Monarquía y república

Gustavo Morales

Soy monárquico de don Pelayo y su feroz resistencia, del “seguidme, mis valientes”. Soy monárquico de los Reyes Católicos, del tanto monta, de los campamentos de los que partían los guerreros a la reconquista de España pero no de las cortes donde se citan lo más granado de la gentuza que no tiene oficio ni beneficio. Soy monárquico imperial del césar Carlos I, de Felipe II, cuyos Tercios dieron lecciones de bravura y esfuerzo sin límites: la mejor infantería del mundo. Pero no puedo ser monárquico de Fernando VII, rey felón y embustero; del irresponsable Alfonso XIII y sus desastres o Juan Carlos I y sus nacionalismos separatistas que dio marcha atrás del 18 de julio al 14 de abril.
No hay monarquías buenas, hay reyes dignos que hicieron mucho por su tierra y otros, en mayor cantidad, que se han enriquecido haciendo verdad el dicho del poeta: “Pobre España, no has tenido otro verdugo que el peso de tu Corona”.
No soy monárquico porque no entiendo cómo se hacen ricos los reyes, porqué están protegidos por leyes injustas y contradictorias. Si todos somos iguales ante la ley, ¿qué es un rey? Y eso los de aquí, que si hablamos de las testas coronadas de Arabia Saudí, peor aún, que ya es decir.
Yo soy republicano pero de Platón o de la república de los camaradas, de hombres que ganan su derecho con su esfuerzo personal. Soy republicano de Roma y el derecho llevado por las legiones a buena parte del mundo. Soy republicano de América y el derecho a ser feliz.
Pero no soy republicano de la secesión del cantón de Cartagena, de la Generalitat de Cataluña o del racismo atroz de Sabino Arana.

A la postre, ni monárquico ni republicano, amigo de usted para quien escribo esto.
Leer más...

Fanatismo


por Gustavo Morales

La fe absoluta en una verdad es un pensamiento reconfortante. Ilumina toda la vida y es una respuesta total que inhibe la responsabilidad de la libertad, From habla de ello en El miedo a la libertad. En parte, también puede percibirse como un modo de ejercerla, optando. Unos a esto lo llaman convicciones y otros fanatismo. El baremo es la similitud y acercamiento entre las propias ideas y las ajenas. En Oriente Medio es descaradamente visible, aunque inunda el mundo y sus relaciones. 
Los cristianos se hacían masacrar en Roma en nombre de sus ideas, las mías, y los muyahidines en los desiertos de Basora y las montañas de Afganistán. El imam Hussein inició una carga suicida en Kerbala ante un ejército muy superior. Quien para los chiítas es un héroe, una lectura desde otros parámetros lo presenta como una demencia.
Era esa fe la que presidía la vida de los asesinos de Hassan Saba, el Viejo de la Montaña, que desde Alamut, inexpugnable fortaleza en la cima del monte Arat, decidía la vida y la muerte de califas, visires y cualquier otro. Hashissin, fumadores de hachís, de ahí deriva la palabra asesino.
Nada es eterno. El Rey de España, cuyos antepasados presidían los autos de fe, recibió a los protestantes. Es todo un símbolo de la era del perdón. Mi padre era protestante y consuela saber que los herederos de quienes le hubieran quemado en una hoguera no continúan esa línea, aunque sólo sea por mi padre. Felipe IV solía poner garrote para evitarles los sufrimientos de las llamas. Era potestativo pero reducía la tensión del espectáculo.
El pan y el circo han servido durante milenios para obnubilar a las masas. Ahora hay un circo en cada casa presidiendo la sala de estar y fanatizándonos en un modo de vida e interpretar las cosas. Pesadilla de Orwell cumplida. Los nazis hicieron maravillas con la radio, si llegan a tener televisión, ‘La rendición de Breda’ está en Berlín. Hollywood nos repite hasta la saciedad, en cada época, quiénes son los buenos y cuáles los malos, qué cosas hemos de hacer y cómo hacerlas. ¿Por qué vas siempre con los malos? le pregunta su hijo a un viejo amigo.
La creencia absoluta en la bondad del liberalismo político, sus supuestas verdades y del mercado como fin de la Historia es también una forma de fanatismo. Al menos desde otras perspectivas: geográficas, culturales, ideológicas. Hay muchos eruditos de diferentes culturas que han escrito sobre nosotros desde otras ubicaciones pero acaso, por simple, la explicación más feliz sea la de Tiabea: un nativo visita Europa y explica lo que ve desde su perspectiva. Un párrafo narra la adoración de los blancos a un dios que llevan en las muñecas, lo ponen en las paredes, por las calles y les dice cuándo tienen que comer, acostarse o trabajar. Para meditar. Es otra forma de vernos en relación a nuestros horarios, el nativo hace curiosas observaciones con la ropa, las costumbres, el modo de vida.
Otra de las condiciones del fanatismo es que su portador o usuario no es consciente de serlo, precisamente porque desde sus propios parámetros es ‘como hay que ser’, actúa de acuerdo con su grupo, un concepto del mundo compartido.
El fanatismo lo componen ideas y, en mayor medida, creencias, la fe firme en verdades inmutables que no tienen empacho en rechazar cuanto le rodea: “la realidad es pasajera”. El problema es cuando el propio escepticismo de las ideas se convierte en otro fanatismo y encontramos ateos, como el entañable Joa-joaquín, que se pasan el día hablando de la inexistencia de Dios. La crítica al fanatismo, real o presunto, suele proceder desde las filas de otro integrismo no menos fundamentalista que aquel a quien critica. Es el caso de las mujeres musulmanas a las que no dejan llevar velo en los colegios franceses. La indignación de los musulmanes sería más justa si ellos permitieran a mujeres extranjeras, o nacionales pero de otra religión, poder andar por sus calles sin tener que ceñirse el hiyab. En uno y otro caso, se sienten el centro del mundo y consideran el resto de los lugares donde se actúa de otra manera como una periferia molesta.
Con avispadas cuestiones como ésta, en el choque de civilizaciones, continua S. Hungtinton la obra de A. Toynbee, el mejor filósofo de la Historia, y advierte que el próximo milenio, éste, será el de la confrontación de culturas y civilizaciones.
Malraux anunció, desde la izquierda francesa, que el siglo XXI será religioso o no será. Y la cultura tiene una relación directa con la religión que la sustenta y genera, aunque el individuo eventual no sea practicante. Weber señaló la relación entre protestantismo y capitalismo, es decir, que son las presuntas superestructuras las que determinan las infraestructuras económicas. Hay todavía gente fanática de ese libro, como la hay de otros que se consideran obcecados entre sí.
No es pues cuestión de tolerancias, tan generosas para unos temas y tan cicateras para otros. Lo digo como discriminado por el tono de mis ideas, que no son mis hechos los que juzgan inquisitorialmente.
Si fuera un cuenta cuentos del Retiro, os hubiera narrado que los persas dicen  que la verdad era un gran espejo que cayó sobre la Tierra, roto cada uno cogió un trozo pero no es cierto. Los medios de difusión eligieron cuáles eran los que enseñarían a la gente y cuáles ocultarían. El fanatismo también pertenece a nuestro entorno y cuantos disienten son tratados como apestados sociales.

