por Gustavo Morales
La fe absoluta en una verdad es un pensamiento
reconfortante. Ilumina toda la vida y es una respuesta total que inhibe la
responsabilidad de la libertad, From habla de ello en El miedo a la libertad.
En parte, también puede percibirse como un modo de ejercerla, optando. Unos a
esto lo llaman convicciones y otros fanatismo. El baremo es la similitud y
acercamiento entre las propias ideas y las ajenas. En Oriente Medio es
descaradamente visible, aunque inunda el mundo y sus relaciones.
Los cristianos se hacían masacrar en Roma en nombre de sus
ideas, las mías, y los muyahidines en los desiertos de Basora y las montañas de Afganistán. El imam Hussein
inició una carga suicida en Kerbala ante un ejército muy superior. Quien para
los chiítas es un héroe, una lectura desde otros parámetros lo presenta como una
demencia.
Era esa fe la que presidía la vida de los asesinos de Hassan
Saba, el Viejo de la Montaña, que desde Alamut, inexpugnable fortaleza en la
cima del monte Arat, decidía la vida y la muerte de califas, visires y
cualquier otro. Hashissin, fumadores de hachís, de ahí deriva la palabra
asesino.
Nada es eterno. El Rey de España, cuyos antepasados
presidían los autos de fe, recibió a los protestantes. Es todo un símbolo
de la era del perdón. Mi padre era protestante y consuela saber que los
herederos de quienes le hubieran quemado en una hoguera no continúan esa línea,
aunque sólo sea por mi padre. Felipe IV solía poner garrote para evitarles los
sufrimientos de las llamas. Era potestativo pero reducía la tensión del
espectáculo.
El pan y el circo han servido durante milenios para
obnubilar a las masas. Ahora hay un circo en cada casa presidiendo la sala de
estar y fanatizándonos en un modo de vida e interpretar las cosas. Pesadilla de
Orwell cumplida. Los nazis hicieron maravillas con la radio, si llegan a tener
televisión, ‘La rendición de Breda’ está en Berlín. Hollywood nos repite hasta
la saciedad, en cada época, quiénes son los buenos y cuáles los malos, qué
cosas hemos de hacer y cómo hacerlas. ¿Por qué vas siempre con los malos? le pregunta su hijo a un viejo amigo.
La creencia absoluta en la bondad del liberalismo político, sus supuestas verdades y
del mercado como fin de la Historia es también una forma de fanatismo. Al menos
desde otras perspectivas: geográficas, culturales, ideológicas. Hay muchos
eruditos de diferentes culturas que han escrito sobre nosotros desde otras ubicaciones
pero acaso, por simple, la explicación más feliz sea la de Tiabea: un nativo
visita Europa y explica lo que ve desde su perspectiva. Un párrafo narra la
adoración de los blancos a un dios que llevan en las muñecas, lo ponen en las
paredes, por las calles y les dice cuándo tienen que comer, acostarse o
trabajar. Para meditar. Es otra forma de vernos en relación a nuestros
horarios, el nativo hace curiosas observaciones con la ropa, las costumbres, el
modo de vida.
Otra de las condiciones del fanatismo es que su portador o
usuario no es consciente de serlo, precisamente porque desde sus propios
parámetros es ‘como hay que ser’, actúa de acuerdo con su grupo, un concepto
del mundo compartido.
El fanatismo lo componen ideas y, en mayor medida, creencias,
la fe firme en verdades inmutables que no tienen empacho en rechazar cuanto le
rodea: “la realidad es pasajera”. El problema es cuando el propio escepticismo
de las ideas se convierte en otro fanatismo y encontramos ateos, como el
entañable Joa-joaquín, que se pasan el día hablando de la inexistencia de Dios.
La crítica al fanatismo, real o presunto, suele proceder desde las filas de
otro integrismo no menos fundamentalista que aquel a quien critica. Es el caso
de las mujeres musulmanas a las que no dejan llevar velo en los colegios
franceses. La indignación de los musulmanes sería más justa si ellos
permitieran a mujeres extranjeras, o nacionales pero de otra religión, poder
andar por sus calles sin tener que ceñirse el hiyab. En uno y otro caso, se sienten
el centro del mundo y consideran el resto de los lugares donde se actúa de otra
manera como una periferia molesta.
Con avispadas cuestiones como ésta, en el choque de
civilizaciones, continua S. Hungtinton la obra de A. Toynbee, el mejor filósofo
de la Historia, y advierte que el próximo milenio, éste, será el de la confrontación
de culturas y civilizaciones.
Malraux anunció, desde la izquierda francesa, que el siglo
XXI será religioso o no será. Y la cultura tiene una relación directa con la
religión que la sustenta y genera, aunque el individuo eventual no sea
practicante. Weber señaló la relación entre protestantismo y capitalismo, es
decir, que son las presuntas superestructuras las que determinan las
infraestructuras económicas. Hay todavía gente fanática de ese libro, como la
hay de otros que se consideran obcecados entre sí.
No es pues cuestión de tolerancias, tan generosas para unos
temas y tan cicateras para otros. Lo digo como discriminado por el tono de
mis ideas, que no son mis hechos los que juzgan inquisitorialmente.
Si fuera un cuenta cuentos del Retiro, os
hubiera narrado que los persas dicen que
la verdad era un gran espejo que cayó sobre la Tierra, roto cada uno cogió un
trozo pero no es cierto. Los medios de difusión eligieron cuáles eran los que enseñarían a la gente y cuáles ocultarían. El fanatismo también pertenece a nuestro entorno y cuantos disienten son tratados como apestados sociales.
Prensa y poder
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