Las fuentes ocultas del poder


Las fuentes ocultas del poder
La sabiduría no envejece
Gustavo Morales

Las fuentes ocultas del poder suelen ser:
-          Sociedades secretas
-          Prensa y medios de comunicación
-          Grupos de poder
-          Ideología
No soy Ismael Medina para hablar con autoridad de los illuminati o la masonería. Además, estoy seguro que en este medio el tema será tocado de sobra por plumas más eruditas al respecto. Sobre la prensa ya disertamos en la revista Catoblepas de Gustavo Bueno (http://nodulo.org/ec/2005/n041p01.htm). Los grupos de poder engloban tanto a los partidos políticos, monopolizadores del sistema de representación, como a los clubes de poderosos: Grupo Bilderberg, Club de Roma, el Foro Económico Mundial y un recatado etc.

La ideología, sin embargo, no está tan reconocida como una de las fuentes ocultas del poder. El mercado libre, la posibilidad de elegir, no se refiere, como invocan sus corifeos, a la capacidad de los individuos para elegir cómo llenar sus estómagos o disfrutar de diferentes servicios. La realidad es que se refiere, principalmente, a la libertad de las corporaciones y multinacionales para elegir cómo maximizar sus beneficios por encima de los derechos sociales, nacionales e individuales. Estas macroempresas son las principales beneficiarias de la desaparición de las fronteras y de la globalización entendida ésta como una forma “inevitable” de internacionalismo “en la que se reforma la civilización desde la perspectiva del liderazgo económico. El liderazgo aquí no lo ejercen las personas, sino la fuerza innata del funcionamiento de la economía; es decir, el mercado”[1]. De esto se infiere que será la economía y no la política la determinante de la Historia. La integración económica internacional es el nuevo objetivo que dibuja nuevos protagonismos y diluye, en el mejor de los casos, otros como los Estados-nación a pesar de que, a partir de 1989, aparecen en la escena política dos docenas de estados nuevos, tanto dentro de Europa como en la antigua Unión Soviética. No es sólo la economía la nueva dirigente del orden mundial sino una escuela precisa y concreta. Globalización es la extensión del modo occidental de entender el mundo. “Es un complejo proceso de expansión de unas determinadas maneras de ver y comprender el mundo, de unos valores específicos y de un modelo de organización”[2]. Un escritor libanés lo resume: La ciencia occidental se “convirtió en la ciencia, su medicina en la medicina; su filosofía en la filosofía y desde entonces ese movimiento de concentración no se ha detenido”[3]. Se reconoce la certeza de Peter Durcker cuando habla de “un mundo globalizado, que será un mundo cortado por el patrón occidental”[4]. El sociólogo iraní Ali Shariati destaca como la modernidad, y consiguiente globalización, es sencillamente una velocidad de desarrollo que corresponde a parámetros eurocentristas[5]. Es interesante destacar esa velocidad del cambio que nos hace vivir en una transformación permanente. Ahora es “improbable que las formas, presentes o sólo esbozadas, cuenten con el tiempo suficiente para solidificarse y, dada su breve esperanza de vida, no pueden servir como marcos de referencia para las acciones humanas y para las estrategias a largo plazo”.[6] Si las vidas de nuestros tatarabuelos no diferían demasiado de las de nuestros abuelos, dadas las escasas magnitudes de los cambios, las nuestras están instaladas en el cambio permanente. El tiempo se reduce y la tecnología generaliza la inmediatez. Y éstas no son cualidades de la occidentalización sino, más bien, de la modernidad que requiere industrialización, urbanización y alfabetización[7]. Occidente es, en cambio, filosofía griega, religión cristiana, estado de derecho, separación Iglesia-Estado y sociedad civil.

El paradigma de la globalización es un sistema capitalista mundial, donde el capitalismo financiero es hegemónico, compuesto por gobiernos democráticos parlamentarios que compiten entre sí sin conflictos armados.

Al ser la globalización una etapa histórica, que busca un mercado único mediante la imposición de un discurso único, requiere la gobernabilidad del capitalismo mundial. “Es un proceso histórico de integración del espacio social internacional en términos de conformación de una única realidad en cuyo seno se desenvuelven los distintos colectivos humanos”[8].

En esta tarea destacan por su poder las máquinas ideológicas, prensa y publicidad, capaces de crear consensos. Es más eficaz convencer que reprimir y los medios, que vehiculizan el consumo por la publicidad, son ideales para crear estados de opinión determinados por la propaganda. “Las redes y los procesos de comunicación y cultura son cada vez más globales”[9].

