Celibato, ¿para qué?

En la religión católica los sacerdotes asumen el celibato. Esto no es un mandato de Cristo sino de la Iglesia. Procede directamente de San Pablo que, a la postre, escribió aquello de “más vale casarse que quemarse”. El ramalazo misógino de ese santo impuso muchas restricciones a la mujer y alejó de ella a los sacerdotes, aunque la cosa no funcionó así desde el principio.

En el año 306, en España, se reúne el Concilio de Elvira y emite el Decreto 43: los curas no pueden yacer con sus esposas la noche antes de dar misa. En el año 325, el Concilio de Nicea prohíbe casarse a los sacerdotes si ya están ordenados. Ese mismo año, en el Concilio de Laodicea, proscribe la ordenación de mujeres. En el año 385, el Papa Siricio abandona a su esposa para ocupar la silla de San Pedro e insiste en privar a los curas de dormir con sus señoras. En el año 401, San Agustín, que de esto sabía bastante, escribe: "Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer". Pero a él no le pasó. Golfo de joven y santo de mayor.

El segundo Concilio de Tours, año 567, establece que si un clérigo es hallado con su esposa en la cama será excomulgado por un año y reducido al estado laico. Ley difícil de cumplir si tenían la picardía de cerrar la puerta con llave. Trece años más tarde, el Papa Pelagio II no persigue a los sacerdotes casados pero prohíbe que den la propiedad de su iglesia a sus esposas o hijos. Vamos, que si el marido era cura y moría, la viuda y huérfanos, a la calle. Después, el Papa Gregorio, "el Grande", va más allá y proclama que el deseo sexual es malo en sí mismo. Sin mucho éxito, menos mal porque hubiese acabado con la humanidad, dado que, en el siglo VIII, San Bonifacio informa que casi ningún obispo o sacerdote es célibe en Alemania. Lo mismo ocurre en Francia.

El obispo San Ulrico escribe a favor del matrimonio de los sacerdotes para purificar a la Iglesia de los peores excesos del celibato. Ya en 1045, el Papa Bonifacio IX, en pleno Cisma de Occidente, renuncia al Papado y se casa. En 1074, el Papa Gregorio VII prescribe el celibato a los sacerdotes para poder ordenarse: "Los sacerdotes [deben] primero escapar de las garras de sus esposas". Aquí las mal vistas son las mujeres. El Papa Calixto II llega más lejos en el Concilio de Letrán y decreta que los matrimonios de los clérigos son inválidos. Será el Concilio de Trento, en el siglo XVI, quien asegure que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio. Y así ha llegado la cosa a nuestros días.

La cuestión del celibato comenzó, así, para que la Iglesia no se viera metida en líos porque los clérigos dejaran en herencia a sus familias propiedades eclesiales. Siguió por el espíritu de la Iglesia en contra de las relaciones sexuales, procedente de los santos Pablo y Agustín.

Los sacerdotes, para poder dirigir a su grey, han de conocer su vida y problemas. Casarse no va contra el espíritu del Cristianismo. Si atienden más a su familia que a su Iglesia, lo mismo les puede ocurrir con otros vicios como el juego, el fútbol, la política o miles de cosas. Los sacerdotes son personas consagradas pero personas a la postre, con las mismas dudas y necesidades que el resto. Los cursillos prematrimoniales mejorarían mucho, de forma especial, si se tuvieran en cuenta los escritos de Juan Pablo II, ese pedazo de Papa, que afirmó, está escrito, que es obligación del marido en la relación sexual dar placer a la mujer. No sólo eso.

Con respecto al tema que nos ocupa, en julio de 1993, Juan Pablo II recordó que "el celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”. Y aquí está el quid de la cuestión. Jesús bendice con su presencia el matrimonio en las bodas de Caná. Los evangelios son inmutables, palabra de Dios. Las leyes de la Iglesia van cambiando, son de hombres y el Papa sólo es infalible en cuestiones de dogma.

¿Qué la misión exige renunciar al matrimonio? Pues celibato para los políticos, funcionarios, militares, policías, bomberos, profesores, médicos y demás vocaciones de entrega que no se limitan a las ocho horas de jornada. A ver si los demás hacemos penitencia en el matrimonio y nuestros pastores se libran. Como dijo el filósofo a preguntas de su discípulo:
- "Maestro, ¿me caso o no?".
- "Hagas lo que hagas, te arrepentirás".

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