Me piden una perspectiva
bajo el confuso título "Sociedad contradictoria, sociedad disonante”. Para ello miro el
panorama actual y me pregunto ¿qué esperanzas y motivaciones pueden ofrecerse a
los españoles para la construcción de una sociedad armónica?, ¿cuáles son las
tareas y objetivos capaces de ilusionar a cuantos están llamados a vivir en el
futuro? A quienes militan en el bien ser: este es el momento histórico, de
crisis, de cambio. Está en auge el desencanto de la sociedad frente a la
democracia tutelada por los bancos y los partidos, una sociedad desvertebrada
en sus valores tradicionales relevados por un paradigma moral chirriante. Una
civilización, la occidental, que defiende más los derechos de sus nuevos
enemigos, bajo el manto de la multiculturalidad, que su existencia, su
coherencia interna. ¿Puede alguien creer ahora que estamos en el mejor
de los mundos posibles? ¿No ha demostrado la crisis que nos asola la mentira en que se basa el capitalismo financiero?
El sistema demoliberal evidencia los errores que antaño
disculpaban ante las amenazas expansionistas del cruel hombre del saco rojo. Los
gobernantes occidentales admitían:"Esto es malo pero lo que hay detrás del
muro es peor". Cayó el muro. Pero el sistema que sufrimos, ese que no era
bueno sino menos malo que el otro, sigue sin mejorar, aspira sencillamente a
perpetuarse. Tal es el sentido de la nefasta tesis de Fukoyama, "El fin de la Historia".
En España la pobreza se extiende y la combaten con acuerdos
para destruir las pensiones, la sanidad pública, la vivienda, la educación, la
seguridad social...Todo en nombre de la alianza divina entre el poder político y el financiero, una deidad doble que domina y controla, dios
absolutista y celoso: el mercado presuntamente libre, quien ejerce una presión
casi irresistible sobre todas las actividades para justificarlas en los únicos
términos que reconoce: convertirse en una propuesta de negocios, privatizar
beneficios de las multinacionales y socializar pérdidas de los bancos. Su modo
de vida se sustenta sobre el trabajo mal remunerado, el que lleva el estigma de
la inferioridad social cuando el dinero es la medida del valor. Nos rebelamos
contra la producción deshumanizada y su maridaje político, no sólo por su
injusticia, sino porque sabemos que éstas debilitaban el espíritu de confianza
en uno mismo tanto de las personas como de las naciones.
Comentaremos dos de los problemas dominantes de una sociedad
en quiebra y sin repuesto en el horizonte, ambos son frutos de la
irresponsabilidad y la cobardía moral.
Providencialismo irresponsable
En estos tiempos
difíciles, una de las grandes tentaciones del hombre para retornar a la armonía
es el providencialismo irresponsable: depositar en un “señor que se nos puede
morir” todas las esperanzas, todas las responsabilidades, todos nuestros
miedos. Esperar demasiado, transmutar a un hombre en milagrero, la decepción si
no construye cuanto esperamos de él. Llevar al límite la confianza, el “Dios
proveerá”. Si esto con Dios es una irresponsabilidad ¿no lo es más con un líder?
La fe absoluta en una verdad es un pensamiento reconfortante. Ilumina toda la
vida y es una respuesta total que inhibe la responsabilidad de la libertad,
hablan de ello en El miedo a la libertad. En parte, también puede percibirse
como un modo de ejercerla, optando. Unos a esto lo llaman convicciones y otros,
fanatismo. El baremo es la similitud y acercamiento entre las propias ideas y
las ajenas.
Es fácil descargarnos de responsabilidades con la certeza de
que alguien que se preocupa porque el trabajo se haga, y se haga pronto y bien,
saber que él acabará tomando las riendas del asunto. Improvisar chapuzas,
sabiendo que él no nos va a dejar tirados sin el providencialista anunciado.
Olvidarnos de nuestro deber de preparar el futuro porque ya se preocupará otro
por nosotros y si no hay nadie que lo sustituya no abandonará. Esperamos
demasiado. Nos descargamos demasiado. Bien confiar en el buen hacer de los
jefes, mal por el exceso de confianza. Hay cargas que no son sólo de uno, y si
de verdad pensamos que sólo una persona puede hacer todo eso, que no es tarea
de todos el seguir tirando del carro de la rebelión, habría que plantearse si no
estamos cayendo en la tentación de otro “ismo” irresponsable. En España se han
llamado “El Deseado”, el “Lenin Español”, el “Caudillo”, el Rey, el líder… A la
postre, simple miedo a la libertad que tenemos para decidir, dejando en manos de
otros la educación de nuestros hijos, la dirección de nuestras ciudades, el
futuro, todo nuestro destino. No cedamos ante el
providencialismo, no creamos que la Historia lleve a parte alguna distinta de
la voluntad humana. Ni Marx ni Fukuyama atinan. Es necesario el trabajo, con
sus aciertos y errores, para demostrar que la utopía, nuestro sueño, es
factible.
