Dos de mayo, España toma conciencia

Gustavo Morales

Hace doscientos años el pueblo español entró en la arena pública y se hizo protagonista de su destino. Mientras la mayor parte de la clase dirigente nacional se rendía ante Napoleón, los españoles: majas, aguadores, herreros, campesinos, soldados, etc. proclamaron su derecho a elegir su nación y su gobierno. El grito de “vivan las cadenas” como, más tarde, el unamuniano “que inventen ellos”, no es sino la expresión de la rebeldía ante las imposiciones que llegaban desde Francia, basadas en las bocas de los cañones y en el filo de las bayonetas. Fernando VII no era digno de ese esfuerzo ni de ese sacrificio pero España sí. La nación ocupó, de una vez por todas, el lugar de la lealtad al señor natural.
El ejército francés no traía  igualdad, fraternidad ni libertad,  presuntos ideales jacobinos, sino arrogancia y dominio. Estaba mandado por un emperador despótico, embriagado por sus éxitos militares, tanto reales como inventados por una prensa que controlaba magistralmente.
El alzamiento en la capital prendió en toda España. Lo iniciaron dos mil madrileños, como las señoras Malasaña y Clara del Rey, y 71 militares, de los que tenían la máxima graduación los capitanes Daoiz y Velarde. El pueblo español ofreció un modelo, en palabras de Chateaubriand, a una Europa pusilánime que, siguiendo el ejemplo español, enfrentó al emperador Bonaparte con un enemigo más poderoso que los reyes: la nación, que en 1808 comienza su alzamiento en España. El dos de mayo de 1808 el pueblo español entró en política para no irse de ella jamás.

Dos de mayo

Goya nos dejó prueba gráfica de aquel día de mayo. Podemos ver a los mamelucos cargando contra un pueblo que se defiende con cuanto tiene a mano. Inspiraron  a Unamuno para aconsejar: “id contra ellos con hoces, con palos, con piedras. No razonéis con sus razones, porque si lo hacéis estáis perdidos”. A los centenares de muertos en las luchas callejeras se suman los fusilados el tres de mayo. En Los emblemas de la razón, Jean Starobinski ofrece una interpretación del cuadro de Goya sobre los fusilamientos del Tres de Mayo. En cuanto explica que Goya presenta a los condenados como masa anónima, sólo destaca el grito del hombre con la camisa blanca, a punto de ser masacrada en un acto de barbarie, por añadidura racional en su forma de organización. El cuadro enfrenta un grupo desordenado frente al orden perfecto del pelotón de fusilamiento francés.
El 2 de mayo Madrid no superaba los 160.000 habitantes y el ejército español lo formaban no más de 9.000 soldados. El ejército francés en Madrid por el contrario encuadraba a 10.000 soldados asentados en la capital y unos 2.000 mas pululando por los alrededores. De ellos, más de 3.000 eran veteranos curtidos de la Guardia Imperial.
Hoy nos dicen que los rebeldes patriotas de ese día eran, en un 45 por ciento, asalariados; otro 27% fueron funcionarios; los militares apenas llegaron al 15%.

Madrid

En febrero de 1808 había ya en la Península Ibérica 70.000 soldados franceses. Era ya evidente que no se dirigían exclusivamente a Portugal y que España estaba siendo ocupada. En marzo, diversos incidentes entre los invasores y los españoles dejan un saldo de tres soldados galos muertos y otros tantos heridos.
Los incidentes se suceden. En la calle un soldado francés es rodeado y reducido por un pequeño grupo en la Plaza de la Armería, pero una avanzadilla francesa impidió que pasara a mayores. La noticia corrió como la pólvora, y el pueblo estaba decidido a levantarse. La ira, la cólera, se desató, todo el pueblo acudió a la calle Nueva arrojándose sobre los artilleros franceses entre los ya heridos y moribundos. “Armas” “Armas” resonaba en las calles, cualquier herramienta sacada de las cocinas o de las herrerías valía para luchar.
La insurrección empezó a ser un hecho, San Justo, la Plazuela de la Villa, … en la cava de San Miguel se luchaba contra un grupo de soldados franceses; en torno de la Puerta del Sol un grupo apostado en la esquina del callejón de la Chamberga se enfrenta a la soberbia caballería napoleónica, una maja cayó con la cabeza abierta por un sablazo; la villanía espoleó el coraje de los hombres. Los soldados extranjeros intentan violar a Manuela Malasaña, una costurera de 15 años, la moza se defiende con furia y con unas tijeras. Es asesinada en plena calle.
En la Puerta del Sol hombres y mujeres luchaban contra los coraceros, varios fusiles van a parar a las manos del pueblo de Madrid, por la calle Mayor ya no se veía un francés, “Han huido, no ha quedado ni uno para simiente de rábanos”  gritan los rebeldes hasta que escuchan el ruido de tambores y cornetas y las pisadas de caballos imperiales. Todas las divisiones y cuerpos del ejército francés estaban allí, eran los infantes, artilleros y jinetes de Austerlitz, Montera, Carretas, la carrera de San Jerónimo, la Puerta del Sol. Los mamelucos, la guardia pretoriana francesa, actuó sin piedad, la lucha desigual duró hasta la madrugada. Lamentos, gritos, hombres, mujeres y niños,… Hasta Neptuno contempló los fogonazos que iluminaron aquella noche.
En Móstoles los alcaldes firmaban un manifiesto de lucha contra los franceses. La pluma era ilustrada: “Españoles, la Patria está en peligro, acudid y salvadla”
Las noticias se extendieron el mismo día por Extremadura, Andalucía,… y todos los españoles se alzaron contra la invasión siguiendo a sus compatriotas de Madrid que han encendido la llama de la insurrección.
El 3 de mayo, centenares de sublevados fueron fusilados, arcabuceados y quemados tras haber sufrido tortura y ser condenados a muerte, todo en una noche. El Cuartel de la Montaña, el Cerro del Príncipe Pío y la Casa de Correos de la Puerta del Sol son testigos. La guerra de la independencia había comenzado.
Nadie lo cuenta mejor que Galdós. Escribe éste un párrafo sintético de la jornada del 2 mayo de 1808: "...advertí que la multitud aumentaba, apretándose más. Componíanla personas de uno y otro sexo y de todas las clases de la sociedad, espontáneamente reunidas por uno de esos llamamientos morales, íntimos, misteriosos, informulados, que no parten de ninguna voz oficial y resuenan de improviso en los oídos de un pueblo entero, hablándole el balbuciente lenguaje de la inspiración. La campana de ese rebato glorioso no suena sino cuando son muchos los corazones dispuestos a palpitar en concordancia con su anhelante ritmo y raras veces presenta la Historia ejemplos como aquél, porque el sentimiento patrio no hace milagros sino cuando es una condensación colosal, una unidad sin discrepancias de ningún género, y, por tanto, una fuerza irresistible y superior a cuantos obstáculos pueden oponerle los recursos materiales, el genio militar y la muchedumbre de enemigos. El más poderoso genio de la guerra es la conciencia nacional, y la disciplina que da más cohesión, el patriotismo."

