Afganistán, una noche de arrestos

La noche oculta el miedo, las sombras del terror cruzan ligeras las llanuras desoladas de Afganistán. En ellas, avanza un solitario vehículo BMR que flamea la bandera roja y gualda. Una llamada de socorro hace crepitar la radio. Soldados llaman a soldados. El BMR ajusta el rumbo y rueda por el camino tenebroso hacia quienes necesitan su ayuda. Es un Hummer americano, su tripulación
refleja ansiedad, visible en los rostros de los militares del otro lado del Atlántico. Los españoles desembarcan y se despliegan ofreciendo protección al vehículo norteamericano. Cruzan unas palabras simples, para entenderse. El Hummer no funciona. Uno de los soldados españoles hurga en el motor, acero y cables, aceite y electricidad. Los estadounidenses tienen todo lo necesario para el arreglo, material pero no pericia. El mecánico español lo pone en marcha. La alegría releva a la ansiedad en los rostros de los jóvenes usacos. Dan las gracias efusivas a esos soldados morenos y vuelven a su base. No tendrá tanta suerte el BMR que se detiene horas después, los cazadores de montaña españoles no disponen de los elementos mecánicos del vehículo arreglado. Empuñando los fusiles HK G36 recorren a pie, guiados por las estrellas, el camino hasta su campamento en la noche poblada de promesas de muerte.

Al día siguiente, en el cuartel español se presenta un general estadounidense. Forma la guardia, los oficiales íberos salen a saludarle. El general pide ver a los soldados de España que rescataron a los suyos. Estupefacto escucha que están arrestados por volver tarde. Extiende al jefe europeo las hojas de felicitación con que el Ejército de Estados Unidos agradece a los cazadores de montaña españoles haberles rescatado de la letal noche afgana. Calabozo y felicitaciones el mismo día, por las mismas causas, a los mismos hombres.




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