Los beneficiarios del sistema se agarran, como a un clavo
ardiendo, a sus guías porque son incapaces de ejercer el libre albedrío.
Comienzan creyendo, leyendo, suponiendo que su líder histórico lo dijo todo
sobre todas las cosas, el sustituto de Dios en la Tierra. Acaban saliendo en televisión, con periodistas elegidos
entre el rebaño más próximo al pesebre de turno, diciendo vaguedades y frases
de tarjetas de felicitación prefabricadas: Amar significa no decir nunca lo
siento. Si comparamos las intervenciones televisivas en esas entrevistas vienen
a decir siempre lo mismo unos y otros: nada.
Son hombrecillos sin talento que sestean arropados de
sueldos oficiales, reduciendo la tragedia del paro a estadísticas. Es un mundo
caracterizado por el miedo, la pereza intelectual, el cinismo, donde la parte
se impone como superior al todo. Donde no se busca la unidad y se fomentan las
divisiones. Quien coloca un simple instrumento -el Estado- por encima del fin
-la comunidad- difícilmente puede erigirse en dispensador de criterios morales.
Menos todavía quien sustituye el Estado por el Partido, el totalitarismo
moderno, el racismo de ideas, la xenofobia ante el pensamiento no sometido,
incluso aplicado a la amistad tal es su monocromía discordante. Ante este panorama tenebroso se refuerza una institución secular, la familia. El mantenimiento de millones de parados hoy descansa en la solidaridad familiar.
Ellos, los de la creencia absoluta en la bondad del
liberalismo político y del mercado como fin de la Historia, son los fanáticos
aunque no sean conscientes de serlo, precisamente porque desde sus propios
parámetros es ‘como hay que ser’. Su fanatismo lo componen ideas peregrinas y,
en mayor medida, creencias desatinadas, la fe inconmovible en verdades mutables
que no tienen empacho en rechazar cuanto le rodea: “la realidad es pasajera”,
afirman ante los tozudos hechos que niegan sus doctrinas. El problema es cuando
el propio escepticismo de las ideas se convierte en otro fanatismo. La crítica
al fanatismo, real o presunto, suele proceder desde las filas de otro
integrismo no menos fundamentalista que aquel a quien critica. Se sienten el
centro del mundo y consideran el resto de los lugares donde se actúa de otra
manera como una periferia molesta. Son los del mal menor, son los hombres
livianos, los ladrillos de la sociedad suicida, disonante.
El hombre liviano
En estos últimos tiempos, cuando el orgullo del hombre es
burlado por las fuerzas de la naturaleza, el culto al cuerpo ha puesto de moda
ciertos productos livianos, ligeros: el tabaco, algunas bebidas o ciertos
alimentos. La forma es la expresión material de la ideología. Y este culto al
cuerpo es uno de los síntomas exteriores de la ideología dominante.
De forma paralela, el psiquiatra Enrique Rojas destacó la
gestación de un tipo de hombre que calificaba como “hombre light”. En torno a
esa cuestión, un grupo de personas nos preguntamos, en la residencia
Pignatelli, por su perfil y su definición. Se trata de un hombre
relativamente informado –es decir, indigestado de noticias pasajeras y
manipuladas–, pero con parca educación humanista, convencido del pragmatismo,
por una parte, y adherido a bastantes tópicos, por otra. Todo le interesa por
aquello de la aldea global, pero a nivel superficial y sin profundizar, acepta
las trivialidades que le ofrecen los medios de comunicación. La sobredosis de
información y el escaso criterio para discriminar le incapacita, en muchos
casos, para hacer la síntesis de aquello que percibe y, en consecuencia,
deviene en un sujeto trivial, ligero, frívolo, que lo acepta todo porque carece
de unos criterios sólidos en su conducta leve, volátil, banal, permisiva. Ha
visto tantos cambios, tan rápidos y en un tiempo tan corto, que ya no sabe a
qué atenerse o, lo que es lo mismo, hace suyas las afirmaciones del todo vale,
dado que vive en el cambio permanente. Va a la deriva, sin ideas claras,
cercado en un mundo colmado de información que le distrae y se convierte en un
hombre superficial y consentidor por su vacío moral.