Los días después

El 10 de mayo el Diario de Madrid, periódico afrancesado, defiende “la integridad e independencia de la nación”, aun justificando la voluntad imperial. Esas dos ideas reaparecen en artículos y manifiestos de uno y otro bando.
El 6 de junio de 1808, la Junta Suprema de Sevilla se dirige a Napoleón exigiéndole la restitución a España de la familia real, y que “respete los derechos sagrados de la Nación, que ha violado, y su libertad, integridad e independencia”.
La rebelión no la asumen unas instituciones reales sumisas a los dictados del invasor. García de Cortazar describe un ejército acuartelado, que abandona a los pocos oficiales unidos al arrebato pasional de los madrileños, una larga nómina de gente letrada que confía en las tropas imperiales y en un rey de dinastía napoleónica para la prolongación del despotismo ilustrado, y una burocracia y unos monarcas entregados a Napoleón. El vacío institucional tras la rendición de los “poderes constituidos” ante el invasor facilitó la cristalización del protagonismo nacional, cuya soberanía nacional carecería de depositario institucional hasta Cádiz. En la constitución que allí elaboran, se proclama: “la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”.
Muchos ilustrados españoles se unieron a ese pueblo en la lucha por la independencia: el conde de Toreno, Argüelles, Flórez Estrada, Muñoz Torrero, Martínez de la Rosa... Cádiz será la cima de esa nación, estrenando constitución. Juan Pérez Villamil escribía: “La nación española con esta gran turbación debe entrar en un nuevo ser político” mediante una Constitución que destierre “el monstruo del despotismo”, de acuerdo con el principio de que “los reyes son para el pueblo y no el pueblo para los reyes”.
 Recursos
 España en el siglo XVIII era un país relativamente rico, con mayores ingresos que la mayor parte de las naciones de Europa. De hecho, en los acercamientos y alianzas de los patriotas españoles a otros grupos nacionales antifranceses, tanto los austriacos como los prusianos pidieron dinero. Cuantos litigaron en la guerra de la Independencia de España mostraron sus ávidas apetencias por el imperio solar español.

Tropas

Francia llegó a tener cerca de 355.000 hombres en España, ya no bajó nunca de los 200.000. Muchos de ellos, eran veteranos de campañas anteriores, como los Mamelucos, los Coraceros y los granaderos de la Vieja Guardia. Las tropas españolas, por su lado, eran bisoñas en su mayor parte, compuesto el ejército regular por unos 150.000 hombres que fueron vapuleados por los veteranos franceses en distintas ocasiones pero esos españoles volvían de nuevo a combatir. Los guerrilleros españoles se situaban entre los 30.000 y los 50.000 hombres. El mantenimiento de unos y de otros quedó en manos del trigo castellano. Napoleón pensaba que sus ejércitos debían ser autosuficientes sobre el terreno. Esto provocó que muchas unidades francesas pasaran a comer media ración y no tuvieran calzado y ropa para reponer.
Desde el 2 de mayo al 19 de julio la resistencia patriota triunfa. El uno de agosto, el usurpador José I abandona Madrid. En otoño llega Napoleón en persona con un ejército enorme para conquistar la Península. Tras desbaratar a las tropas españolas en Burgos y Somosierra, el 4 de diciembre el emperador corso comienza a legislar la reforma en la línea que los ilustrados españoles llevaban pidiendo muchos años.
Será en Cádiz cuando una Constitución, la primera, la Pepa, recoja la soberanía nacional pero esa es ya otra historia.
En el destierro definitivo de Santa Elena Napoleón escribirá: “Los españoles se portaron como un hombre de honor, en masa”
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Let it be, mi general

Gustavo Morales

“Y todos llegan, borrachos y serenos, y en sus miradas al frente se pierde la historia de cada cual mientras la canción con que cortan el aire les hace uno. Y sonríen bajo los gritos cortos y secos que ordenan sus movimientos. Soñarán con bayonetas”,  escribí en mi diario cuando estuve en sus filas.
   Son herencia de una colonia tardía, del fin de un imperio. Soldados secos y duros. Temibles el siglo pasado y éste. Profesionales de la muerte del de enfrente. Les han entonado desde Celia Gámez a Mecano. Unidad reciente y legendaria. “Los novios de la muerte” les cantaron en un teatro y ellos lo hicieron un himno  con sus hazañas escritas a brochazos de poesía por Luys Santa Marina en Tras el águila del César.
   Son nietos de los Tercios y los conquistadores. Sus hombres combatieron por su nación,  y muchos no eran españoles por la sangre recibida sino por la derramada, en los límites de Europa: África y Rusia, sin pedir explicaciones, voluntarios permanentes.  La integración se había producido entre ellos medio siglo antes que se pusiera de moda en los cenáculos de Madrid y Barcelona.  Sus espíritus dicen cosas sobre la hermandad como “con el sagrado juramento de no abandonar a un hombre en el campo… acudirán todos y con razón, o sin ella, defenderán…”  Por cierto, nota: Lo de “o sin ella” lo quitó Franco. Y lo volvieron a poner.  Su fundador leyó el Bushido.
   Son orgullosos y altivos, tienen espíritu de cuerpo. Se estrenaron en Bosnia a su llegada con una pelea con soldados ingleses. Sus heridos se niegan a ser relevados en Afganistán. Hombres recios, golpes recios. Alguno, en general, no soporta su arrogancia y convierte sus ofensas en venganza. A lo que se presta gustoso el club jacobino.  Como no pueden destruir la necesidad de esa unidad para compromisos que el presente internacional ha revalidado,  en Congo, Bosnia, Iraq, Afganistán…  sus detractores -que también lo son de España- buscan la lenta decadencia de su identidad, una identidad necesaria porque el hábito sí hace al monje en cuanto al espíritu afecta. Lo que unos construyen con su sangre y sus vidas otros lo socaban con sus normas y papeles. No se alzan y van donde les mandan.
   Son guerreros y su peculiaridad la han ganado en combate, donde se forjan los espíritus de cuerpo. Son, mi general, legionarios. Déjelos serlo. Let it be.


