Del entusiasta y nutrido grupo inicial apuntado al viaje al
último 1 de mayo comunista en Berlín quedamos tres: Antonio, Emilio y yo.
Nos reunimos en el Zambombo. Se plantea salir esa noche. A
la una, decenas de universos personales, léase insectos, se estrellaban contra
el parabrisas, impávidos los viajeros.
Comemos junto al Ródano y tomamos la primera cerveza y foto
en Frieburgo, hermosa ciudad estudiantil donde marginan a los ignorantes a las
oficinas de turismo. La cena es en Manheim; allí la camarera se exaspera ante
nuestro desconocimiento del germano idioma y nosotros ante su extulticia. Tengo
que dibujar un cerdo en una servilleta para que sepa lo que quiero.
Iniciamos las copas en la discoteca Alcázar, atraídos por el
nombre, donde topamos con la vigesimosexta compañía de negros cachas de los
Estados Unidos y alemanas aledañas. Unos tragos rápidos, un tío detenido por la
Polizei en medio de la pista y nos vamos a preguntarle a un guardia, modositos
nosotros, dónde podemos ir a continuar de parranda; seguimos religiosamente sus
indicaciones y nos metemos en un tugurio oscuro y raro do moran las macizas y
sus colegas. A lo que íbamos, en el tugurio continuamos trasegando; el camarero
me pregunta amable que si quiero otro vodka, ¿invitación? no, gracias, y cobra
otros cinco marcos. Constatamos que el trece por ciento de las alemanas no
llevan mechero y piensan que nosotros sí. Nos vamos a que nos pongan una multa
por exceso de velocidad. No os vayáis a creer, íbamos a sesenta y ocho con
límite a cincuenta. Flash rojo y a pagar o te inmovilizan el coche.
La primera aduana que pasamos en Europa es con la gloriosa
polizei de la República Democrática Alemana, donde nos aceptan gustosos previo
pago de quince marcos, quince, proceso que se repetirá constantemente. Dormimos
en el coche y desayunamos en Jena, en cuyo hotel abolieron el buffet libre
después de nuestro paso. Amplias avenidas y edificios bien cuidados anticipan
el Berlín oriental pero entramos por el otro. Llegando a Berlín occidental, en
primer lugar encontramos la Spanische Alle y, ya en el centro, una
manifestación pro-kurda de unos doscientos. Un poco más adelante, policías vestidos
de verde flanquean otra manifestación más nutrida de ciclistas. Un ciudadano
ayuda a detener a un huido y obtenemos un folleto turístico donde indican todos
los hoteles, hostales y variantes de la ciudad, plano incluido que se revelerá
completamente inútil, como las explicaciones, siempre en alemán, de la
ventanillera. Nos empeñamos en llamar fraulein a las camareras y nos huyen como
la peste, luego sabremos que es sinónimo de solterona. A las dos horas,
maldiciendo el capitalismo germánico entramos en el OstenBerlin y los brazos se
elevan ante tanta magnificencia. Fotos. Preguntando por la puerta de
Brandenburgo se nos mete en el coche una alemana que nos aparca junto a la
embajada soviética y convence al guardia de rigor de la brevedad de nuestra parada,
"pena de coche bomba". Los aledaños están en obras y la dichosa
puerta también, así que formamos parte del reducido grupo de terrícolas que se
han hecho fotos con la puerta de Brandenburgo en obras. Tomamos unas tazas de
moka, juro que es cierto, en un café próximo con Silva, que así se llamaba y
nos dijo lisamente que era miembro del partido comunista; miramos sin encontrar
cuernos ni otro rabo que el del palestino con quien vive, de la fracción de
Arafat de la OLP por más señas, tiene una hija de seis años -ella, el palestino
tiene dos-, padres procedentes del Báltico y un pequeño piso; ha estado
trabajando en la Universidad, en un equipo de proyectos de desarrollo ganadero.
Nos ofrece su casa para dormir pero optamos momentáneamente por buscar hotel al
otro lado del muro, en éste nos han llegado a contestar hasta que no tienen
personal. Cruzamos sin éxito. En la cena, para mas inri, nos confunden con
italianos, llaman Salvatore a Emilio y acabamos durmiendo en un pueblo de la
RDA, tras vuelta a pasar por la aduana donde los vopos no aceptan su propia
moneda como tasas. Por la mañana nos saltamos la línea contigua y nos para la
polizei democrática a la que juramos por la salud de Margaret Thatcher que no
tenemos ni un marco alemán y nos deja ir. Desayunamos en un bar estilo años
sesenta, donde mandaba un camarero con el pelo engominado y aspecto
aristocrático; el desayuno se compone de café y panecillos con pepino, queso,
tomate y algo que recuerda lejanamente a la butifarra.