La realidad del sistema actual nos ofrece un panorama árido.
Impera el utilitarismo: hace que un individuo tenga cierto reconocimiento
social por el único hecho de ganar mucho dinero. “El consumo destructivo, el
consumo por el consumo, se materializa en muchos hogares de la clase media”,
dice Amando de Miguel en Los españoles. Esto lleva al hedonismo: pasarlo bien
a costa de lo que sea es el nuevo código de comportamiento, lo que apunta hacia
la muerte de los ideales, el vacío de sentido y la búsqueda de una serie de
sensaciones cada vez más nuevas y excitantes, multiplicación de los magos,
brujos, curanderos y demás. Olvidando a Einstein: “No busques ser un hombre de
éxito, busca ser un hombre de valores”.
Su permisividad desbarata los mejores propósitos e ideales.
Si acaso se refugia en una rebeldía pequeño-burguesa de moda, una postura
admitida de transgresión de la norma, pero sin contenido rebelde real, sin
finalidad. La ética permisiva sustituye a la moral, lo cual engendra un
desconcierto generalizado basado en la absolutización de lo relativo, todo es
relativo menos el propio relativismo. Brotan así unas reglas tuteladas por la
subjetividad y por el consumismo que representa la fórmula posmoderna de la
libertad. El hombre liviano, producto de su tiempo, está elaborado con los
siguientes ingredientes: pensamiento débil, convicciones leves, sustituye los
compromisos por la indiferencia y el relativismo. Su estrella polar es el
pragmatismo; su norma de conducta, la aceptación social: lo que se lleva, lo
que está de moda. Su ética se fundamenta en la estadística que sustituye a la
conciencia; esteriliza su moral con la neutralidad, el deterioro del compromiso
y la subjetividad. Si piensa algo disonante lo relega a la intimidad, sin
atreverse a salir en público.
La nueva mentalidad
trae la desorientación, actitudes con profundas interrogaciones e
interrelaciones. Entre ellas destaca el nihilismo, el vacío fruto de la
negación de toda creencia y todo principio. Con este escepticismo se multiplica
el individualismo egoísta e insolidario, la falta de una conciencia comunitaria,
de una conciencia de unidad entre las personas, los grupos, etc. El
individualismo provoca un aislamiento despreocupado e insolidario que
contraviene la identidad de la sociedad humana. Esta misma postura, en el marco
de la comunidad nacional, imposibilita la construcción de ese proyecto
sugestivo de vida en común del que hablaba Ortega. Esos factores personales,
agravados por la falta de horizonte para independizarse y asumir sus vidas,
lleva a muchos jóvenes a la automarginación, destacando el consumo de drogas y
de alcohol con el sólo fin de desinhibirse y embrutecerse, sin búsqueda
creativa, pura evasión, refugio en mundos ficticios huyendo de la realidad
tenebrosa. Finalmente, llega al conformismo, el no querer salir de esos moldes
estándar, no tener interés por evolucionar, bien por convencimiento o bien por
inercia, adaptación social y postura acrítica. ¡Que nos salve el Estado! De ahí desciende al pasotismo,
ya ni siquiera adopta un gesto de rebeldía ante un sistema no atrayente y no se
integra en él resignadamente como hace el conformista, pero tampoco adopta una
actitud de compromiso directo con la transformación social, encerrándose en las
pandillas, con posturas violentas y agresivas, a través de las denominadas
tribus urbanas. Con los años, deviene en el hombre-masa, consumista y alienado.
Es un hombre alejado de la naturaleza a pesar de sus aparentes protestas
ecológicas, ya asimiladas y utilizadas como productos comerciales por el
consumo.
Es un hombre que da un sí a la vida y promueve el aborto y
la eutanasia, que canta a lo natural y defiende matrimonios del mismo género.
Es un hombre que afirma lo democrático y acepta de forma acrítica la
dictadura de los partidos. Es un hombre que ignora que el camino de la unidad
no es la separación, la ruta de la grandeza no es atomizar hasta lo minúsculo,
la libertad está para comprometerla en favor de lo que creemos. Lo demás son
disonantes cuentos de la pesada postmodernidad que hace esos hombres que son
hombres. Lo dijo un poeta: “Yo no sé muchas cosas es verdad, digo tan sólo lo
que he visto y he visto que los gritos de angustia del hombre los taponan con
cuentos (...) y me sé todos los cuentos”.
que horrible
ResponderEliminar