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Levas

Gustavo Morales

Venimos por levas. No prometemos nada, no ofrecemos nada, no traemos privilegios ni favores. Venimos a por hombres con conciencia de serlo. Buscamos centinelas que vigilen, que garanticen el sueño tranquilo de los hombres y las mujeres de nuestra nación. No, no es nuestra tarea velar por los televisores o las lavadoras de nuestros compatriotas. Rechazamos el papel de ser guardia pretoriana de la paz embrutecida de hordas de niñatos borrachos que bucean en el fondo del vaso a la busca del sentido de sus vidas estériles. Pedimos centinelas, vigías que defiendan alegres y feroces la dignidad de los hombres y las tierras de España, hombres que garanticen en silencio que sus padres puedan andar por la calle con la cabeza en alto, a quienes sus madres miren con orgullo. Llamamos a las levas, centinelas que escruten nuestras fronteras para detener la invasión soterrada de culturas foráneas, del hegemonismo anglosajón, que formen un frente de apretadas filas ante los colonialistas de corbata y maletín, ante los becerros de oro, ante los ídolos de palacio y Visa oro. Entre el Cid y los banqueros, optamos clara y abiertamente por el Cid.
     Tampoco a tales centinelas les ofrecemos nada sino sacrificio. Sí, sacrificio, ¿cuánto tiempo hace que no oís esta palabra? Quienes vigilen el muro han de ser duros, muy duros; duros con su propia falta de fe, duros con sus tentaciones de dejarse llevar por una vida muelle, duros con la tendencia a sentirse superiores y con derechos de señor de horca y cuchillo. Duros con quien maltrata al débil, con quien humilla a la mujer, con quien embrutece al niño. A cambio sólo damos un hueco en nuestras filas, sin preguntar de dónde vienes ni quién eres.
     Cito a alquien que no era azul pero sí español, profundamente español:
"La muerte junto al fusil, antes de que se nos afrente, antes de que se nos humille, antes que se nos destierre y antes de que entre las cenizas que de nuestro pueblo queden, arrasadas sin remedio, gritemos amargamente: ¡Ay España de mi vida, ay España de mi muerte!".
     Pan para el cuerpo, imperio para el espíritu.
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La rebelión de las élites


Libros para no olvidar

Gustavo Morales

Christopher Lasch, La rebelión de las élites y la traición a la democracia, Paidos, Barcelona, 1996
Christopher Lasch, profesor de Harvard, reúne en este volumen una colección de ensayos que tiene el sugestivo subtítulo de “la traición a la democracia”. Comienza nuestro autor rindiendo un desusado, por foráneo, homenaje a la figura de Ortega y Gasset y reconociendo la influencia de La rebelión de las masas en la construcción de su tesis.
   En esta ocasión, defiende Lasch, no son las masas las que han perdido los ideales de convivencia nacional, de participación común en el gobierno de la polis y de defensa de la identidad nacional-cultural.
   Es decir, si antaño Ortega lamentaba que la irrupción de las masas en la Historia destruyera el espíritu aristocrático de servicio a los demás, nobleza obliga, Lasch destaca que hoy son esas masas las que mantienen los valores humanos mientras que las élites se han transmutado en representación viva del egoísmo y del sálvese quien pueda. La primera y brutal crisis económica del siglo XXI viene a subrayar el acierto de sus palabras.
   Lasch acusa a las élites, especialmente a las políticas y financieras, de tener más en común con magnates de otros países que con sus propios compatriotas. El autor dice que tienen conscientemente unas vidas similares los millonarios norteamericanos con los ricos japoneses que con sus conciudadanos pobres. El estilo de vida, ególatra y despectivo, de los ricos del mundo es idéntico: busca y obtiene la satisfacción inmediata de sus deseos materiales, es decir, comparten la misma ética que los delincuentes, los otros delincuentes, o sea.
   Mantiene que el pueblo, en este caso el norteamericano, tiene un concepto más claro, sólido e interiorizado de los valores nacionales comunes que los grupos dirigentes de la prensa, la política y la economía de los Estados Unidos.
   El autor destaca cómo los ideales que defienden en público las vanguardias dirigentes no son los mismos que aplican en sus vidas privadas. Esa pérdida de lazos nacionales implica una escasa tendencia a asumir la responsabilidad de sus actos públicos o a sacrificar intereses personales por el bien común.
   Lasch censura el doble discurso de la plutocracia: abnegación, austeridad y producción para el bien común...pero no para ellos, los arrogantes, sino para los demás, los desheredados. Lasch hace un canto, nada rancio, a la defensa de la vertebración nacional en base a las comunidades, las ciudades, los pueblos y las comarcas de los estados de la Unión.
   Destaca que el bien común no coincide en absoluto con los baremos liberales del mercado, que todo lo mide en beneficios y sólo admite la intervención de lo público para salvaguardar sus negocios a los que el exceso de avaricia ha puesto en peligro. Los partidos, según Lasch, tampoco representan ya a los intereses de la gente sino de las oligarquías políticas a quienes defienden.
Lasch rechaza el fracaso del sistema cooperativo, no por sí mismo, sino por tener que jugar en desventaja cuando se prima la propiedad privada anónima y los créditos bancarios a las multinacionales. Cuando impera, por encima del bien común, el beneficio privado, los proyectos económicos cooperativos sufren y sucumben a la presión del dislate denominado mercado libre.
   En el fondo, este libro nos redescubre la necesidad de desarrollar una línea de pensamiento que no se circunscribe exclusivamente a España ni se agota en pensadores de la llamada Generación del 98.
Ortega no sólo inspiró en España sino plus ultra. La vigencia de esta forma de pensar, donde se aúnan el bien común social y la educación como algo más que la enseñanza oficial, evidencia que no es una línea de pensamiento que esté sola en el Universo ni carece de allegados, de lo cual nos felicitamos.
   Lamentablemente, la edición del libro coincidió con la muerte de su autor que supo dejar tras de sí una herencia de pensamiento poco común en el mundo déspota anglosajón.
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La fe de Don Camilo

Giovanni Guareschi creó un lugar de personajes entrañables cuyo párroco era don Camilo y el alcalde, el comunista Pepón. Con ironía blanca Guareschi nos describe los avatares de un pueblo de la Baja, en Italia. El párroco, don Camilo, mantiene largas conversaciones con el Cristo del altar y alguna con la Virgencita. La fe de don Camilo no existe en tanto le hablan directamente Jesús y María. La fe de don Camilo no vale un pimiento. La fe recia es la que resiste lo que los existencialistas llamaron el silencio de Dios. La fe que cree que la ciencia cuando rectifica se acerca al Génesis. La fe del que obra pero no ve. Porque cuando veamos ya no será fe.
 
