Poder

Encuentro un texto en el número 16 de FE digital. Tiene ya quince años.

Los medios de comunicación han ido relevando a otros instrumentos caducos de control de masas e incluso a gobiernos locales que ya no deciden sobre su destino, muy especialmente desde que a mediados del siglo XX llega la televisión, donde prevalece el hecho de ver sobre el hecho de leer. De forma paralela, la economía financiera ha sustituido a la real. Tienen más poder los gerentes de los fondos de pensiones que deciden abandonar un país y limpiarlo de capitales que el gobierno de esa nación.

Los clásicos aparatos coaccionadores: policía, ejército, pierden poder ante las máquinas ideológicas, prensa y publicidad, que crean o destruyen consensos. La globalización implica la emergencia de nuevos actores y la reducción de otros a simples metáforas del poder más clásico.
 
La democracia funciona mejor cuanto más distribuido está el conocimiento y la propiedad entre los ciudadanos, difuminando el poder en los municipios y las sociedades. Mantener la ignorancia es perpetuar el dislate de cuantos aún confían en los marrulleros de la partitocracia monopolista, refractarios a la democratización de la inteligencia y la justa distribución de la riqueza. Lincoln dijo que la ausencia de grandes fortunas, junto con restricciones legales sobre la herencia, dificultarían el inmovilismo de las castas sociales, sin mencionar la expectativa cultural de que todos deben ganarse la vida y que los privilegios heredados fomentan la pereza y la irresponsabilidad. El abismo creciente entre la riqueza y la pobreza descansa en la tendencia de ambas a convertirse en hereditarias.

La mística del mercado y la soberanía del consumo determinan precios y costes, corrompen a políticos y manipulan la respuesta del consumidor. Los hombres con dinero compran a los hombres con poder, tendencia permanente de la economía a colonizar la política. El secretario general del PC Chino ha recibido más veces a Bill Gates que al presidente de Estados Unidos.


Un dios domina, absolutista y celoso: el mercado ¿libre?, quien ejerce una presión casi irresistible sobre todas las actividades para justificarlas en los únicos términos que reconoce: convertirse en negocios, privatizar beneficios y socializar pérdidas. El trabajo no remunerado de las amas de casa y los voluntarios sociales y el malamente pagado de los trabajadores lleva el estigma de la inferioridad social cuando el dinero es la medida universal del valor. 

Nos rebelamos contra la producción multinacional y su maridaje político, no sólo por su injusticia, sino porque debilitan el espíritu de confianza de las comunidades y de las naciones.

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