Basta ya de ocultar bajo el manto de la libertad los
intereses de los poderosos. Es la libertad con apellidos, la libertad de
horarios comerciales. La capacidad de abrir más de ocho o diez horas diarias y
de vender los festivos no la tiene el comercio familiar, el pequeño minorista;
es una libertad que sólo pueden ejercer las grandes superficies, los
hipermercados. Es una libertad para los grandes, para los fuertes, es una
libertad en monopolio de los poderosos. Esa libertad perjudica a los pequeños,
a los que no son competitivos con los enormes y ávidos centros comerciales.
Dirán que con esa presunta libertad los clientes podemos
acudir cuando queramos, fuera de nuestro horario de trabajo. Lo que no dirán,
claro, es que así convertimos el tiempo de ocio en consumo, nada de vida
familiar y/o con los amigos. Si tienes tiempo libre, a consumir al mastodóntico
centro comercial. Así, bajo la bandera de la libertad de horarios, lo que hacen
es convertir el ocio en tiempo de consumo. ¿Es el cliente el beneficiario? Está
claro que no. “Cuando dejes de trabajar, a comprar” es su lema.
La libertad de horarios va contra el trabajador de la tienda
del barrio, contra la familia del comercio cercano e, incluso contra el cura de
la parroquia que ve como el mandato “santificarás las fiestas” se trueca en
“consumirás en fiestas”.
Comenzarán desapareciendo los pequeños establecimientos,
donde hemos recibido un trato personal, casi familiar. Donde todo el mundo sabe
tu nombre. Los sustituyen los grandes centros donde eres anónimo, sólo
cartera y tarjeta de crédito. Ya no será salir a la calle, a la tienda del
barrio: “Juanito, baja y compra una barra de pan y, si tienen huevos, media
docena”. Ahora es coger el coche por narices para ir al hipermercado en las
afueras. Por eso disponen de esos monstruosos aparcamientos. Consumir gasolina,
desgastar coche, contaminar, invertir varias horas para poder suministrarse
cada semana. Cuando estamos allí, los caminos trazados por los estantes de
productos nos llevan a comprar cosas que ni queríamos ni necesitábamos.
Sociedades anónimas, clientes anónimos. No forma parte de tu entorno, no es un
pequeño puntal más de tu municipio, de tu barrio. Los hipermercados son la
avanzadilla neoliberal en lo cotidiano, desenraizan. Detrás de sus fastuosos anaqueles
llenos de productos está la explotación al campesino, la imposición de precios
de compra donde se llevan la parte del león. Bajo sus techos, se imponen
condiciones de trabajo abusivas contra el nuevo proletariado de la gran
distribución comercial.
¿Quieren libertad de horarios? que empiecen con ella los
ministerios, las ventanillas del Estado, de los bancos, las administraciones
públicas... esos lugares donde nos obligan a ir y que nos hacen perder tiempo
de trabajo. Si hoy no protegemos la panadería, la frutería o las demás tiendas
del barrio, la libertad de horarios pasará a otros ámbitos, a tu empleo y
acabaremos con horarios de chinos, con sus condiciones de vida y con sus
sueldos.
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