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De Törni a Thorne, contra Stalin y Ho Chi Min

En Estados Unidos el galardón al mejor Boina Verde del Año se llama “Premio Larry Thorne”. También, en Fort Carson, el edificio del Cuartel General del 10º Grupo de Fuerzas Especiales lleva por nombre “Larry A. Thorne”. Esa misma designación tiene la lápida 8.136, en el Cementerio Nacional de Arlington. Pero tras el nombre de ese comandante de las Fuerzas Especiales, está un capitán del Ejército finlandés y haupsturmfüher de las Waffen SS, un soldado bajo tres banderas.
Larry Thorne nació como Lauri Törni el 28 de mayo de 1919 en la gélida Finlandia. Tuvo su bautismo de fuego en la Guerra de Invierno (1939-1940) contra la invasión soviética. El ya alférez Törni no aceptó la paz impuesta por Stalin, “a veces la paz no es más que miedo”. Para proseguir la lucha contra la URSS, se alistó en el Batallón “Nordost” de las Waffen SS. Cuando Finlandia reemprendió la guerra contra la URSS, Törni volvió a ese ejército donde mandó carros de combate y creó patrullas de esquiadores. Törni cayó herido en combate. Volvió al frente como capitán y formó a un grupo de élite. Tras un durísimo entrenamiento, sus 239 hombres combatieron a los bolcheviques dando letales golpes de mano, con tanto éxito que Moscú puso precio a la cabeza de Törni, el equivalente a 650.000 dólares de 1943.
Cuando su país deja la guerra, Törni regresa a las Waffen SS para seguir luchando contra los soviéticos de Stalin. Alemania le da la Cruz de Hierro y una nueva derrota. A Törni le desagradó el campo de concentración británico donde le encerraron y se fugó. Aunque logró volver a Finlandia, el mismo país que le condecoró con la Cruz de Mannerheim, le condenó a seis años de cárcel. Como tampoco la prisión fue de su gusto, Törni escapó a Suecia. Su clandestinidad europea terminó con la amnistía del presidente J.K. Paasikivi en diciembre de 1948 aunque perdió su rango militar.
Törni entonces se enrola como marino viajando por Europa y América. Entró ilegalmente en Estados Unidos  a nadando. Trabajó de conserje y carpintero en Nueva York hasta que, en 1953, Törni obtuvo el permiso de residencia, sus casi siete años de lucha contra los comunistas no se veían mal en la Guerra Fría.
A principios de 1954, Törni se alistó como soldado raso. Con 35 años de edad, superó los cursos de Artillería y Montaña. Batió todos los records de salto de la Escuela de Paracaidismo y fue pionero en los saltos HALO: saltar desde gran altitud y abrir el paracaídas muy cerca de tierra. Al año siguiente, obtuvo los galones de cabo y la ciudadanía estadounidense. Entonces americanizó su nombre como Larry Alan Thorne. Fue instructor de guerra de invierno, esquí y supervivencia en clima frío extremo. En 1955, ya era sargento de las Fuerzas Especiales.
En 1957, Thorne, con la 11ª División de Tropas Especiales, fue destinado a la primera línea de la OTAN en Alemania Occidental. Volvía como teniente USA al país donde estuvo como oficial de las SS y como prisionero de guerra. Allí conoció a su novia alemana y rompió algunos huesos a otros pretendientes deslenguados.
En el 10º Grupo de Fuerzas especiales, los Boinas Verdes, por tercera vez en su vida, Thorne recibió los galones de capitán y la orden de infiltrase en los montes Zagros, entre Irán y la URSS. A 4.300 metros de altitud, encontró el avión C-130 Hércules accidentado, recuperó los cuerpos de los tripulantes y el material clasificado, borrando todo rastro de su paso.
En 1963 marchó al Delta del Mekong, Vietnam, con la unidad A-734 de las Fuerzas Especiales. Estableció dos campamentos en la jungla, recibió dos heridas y dos Corazones Púrpura. En su segundo periodo en Vietnam combatió en Phuoc Vinh, en la isla de Phu Quoc y en Nha Trang. Instruyó al legendario Grupo de Observación y Estudios (MACV-SOG), una fuerza heterogénea para guerra y operaciones secretas que realizaba operaciones de penetración en profundidad en Laos y Camboya. Uno de sus objetivos fue la ruta Ho Chi Minh, donde Thorne fue herido de nuevo.
El 18 de octubre de 1965, los MACV-SOG volvieron a infiltrarse en Laos con miembros del clan Nung, en helicópteros UH-34D Seahorse. Llevaban subfusiles suecos “K” y pistolas FN GP35 belgas sin numerar para evitar identificaciones. El vuelo fue accidentado y las balas de las ametralladoras del calibre .50 no lo mejoraron. El capitán Thorne y tres indígenas desaparecieron en acción de guerra ese día, dando plantón a los galones de comandante que le esperaban en su base. Sus restos no aparecerían hasta 34 años después.
La leyenda de Thorne hizo que el escritor Robin Moore, que superó el curso de entrenamiento de las Special Forces, se basara en él para crear al bravo coronel de los Boinas Verdes, Sven Kornie, en su novela Green Berets (Boinas Verdes), que fue llevada al cine en 1968 por John Wayne.
Como dice la balada de los Boinas Verdes: “Cara al sol, sin vacilar, sin saber si han de volver, marchando van con la misión de combatir a la opresión”.
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PARANOICO

CRÓNICA V

            Me vestí con fastidio dándole vueltas a la última llamada de Juan. Su familia no tuvo que molestarse en explicar a nadie porqué le abandonaron; todos lo sabíamos.
            Airado y a disgusto cogí el coche y me dirigí al paseo de las Acacias, maldiciendo las llamadas de socorro de Juanito,  -¡Joder con Juanito y sus paranoias! maldecía en los semáforos, abrasado sobre el asfalto de Madrid en agosto.
            Tuve que tocar el timbre varias veces antes de ver iluminarse la mirilla. la puerta se entreabrió celada por una cadena.
- ¿Estás solo? -me pregunto medroso Juan atisbando con su hocico de conejo.

- - Sí, ¡leches! Abre de una vez -haciendo esfuerzos por contenerme y no dar media vuelta.

            Nada más franquearme el paso nos envolvimos en una agria discusión; bueno, agria por mi parte, Juan lloriqueaba como una magdalena.
- ¿Cómo puedes estar tan loco?  ¿Necesitas una nueva manía para engrosar tu colección? -le espeté haciendo caso omiso de las recomendaciones de su psiquiatra, quien nos pidió a familiares y amigos de Juan Primo que no le inquietáramos. Era gracioso el loquero, bromeaba diciendo que un paranoico es quien construye castillos en el aire, el esquizofrénico los habita y ellos, los psiquiatras, son quienes les cobran el alquiler.