Prensa y poder
Leer más...

Suponiendo

Gustavo Morales

Anoche suponía con tres amigos. Supongamos que un país de arena y petróleo suministra armamento a las distintas facciones sirias alzadas y que parte procede de arsenales de Saddam Hussein (recuerden Halabché). Entre los obuses y cohetes que le llegan a la milicia A, hay una o dos ojivas químicas pero los milicianos no tienen ni idea ni los jeques teramillonarios que se las suministran tampoco (¿oh sí? lo veremos al final de estas líneas). La milicia A odia a Al Assad pero odia también a la milicia B y a la milicia C ("odiamos a los romanos pero odiamos mucho más al frente judío de liberación, a la unión hebrea"...). Lanzan siete obuses contra el Ejército sirio y dos contra la milicia B que está sufriendo un ataque de las fuerzas de Al Assad. Supongamos que uno de esos dos obuses que tiran a otros milicianos (herejes porque no siguen la doctrina wahabí salafista sino la hanbali) contiene gas sarín. Los milicianos B suponen que es uno más de los proyectiles que les tiran las tropas sirias, cosas de cuando llueven bombas. De hecho, ni la milicia A sabe qué ha tirado.
Supongamos que la mayor superpotencia se mosquea y acusa a Damasco, lo que tiene que escocer después de invadir un país acusándolo de poseer armas de destrucción masiva (claro que las tuvo, se las dieron ellos para mantener una guerra de ocho años entre Iraq e Irán y ellos recogieron y guardaron el arsenal iraquí). Supongamos que los jeques garantizan a Washington que se mantiene el dólar como moneda de pago de la factura del petróleo. Eso permite a USA dar a la máquina de hacer billetes para superar la crisis. Como valor añadido, un conflicto limitado relanzaría sus empresas de armamento pero no es lo principal.
Supongamos que alguien sabe lo de la ojiva: los jeques que las suministraron o quien la usa como excusa. Suponer es tan barato, la cena no lo fue.

@unosolosoy
Leer más...