequeño minorista; es una libertad que sólo pueden ejercer las grandes superficies, los hipermercados. Es una libertad para los grandes, para los fuertes, es una libertad en monopolio de los poderosos. Esa libertad perjudica a los pequeños, a los que no son competitivos con los enormes y ávidos centros comerciales.

Dirán que con esa presunta libertad los clientes podemos acudir cuando queramos, fuera de nuestro horario de trabajo. Lo que no dirán, claro, es que así convertimos el tiempo de ocio en consumo, nada de vida familiar y/o con los amigos. Si tienes tiempo libre, a consumir al mastodóntico centro comercial. Así, bajo la bandera de la libertad de horarios, lo que hacen es convertir el ocio en tiempo de consumo. ¿Es el cliente el beneficiario? Está claro que no. “Cuando dejes de trabajar, a comprar” es su lema.

La libertad de horarios va contra el trabajador de la tienda del barrio, contra la familia del comercio cercano e, incluso contra el cura de la parroquia que ve como el mandato “santificarás las fiestas” se trueca en “consumirás en fiestas”.

Comenzarán desapareciendo los pequeños establecimientos, donde hemos recibido un trato personal, casi familiar. Donde todo el mundo sabe tu nombre. Los sustituyen los grandes centros donde eres anónimo, sólo cartera y tarjeta de crédito. Ya no será salir a la calle, a la tienda del barrio: “Juanito, baja y compra una barra de pan y, si tienen huevos, media docena”. Ahora es coger el coche por narices para ir al hipermercado en las afueras. Por eso disponen de esos monstruosos aparcamientos. Consumir gasolina, desgastar coche, contaminar, invertir varias horas para poder suministrarse cada semana. Cuando estamos allí, los caminos trazados por los estantes de productos nos llevan a comprar cosas que ni queríamos ni necesitábamos. Sociedades anónimas, clientes anónimos. No forma parte de tu entorno, no es un pequeño puntal más de tu municipio, de tu barrio. Los hipermercados son la avanzadilla neoliberal en lo cotidiano, desenraizan. Detrás de sus fastuosos anaqueles llenos de productos está la explotación al campesino, la imposición de precios de compra donde se llevan la parte del león. Bajo sus techos, se imponen condiciones de trabajo abusivas contra el nuevo proletariado de la gran distribución comercial.


¿Quieren libertad de horarios? que empiecen con ella los ministerios, las ventanillas del Estado, de los bancos, las administraciones públicas... esos lugares donde nos obligan a ir y que nos hacen perder tiempo de trabajo. Si hoy no protegemos la panadería, la frutería o las demás tiendas del barrio, la libertad de horarios pasará a otros ámbitos, a tu empleo y acabaremos con horarios de chinos, con sus condiciones de vida y con sus sueldos.

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