            Juan continuaba justificando su última paranoia.
-Míralo tú mismo -me explicaba corriendo levemente las cortinas del balcón, señalando a un joven melenudo que fumaba indolentemente un cigarro más que sospechoso- Está ahí esperando que salga para matarme.

- ¡Vamos, Juan! Ese no es más que un quinqui o un jevi fumándose un porro. No puedes pensar constantemente que la humanidad está conchavada contra ti. ¿Por qué? No eres un famoso forrado de millones, que no tienes un duro, vamos, y pasas de política como todo quisqui. Con lo que tú sales de casa, no te conoce ni tu propio portero.
- Quiere matarme. Me está esperando. Lleva una eternidad sentado, delante del portal -me lloriqueaba derrumbándose sobre mi, ignorando todas mis palabras. Pensé que hablar era inútil y perdí la paciencia.

            Le cogí agitándole por los frágiles hombros. Su histeria le abandonó y quedó desmadejado. Me ablandé y nos sentamos; los pantalones al tinte. Hablamos largo rato sobre su futuro perdido, la familia que le dejó y la vida que llevaba enclaustrado en aquel piso, entre montones de desperdicios de olor nauseabundo sin atreverse ni a bajar la basura.

            Lavé el legañoso rostro y le vestí hablándole como a un niño, incluso intenté poner algo de orden en sus cabellos grasientos y desordenados.

-No te queda comida ni jabón. Bajemos a comprar algo. Te distraerás, verás la calle y gente de acá para allá que ni te mirará siquiera. Eres uno más entre muchos. ¿Por que va a pasarte algo? -continué  hablando. Sus protestas se debilitaron y conseguí hacerle bajar las oscuras escaleras, muy despacio, paso a paso. Nos deteníamos en los rellanos mientras Juan lanzaba temerosas miradas hacia el portal iluminado por una lechosa luz.

- ¿Lo ves? Aire libre y luz. Respira, hombre, ensancha el pecho- le aconsejé mientras pestañeaba acostumbrándose a la luz.


           Sucedió rápidamente, señor juez. Todavía no puedo precisarlo. En mi recuerdo se mezclan el estampido del disparo, Juanito cayendo ensangrentado mirándome sin decir una palabra y la alocada carrera de aquel joven melenudo alejándose con la pistola aún humeante.

Los servicios de inteligencia parten de la premisa que el paranoico tiene razón, ese es su negocio.

Otras historias: Habitación 205
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El blues de la Concha

Gustavo Morales

Los días de hospital son curiosos. Por las noches entran las enfermeras, te despiertan y te sacan sangre, te despiertan y te meten inyecciones, te despiertan introduciendo un termómetro por tu oreja, te despiertan y te preguntan si necesitas algo. La primera noche, una máquina hacía “pi pi pi”, agudo, fuerte y constante cada vez que se estropeaba. Lllamada a la enfermera: "la máquina hace pi". Venían y hurgaban en los cables de mi vecino de 95 años. Nonagenario, sordo y miope, alimentado por vía introvenosa por la máquina que hace pi, aullaba de dolor cada vez que en su cuerpo consumido buscaban una vena, una arteria. Atado a la cama, porque desatado se quitaba las vías y arrancaba los cables poniéndose en pie. Inmóvil, con pañales. Le dieron el alta a los dos días de mi entrada. El caballero amenizaba mis noches con sus gritos y lamentos, mayores cuanto menor era la cercanía de las enfermeras; hacía gargajos y escupía sobre la cortina que separa nuestras camas. Manchas rojas y verdes que ni siquiera me daban asco.
Le siguió como compañero de habitación un obrero manual, nacido en Castellón, que había venido con su mujer a tener una hija. Salió diabético, algo anunció ya su extraña entrada en calzoncillos, delgado como Gandhi, y peludo de nariz para abajo. Las enfermeras se sentaban con él y le contaban la versión optimista de qué hacer con su vida a partir de ahora. 
Los médicos son amables e inquisitivos. Van seguidos por alevines con batas blancas. Se sientan confiados a los pies de la cama. Tocan, palpan, auscultan, siempre preguntan. Dan confianza y un cierto respeto que amnesia las cuestiones programadas. Cuando salen, dignos y afables, la máquina les saluda con un “pi” sostenido que ignoran. ¡Qué inventen los enfermeros! Ellos son los yedai del hospital, enfundados en sus sencillas batas blancas con el estetoscopio a modo de cordón de mando. Algunas enfermeras llevan colgada una pequeña muñeca sobre el pecho izquierdo. Uniformes y colores jerarquizan el hospital donde los sillones y las servilletas son azules intensas, azul mahón de la Seguridad Social.
Una prueba la suspende mi doctor. Es la que había mandado aquella médico de urgencias a quien comenté que sus apellidos Angulo y Dávila eran clásicos de España; “y de Perú”, me contestó. Quería ser médico desde que estaba en cuarto de primaria en su tierra del altiplano. Otra prueba la adelantan. La organización es alta y precisa, la posibilidad de dormir no.
La auxiliar de limpieza me explica que a ella lo que le gusta es dar palos hasta que haya sangre cuando le indico que abusa verbalmente del abuelo porque está atado en la cama. Me pregunto si tengo cara de cura, cosa que dudo dado el tiempo que llevo sin afeitarme ni pelarme.
A pesar de estar bien sostenido, vigilado y cuidado por legiones de mujeres, el deseo unánime de todos es conseguir el alta hospitalaria, momento que no celebras porque sales disparado del sitio donde mejor te han tratado en mucho tiempo.
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HABITACIÓN 205