Tras la mística del mercado y el señorío del consumo está el poder de las corporaciones, que determinan los precios y los costes, que corrompen la política y que conducen la respuesta del consumidor. Los hombres con dinero pueden comprar a los hombres con poder dentro de la disposición permanente de la economía a colonizar la política. Además, parte del poder de que disponían los gobernantes nacionales se desplaza a manos de instituciones mundiales. Esto “alienta a los órganos del Estado a desentenderse, a transferir o aplicar los principios de ‘subsidiariedad’ y ‘externalización’, delegando en otros un gran número de las funciones que antes habían asumido. Abandonadas por el Estado, tales funciones quedan a merced de las fuerzas del mercado”[10].

Para poder jugar en el gigantesco campo de la globalización son necesarias empresas de enormes dimensiones, con grandes ramificaciones internacionales, donde los auténticos protagonistas no son los propietarios, los accionistas, sino los gestores de las mismas. En román paladino, la tienda de la esquina no tiene nada que hacer frente al hipermercado de la multinacional que trae sus productos de los lugares donde se producen más baratos. De nuevo, recordamos que ese sistema mundial tiene una ideología clara y concreta que no es la síntesis de todas las hegemónicas anteriormente sino la misma que emergió victoriosa de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría.

En ese contexto internacionalista nuevas estructuras aparecen en la escena mundial. El espacio de la solidaridad que antes suponían las naciones es relevado por el crecimiento y la multiplicación de las organizaciones no gubernamentales, cuyo ámbito de actuación también trasciende las fronteras y cuyo modelo de dirección es muy similar, en déficits de democracia y de trasparencia, al de las grandes multinacionales. Son también fruto de la ideología hegemónica, donde hasta la caridad es un asunto particular en manos de entidades privadas. Los líderes de las ONG, que no representan a nadie, que no han sido elegidos por nadie, se arrogan un peso específico arbitrario. “Se establecen desde un principio en el centro de la esfera pública autoconfiriéndose pleno derecho a actuar al amparo de un supuesto manto de ‘legitimidad de función’ según el cual, su presencia en este ámbito no tiene por qué ser explicada pues la consideran plenamente válida al plantear cuestiones globales de interés general”[11]. Es innecesario que aclaren cuáles son sus fuentes (cada dos segundos, muere un niño), la falta de contrastación de las informaciones que airea y un claro peso ideológico. Además, los gastos de mantenimiento de sus estructuras son una buena parte de sus presupuestos con lo que la ayuda que prestan, con algunas honrosas excepciones, es insignificante y sirven más, de nuevo, a sus gestores que a sus fines declarados.
Esa ideología no se expresa en partidos políticos concretos. De hecho, la mayoría de los que están sentados en el parlamento la comparten y difieren en modos de gestión más que en el fondo de la cuestión.
¿Las fuentes ocultas del poder? Son varias pero no olvidemos lo que comparten: la ideología.



[1] John Ralston Saul “El colapso de la globalización y la reinvención del mundo”. RBA Libros. Barcelona, 2012, página 45.
[2] Juan C. Jiménez Redondo “Los dogmas de la antiglobalización”, Editorial Club Universitario. Alicante, 2006, página 17.
[3] Amin Malouf, “Identidades asesinas”, Alianza Editorial, Madrid 1999, página 86.
[4] José Vidal Beneyto, “La ventana global”, Taurus, Madrid 2002, pág. 76.
[5] Ali Shariati, “Sociología del Islam”, Edita Al Hoda, Teherán 1988.
[6] Zygmunt Bauman “Tiempos líquidos”, Ensayos Tusquets. Barcelona, 2007, página 7.
[7] Fareed Zakaria “El mundo después de USA”, Espasa Calpe. Madrid, 2009, página 74.
[8] Juan C. Jiménez Redondo “Los dogmas de la antiglobalización”, Editorial Club Universitario. Alicante, 2006, página 17.
[9] Enrique Bustamante, “Nuevas fronteras del servicio público y su función en el espacio público mundial”, en La ventana global, 2002, página 190.
[10] Zygmunt Bauman “Tiempos líquidos”, Ensayos Tusquets. Barcelona, 2007, página 8.
[11] Juan C. Jiménez Redondo “Los dogmas de la antiglobalización”, Editorial Club Universitario. Alicante, 2006, página 155.

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