Buscamos a Silva, que está en su casa con la puerta abierta
ajena a ladrones, diputados y demás chorizos. Nos la llevamos de cicerone. En
una cervecería, atentan contra nuestras vidas: El primer intento de
envenenamiento lo realizan con un brebaje, muy del gusto de Antonio, por lo que
huímos a otra cafetería donde hablamos de la propiedad privada, único tema
serio del día dedicado a las chanzas y a la marcha atlética por el campo, con
gran "alegría" de Emilio y Antonio. Comemos a las cinco y pico,
probamos el irrecomendable vino alemán y bebemos vodka antes de que quemen la
copa, costumbre bolchevique asaz extraña que practicaba Silva horrorizada por
el ritmo alcohólico que llevabamos. Ahí es donde Silva nos cuenta lo de su amor
palestino, polígamo el muy buitre. Vemos hermosas casas de campo a millón y
medio y regresamos a darnos la primera ducha por aquello del pestazo. Hablamos,
¿cómo no?, del futuro de Alemania, aderezado por narraciones de nuestra
anfitriona, historias de vecinos apiñados en pisos enanos, mientras en la
televisión se suceden las películas sobre lo malo que fue Bismark y el
holocausto. Ahora se quedarán sin trabajo pues sus empresas no pueden competir
de ninguna manera con la avanzada tecnología de Alemania occidental. Pienso que
quienes pagarán el pato final serán los emigrantes turcos y magrebíes, pues a
igualdad de condiciones las empresas preferirán contratar alemanes orientales
con mejor cualificación y las mismas aspiraciones salariales de los musulmanes.
Nos bebemos media botella de DYC, dejamos el resto a nuestra anfitriona y
salimos. Cantando hermosos himnos en el coche nos dirigimos al Yuga,
llamándonos cretinos cada una de las tres mil veces que nos perdemos. El
ambiente del pub es raro y nos han dejado entrar por ser guiris, da caché.
Tiene todo el aspecto de un pub posmoderno lleno de situaciones ambiguas; pero
con copas y entradas ochocientas pesetas la ronda. Nos vamos al Armony,
esperamos con algunos en la puerta hasta que se evidencia que el portero cuela
a los que llegan después. Cabreados volvemos al coche y tiro al suelo, venganza
mediterránea, las botellas vacías, los ceniceros y la bolsa de la basura donde
estaban los únicos paquetes de Ducados que Antonio se trajo de España. En la
disco del Hotel tampoco entramos porque no nos dio la gana ni a nosotros ni al
portero de los ascensores. Acabamos en un discobar vacío. Tema: Dios y la
seguridad social británica. Tornamos a casa de Silva donde dormimos los tres en
dos colchones, Antonio en medio. No fue scout.
Por la mañana nos espera un magnífico desayuno, de
ingredientes similares al anterior, y hablamos de ir a Praga, a Basilea y a
Danzing. Al cruzar el muro nos para un vopo y nos señala sin consecuencias que
hemos sobrepasado los límites del visado. Encontramos el Polanmarket y
amargamos la mañana a un negro regateando, saliendo cargados de gorras y demás
parafernalia militar bolchevique. Entramos en una cervecería y los parroquianos
se ponen a buscarnos hotel con la guía y el teléfono. Finalmente tenemos dos
opciones y nos instalamos en el Hotel Queen reconciliados con el capitalismo
tras invitar a nuestros amables auxiliadores. Nos duchamos, descansamos y
salimos por Berlín occidental. La noche comienza con sabor español: cena y
tertulia política a voces -somos los únicos que damos voces en toda Alemania-,
seguida por una arraigada afición cinematográfica y unas copas en
"Reclavez estafosen".
Ahítos de germánicas risas, tornamos al Hotel donde nos
bebemos las botellitas de whisky de la nevera porque entra más priva que en los
bares.
Por la mañana se suceden los discursos del 1 de mayo,
"coleguen un coleguen", mientras salimos de vuelta.
En el viaje, ¡qué contaros!, Antonio se mete con las viejas
en los autoservicios, nos preguntan que si somos moros o iraníes, se nos llena
el coche de dulces estudiantes húngaras...Vamos, las cosas normales que pasan
en los viajes de treinta horas.
PREMIOS PREMIOS
Tachín, tachín, parapachun,
panpanpanpanpanara banparabanturuturu, tutú...
Al error más reiterado: Emilio, con el Osteberlin y Berlín
oeste.
A la cinta más exitosa: Antonio, "porque una casa
portuguesa con certeza es con certeza una casa portuguesa".
A la palabra más repetida: Apoteke.
Al conductor menos multado: Gustavo, que no tuvo ocasión.
A la televisión con mayor número de programas sobre el holocausto:
la de la RFA.
A los que menos les gusta hablar del tema: a los de la RDA.
A los más cordiales: los alemanes "democráticos".
A la ignorancia linguistica: todos los germanos.
A las mejores autopistas: las francesas.
A las más caras: las francesas.
A los coches más cutres: los de la RDA.
https://www.facebook.com/gustavomoralesperiodista
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