Un hombre envuelto en una manta ante la ventana 
He encendido de nuevo mi cigarrillo. Un pesado silencio lucha por imponerse sobre los sórdidos ruidos de la calle.
            Intento apartar mi vista del decorado demasiado conocido, pero mi imaginación no responde a mi deseo, me abandona a la realidad. El gris creciente de fuera parece contagiarse de mi cansancio viejo y el hastío renace ante la monotonía diaria. Escribo de nuevo una poesía que aumenta mi ira indeterminada, amenazando con hacerse inmortal.
       La tormenta rompe la absurda tranquilidad del cielo y los relámpagos anuncian la furia desencadenada de las aburridas nubes que comienzan a suicidarse rabiosamente, picando en gotas innumerables sobre el suelo de piedra humillado por el alquitrán.
          Se ha marchitado mi esperanza al día siguiente, día plomizo que estás forzosamente obligado a vivir. “Si tú me hubieras hecho caso, si tú hubieras hecho esto...si yo...”; y el reparto y consiguiente devolución de culpas y porqués. Memorial de agravios.
         Hay una complacencia serena y ritual en mi mientras contemplo las carreras de ese puñado de hormigas ocupadas que corren a guarecerse en los portales. Esos imbéciles que mantienen todo en orden de aventuras prefabricadas; arañadores carroñeros de la vida; jóvenes normales, amantes normales; normales hasta la saciedad y el fastidio. Desearía poder gritarles: “¡Ahogaros en vuestra vida cuadriculada!” Me dan náuseas.
          Tras los cristales una sonrisa irónica rompe la inexpresividad de mi rostro al observar la ridícula calma que ha vuelto a apoderarse de los transeúntes tras los primeros tópicos comentarios sobre la fina lluvia que comienza a empaparles. Cada uno de esos fantasmas se aferra a sus acciones normales, representan actividad con aspecto de vida cotidiana; sucesos repetidos hasta el infinito de su existir.
         Siento el frío de la indiferencia acudir en mi ayuda. Todo da igual, incluso que haya ocurrido. La maldita tos me obliga a doblarme, me arden los pulmones. Sería curioso saber qué diagnosticarán tras hacer sus morbosas preguntas, qué etiqueta le pondrán y cómo lo contarán.
        Es imposible que no les salpique mi dolor. Mientras, la locura sigue riéndose con carcajadas de victoria.
       La duda, tu duda, ya no me abruma ni me desespera, ni siquiera me fastidia. Mira tú por donde. Quizá no sea más que mi propio instinto. Si es así, ya sabes, un sapo más de los muchos que besaste.
        Todo se hace más sencillo al decir no.

HABITACIÓN 205

Tres días más tarde. Una mujer sola, la mirada perdida.

Fue tu mirada, sí fue ella, y detrás de tus ojos aquel sentimiento que se me antoja lejano y conocido.
       Cuando contemplaba tu rostro, la dureza que imponías cruelmente a tus rasgos quedaba desmentida por tu mirada, triste y sensitiva muy a tu pesar. Como tus manos, tan conocidas y que aún añoro. Todo lo que en ti podía haber de voluptuosidad moría con tu corte de pelo, marcial, escueto.
       Tu apariencia -adivino tu reproche: me fijo demasiado en eso- era elegante y abandonada, como si te hubieras vestido perezosamente y al azar.
         Me miraste y sentí que hablabas conmigo un monólogo eterno. Una absurda sensación de vergüenza se apoderó de mi, obligándome a adoptar una pose artificial de desinterés.
        Comenzamos, ¿te acuerdas?, a caminar juntos y mis manos traicionaron mis aires de indiferencia al encontrarse con las tuyas. esperé que lo hicieras pero no me besaste, tus ojos, en cambio, sí. Empezaste a hablarme con voz serena. Tus historias eran amargas, herían mi sensibilidad de niña mimada, acostumbrada a un mundo nuevo y complaciente.
           Incluso al verme desnuda ante ti, sentí como si fuera la primera vez, ¡no te rías!. Tus brazos me rodearon y en tu piel tensa comencé  a descubrir las largas cicatrices que denunciaban tu pasado hacia el que se dirigía toda la morbosa sensibilidad que sentía ante tu extraña y, para mi, desconocida forma de ser.
         Fuiste muy dulce conmigo, pero tras tu suavidad se escondía avasalladora una barbarie ancestral.
         No supe si sentirme ofendida o halagada al verte golpear secamente, sin odio, a aquel hombre que se me antojaba un desconocido y a quien, sin embargo, conocía desde hacia años. Él era de mi mundo dorado y falso. Tu viniste a cerrar la grosería innoble y posesiva con que se dirigió a mi al verme contigo.
         Una mañana me dejaste. Te marchaste dejándome dormida aún, con los labios entreabiertos todavía por los primeros reproches al verte toser. Esa tos que hacía nacer flores rojas sobre la blancura de las sábanas.
        Hoy he visto tu foto en el periódico. Estabas tumbado en el suelo. Tus ojos reflejaban todavía aquello que aprendí a conocer. Las manos reposaban abandonadas sobre la acera, como si fueran a moverse dentro de un segundo pero, amor, las manchas rojas de tu boca y tu pecho eran la lápida que te impedía levantarte y volver a mirarme, hablarme.
         Ahora recorro, en camino inverso, todas aquellas calles que ya conocía por ti, por tus palabras.
         Sé que tras el vacío de esta habitación, bajo el mundo de la ventana, te encontraré , sonriendo suavemente para recogerme y llevarme a nuevos lugares en los que tú me esperas.

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Mondragón, sr. soldado

-Gustavo Morales-

Es difícil destacar uno entre tantos héroes como dieron los Tercios españoles. Hoy traemos aquí la figura de Cristóbal de Mondragón y Mercado (Medina del Campo, 1514 – Amberes, 4 de enero de 1596) un soldado que llegó a general y gobernador.
Nace Cristobal de Mondragón y Mercado en Medina del Campo, en la tierra de su madre, aunque la familia de su padre procedía de Mondragón en Guipúzcoa. Cristóbal se alistó al Ejército de Carlos I de España en 1532. Fue militar en Flandes, Provenza, los principados alemanes y el Túnez musulmán.
Cristóbal de Mondragón forma como soldado en las filas del Tercio Viejo en la batalla de Mühlberg. Allí se retiran los protestantes de la Liga de Esmalcalda a través de un puente de barcazas sobre el vado del río Elba. Los de Sajonia se hacen fuertes en la otra orilla, queman barcas y amontonan artillería y mosquetes. No hay puentes y sí plomo que arrasa la orilla en manos de los españoles. Mondragón se echa al agua con la espada entre los dientes y vadea el río bajo el tiroteo enemigo, sonriendo entre las voces, avanzando entre las balas. Entre disparos y maldiciones, el castellano gana la ribera enemiga, matando, de entrada, a cinco germanos. Su ejemplo arrastra a su capitán que le sigue con nueve soldados. En la noche del 24 de abril de 1547 ese puñado de españoles se hace hueco en la otra orilla y en la Historia. Limpian el terreno de enemigos y recuperan pontones que permiten el paso del ejército imperial español al mando del césar Carlos. Los herejes huyen derrotados. Sobre el campo de batalla, el emperador asciende a alférez a Cristóbal de Mondragón, diciéndole ante todos: «sois el mejor soldado del mejor tercio de la infantería española».
Mondragón, una docena de años más tarde, también en abril, es ya coronel de valones del Tercio, a las órdenes de Sancho Dávila. Como gobernador de Damvillers, en Flandes, se enfrenta a los insurrectos  liderados por el príncipe Guillermo de Orange.
En la Guerra de los Ochenta Años, otra primavera,  ya en 1570, el Duque de Alba encarga a Mondragón la defensa de Amberes, de Middelburg y de Goes, ciudades sitiadas por los protestantes. y los “mendigos del mar”, más justamente conocidos como piratas.  Guillermo de Orange tapona las dos bocas del Escalda. Mondragón y Sancho Dávila vadean el gran río en la noche del 20 de octubre de 1572 superando fuertes corrientes. Mondragón encabeza a 3.000 infantes que recorren 15 kilómetros de río con el agua por encima del pecho. Salen a tierra en la isla de Zuid-Beveland donde sorprenden y derrotan a los 7.000 holandeses que sitiaban Goes. Así tuvo noticia Felipe II del coronel Mondragón. Al año siguiente, en mayo, Mondragón recupera al asalto la isla de Tholen, llevando a la victoria a 300 españoles contra 1.200 soldados orangistas. En 1575, siendo gobernador de Gante, repite hazaña y recupera la isla de Schouwen. Al año siguiente, conquista Zierikzee, en medio del territorio protestante. Termina la década tomando Limburgo y el castillo de Dalhem, colabora con Alejandro Farnesio en la conquista de Maastricht. Entonces regresa a España para informar a Felipe II sobre Flandes.
En 1582 Mondragón ya es maestre de campo del Tercio Viejo, antes conocido como Tercio de Sicilia, aunque sus soldados le siguen llamando "el coronel". Combate en Gante contra el ejército del duque de Alençón y conquista el castillo de Linquerque. El 4 de agosto de 1584, Mondragón toma Amberes. Ha perdido 20 soldados y causa 1.600 bajas al enemigo. España vuelve a dominar todo Flandes y Valonia.
En 1592, el Coronel vuelve a luchar en Flandes. Con un ejército menguado, pues el grueso del mismo estaba combatiendo en tierras del rey de Francia, toma los castillos de Verló y Turnahaut. A la muerte de Farnesio, el nuevo gobernador de los Países Bajos, Pedro Ernesto de Mansfeld, ha de ir a Francia y nombra a Mondragón capitán general del ejército del Brabante y maestre de campo general de todo el ejército de Flandes.
 En octubre de 1595, el pequeño ejército de Mondragón combate con Mauricio de Nassau a orillas del río Lippe. El espionaje español es eficaz y la emboscada que Nassau prepara a los Tercios de su Católica Majestad le sale peor que mal. Allí muere bajo las picas españolas su primo Felipe de Nassau  y es apresado por los Tercios de Mondragón el conde Ernesto de Nassau. Esta brutal derrota obligó a Mauricio a retirarse hacia Holanda.
En diciembre de ese año, Mondragón marcha al Castillo de Amberes. Acabó octogenario, digno soldado de España hasta el fin, ordenando que lo pusieran en la ventana para que sus soldados, que lo adoraban, lo viesen morir. Allí entregó su alma a Dios el 4 de enero de 1596.
Había servido  a los Tercios de España durante 64 años, ascendiendo desde soldado a gobernador y general de los Tercios. Coronel de la infantería española en Flandes, combatió a las órdenes del duque de Alba, de Luis de Requesens, Alejandro Farnesio y Pedro Ernesto de Mansfeld. Combatió durante las guerras de Flandes, primero contra los ejércitos de Guillermo de Orange y, después, contra las tropas herejes de Mauricio de Nassau. Merced a su talento como táctico consiguió unas  victorias asombrosas al mando de la mejor infantería del mundo, la española, en Flandes y los Países Bajos cuando el imperio de los Austrias estaba en declive en esta región. Mondragón creó varias técnicas militares, como el vadeo de ríos aprovechando las mareas, y el espionaje. Detuvo y retrasó el curso de la Historia pero era humano y tuvo que sucumbir. Lope de Vega le eternizó en los versos de una de sus obras.
A pesar de haber sido Mondragón uno de los más brillantes militares, amado por sus Tercios, cuando solicitó expediente de nobleza en España los jueces del Rey se la negaron. Su rutilante estrella había despertado demasiadas envidias. A la Corte no le gustaban los héroes del pueblo en armas. Tampoco logró, como había solicitado en su testamento, la castellanía de Amberes para su hijo y una capitanía de lanzas para su nieto. Su señor natural, Felipe II, no fue justo con él. Castilla hace hombres y los gasta.
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CRÓNICA VII

            Sigue lloviendo sobre los pantanos. Alí maldice el agua que le empapa sin remedio. La lluvia rebota sobre su casco nublando su vigilancia. A pesar de los tiroteos esporádicos, puede asomarse sin miedo. Los buenos tiradores no desperdician municiones, se repite Alí dudando si disparar sobre las sombras que pueblan la vigilia del centinela.
            Los altavoces extienden la llamada del muecín: Allah Akbar. Yeh de los que creen. Es mejor orar que dormir. La llamada a la oración saluda el amanecer. Alí se incorpora y comienza a estirarse perezoso. El relevo se aproxima.
-Salam aleikum, se saludan.
Alí contesta cansado, mientras se acomoda el AK 47 en el hombro.
-Ve rápido o esos camellos se comerán todo el desayuno.

            Un corresponsal de la agencia Lid les observa. Manuel piensa que hace falta poco para ver contentos a estos hombres. Ríen y disparan, ríen y mueren, piensa sombríamente Manuel mientras acude a desayunar en las cocinas de campaña.
            Alí se aproxima a Manuel y le sonríe. Le cae bien este extranjero, le han dicho que es español, lo que Alí asocia con Granada, Córdoba, las corridas de toros y la serie televisiva Ramón y Cajal o algo así que ha emitido la televisión pública persa.
            Ambos se acercan a desayunar sin hablar, no se entenderían. Cuando apenas han llegado a servirse un huracán de fuego se abate a su alrededor. La artillería enemiga saluda el amanecer con la sana intención de fastidiarles la pitanza. El periodista se queda inmóvil. La muerte viene por el aire, desde el oeste. Terror. En ese momento Alí, sin dudarlo, le arrastró a un hoyo recién abierto. La arena quema y el periodista apenas puede respirar con el tufo a trilita. El suelo vibra y el aire se puebla de silbidos y deflagraciones. Alí se asoma cuidadosamente y sacude la cabeza ante el inútil fuego de fusilería con que responden sus compañeros. Manolo piensa que será mejor que sea verdad aquello de que dos bombas no caen en el mismo sitio. No era verdad, al menos no siempre, no ahora.
            Una luz cegadora lo envuelve todo. Manuel y Ali se encuentran en un túnel negro, flotando, a su alrededor seres etéreos hacen gestos. Al final les atrae algo con mucha dulzura. La paz de espíritu de Manuel se turba con una pregunta: Ahora sabremos quién tiene razón y qué paraíso nos espera. Yo, francamente, espero que haya huríes, se sorprende pensando Manuel. La luz de nuevo, entreabre los ojos y hay un equipo de fantasmales batas blancas hurgando en él. La luz que le ciega pende del techo. Las órdenes son secas. Le están salvando la vida. O lo intentan.

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MANUAL DEL BORDE

Ser borde no está al alcance de cualquiera, la chabacanería, prepotencia o el proxenetismo son groseros y falaces, no pueden ser de otra manera. Las víctimas de la Logse y de TV se cuentan por millones. La agresividad con un fin, sustraernos la cartera o rompernos la cara, no es ser borde sino atracador o chulo. Por el contrario, el borde elige, opta libremente por esa actitud sabiendo que existen otras. Eso quiere decir que, para poder contravenirlas, hay que conocer al dedillo y con la naturalidad que da el uso las normas de la cortesía. Como éste no es el lugar para ello, el lector aspirante puede completar su formación en urbanidad consultando cualquier obra, exceptuando la de los cursis con orejas y sarasas empecinados.
Para entender a un borde, es necesario comprender la perfecta sinfonía que emana de la siguiente historia, mira que te diga: Preocupado por la sífilis entras al consultorio. El médico pregunta cuándo fue la última relación mientras examina el pito. "Ahí fuera, con la enfermera, hace un momento". No tiene que ser verdad, seguro que no lo es, pero es que el matasanos lo está pidiendo. Es importante que ocurra así y no vayamos para hacer que ocurra. Medita sobre eso.
Al telefonear resistiremos la tentación de seguir estrictamente las instrucciones del hablante.
-Dígame.
-Me (o game si os tuteáis)
Muy sobado ya. Prohibido del todo.  En eso del teléfono, hay quienes llaman soltando eso de "¿con quién hablo?", así, de entrada, se le contesta: "Ud. sabrá a dónde ha llamado". No hay que colgar, porque el impacto de este primer golpe deja espacio para encajar un par de opercout más:
- ¡Oiga! ¿de qué color lleva usted los calcetines? Increíble, es usted un hortera, señor -colgamos.
Si la llamada es comercial uno espera a que termine de contar todo el rollo el operador invasor de nuestros lares y, al final, le decimos: bien, pero estos temas en mi casa los lleva otra persona, espere un momento por favor. Dejas el teléfono descolgado y te vas a poner en antecedentes a quien haya por casa que coge el teléfono y escucha el mismo rollo. Al terminar, se contesta: Ah, es un tema de telefonía/gas/seguros o lo que sea. Eso lo lleva otra persona. Sea tan amable de esperar. Y así hasta que el llamante cuelgue, al menos el teléfono.

EL BORDE EN CASA
El borde, cuando le da por abrir la puerta de su casa, las menos de las veces, abre con el portero automático y deja la puerta abierta; en una carrera frenética por disponer el decorado, simula proseguir con actividades tan aleccionadoras como darse baños de pies en una palangana desportillada, vestido con una chilaba y barba de tres días, ojo, esto último no se improvisa. Farfullando con la colilla en los labios, se ofrece con un vuelo de la mano señalando el agua turbia donde sumergimos los pies:
- ¿Gustáis?
- No, no, gracias. Si ya nos íbamos.
En caso de que algún incauto pida algo, ¡ni agua! Algunos preguntan por ello. "¿Tienes algo de beber?", se replica que sí y se continúa la charla o lo que demonios estuviéramos haciendo. Si dicen aquello de "¿puedo ir al servicio?", se contesta que no con toda naturalidad. Sin resultado a la larga, porque los íntimos se acostumbran y cogen ellos mismos las primeras copas que encuentran, con lo que el borde se ve obligado a contemplar cómo perpetran el deleznable gesto de beber whisky en vaso alto y con jerseys de rombos. Acto seguido, se lían con el jamón y el gazpacho, sacrificándose en pro de tu figura, dicen. De forma amistosa te ofrecerán tabaco. Hay una frase que siempre me ha producido una viva satisfacción, hay que repetirla pedagógicamente hasta que los demás lo hagan por ti. Cuando la hayan oído cien veces, una sola mirada bastará para hacerles entender. ¡Todo sea por educar a la plebe!:
-¿Quieres un cigarro?
-¿Te lo ha pedido alguien? ¡métetelo por el culo!
Lo soez de la respuesta, va acompañado de un gesto de imperial desdén. Atención, es posible que te sacudan.

EL BORDE Y LA FAMILIA
En la Legión conocí a un sargento que, estando de guardia de puerta, vinieron a verle su mujer y sus niños, el sargento impertérrito llamó al cabo de guardia y ordenó que echaran con cajas destempladas a los civiles que había en esas dependencias militares. Y los sacamos a punta de bayoneta del Cuerpo de Guardia. Vuelve el hombre y apesta.

EL BORDE Y ELLAS
La miras y la dices: mira, muñeca, no quiero ser tu príncipe azul sino el error que cometiste anoche.


Continuará, o no, lo que me dé la gana
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El suicida

En una azotea, el policía se acerca al suicida en lo alto del edificio.
- Si se acerca me tiro.
- No se preocupe, no tengo ninguna intención de acercarme a esa cornisa.  Tengo vértigo. Subo porque es mi obligación pero nada más, ahora si se tira pronto me dará tiempo a terminar el informe antes de comer. Por cierto, hágame un favor. ¿Me puede dar su documentación? Es que después, cuando se haya estrellado usted con la acera va a resultar difícil y pringoso. Me llamo Tomás.
- Tome usted, ahí tiene mi cartera pero no se acerque.
- No se preocupe. Veo que lleva dos fotos en la cartera: una adolescente y una señora, ¿su mujer y su hija?
- Sí pero no me va a convencer con su palabrería psicoanalítica.
- No sabría ni escribir esa palabra. Bueno, la niña no está mal. Cuando vaya a informarlas de su muerte, deshechas en llantos, necesitarán un apoyo y yo estaré ahí. Desde luego, a la niña me la calzo, a la vieja la pondré a hacer la calle para mantener la casa y pasarme por allí de vez en cuando para llenar de amor a su hija por arriba, por abajo, por delante y por detrás.
- ¡Usted es un hijoputa! –grita el suicida arrojándose sobre el policía para agredirle. Éste le coge y le arrastra fuera de la cornisa: ¡Le tengo!, grita, y entran sus compañeros a ayudarle.
- Felicidades, tu método es poco ortodoxo pero funciona, Tomás. Hasta a nosotros nos dan ganas de pegarte.

- Y que no falten.
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