Geografía del sufrimiento

Bebe una y otra vez, intentando inútilmente ahogar su dolor. El recuerdo le martillea intensamente. Odio y amor se entremezclan en sus sienes: "¡Cómo la odio! Esa hijaputa, no soporto vivir sin ella". Se tortura, la sabe gozando con otro que oirá sus gemidos, que la poseerá. Aferra la copa sobre la barra y levanta la cabeza, el espejo del bar le devuelve su mirada vidriosa; el vaso estalla y esparce vidrios sanguinolentos por doquier. Mira sus manos heridas y se va extrayendo los cristales mientras se encamina torpemente hacia su casa. Intenta comer algo y vomita; arroja la bandeja con la cena intacta a la basura.

Mdongo continúa andando, son ya tres días de marcha sostenido a duras penas por puñados de hierba seca que le producen retortijones y dolores sin cuenta. Mdongo lo soporta estoicamente. La sequía se ha prolongado este año y los elefantes arrasaron los pastos antes de emigrar, acabando con la caza. Piensa en su tribu, donde los niños lloran de hambre con las barrigas hinchadas; para engañar el hambre las mujeres mastican corteza de los árboles y se la dan a chupar. Sacude la cabeza para alejar tristes pensamientos que atraigan a los malos espíritus, bastantes tiene ya su tribu.

Jorge se despierta al día siguiente. "No trabajo hoy", decide con la cabeza hundida en la almohada. Ella es el primer pensamiento que le recibe. Salta de la cama y se ducha para alejar las pesadillas. Toma apenas una taza de café y remueve con el tenedor los huevos revueltos antes de abandonarlos. "No puedo comer. ¡Maldita sea, no aguanto tanto dolor!". Sale a la calle donde fuma cigarro tras cigarro; sus pasos le llevan frente a la calle de ella. Mira la ventana intentando adivinar si está. Finalmente llama al portero automático. Nadie le responde pero observa un nuevo nombre junto al de ella, "José Salvador". La cólera le inflama, no por injusta menos dolorosa. Hunde las manos en los pantalones y maldice su suerte: "¡Mierda! Me cambiaba por cualquier otro a ver como lo pasaba en mi lugar". Jorge se aleja pasando entre señoras con la compra, bullangueros estudiantes y parejas; el cielo se oscurece y los truenos indican tormenta. "Ojalá fuera cualquier otro, ojalá no la hubiese conocido nunca".

Mdongo se detiene, sobre la tierra cuarteada aprecia un rastro. Sonríe de satisfacción, por primera vez en semanas. Un antílope sería la solución para todos, tendría que acarrearlo mucha distancia pero se imagina con gusto los gritos de alegría con que sería recibido. Un animal más pequeño sólo le daría fuerzas para continuar su angustiosa búsqueda. "No, sólo un antílope dejaría este rastro". Aprieta la lanza con fuerza y sigue ágil la pista hasta encontrar una gacela que araña con las pezuñas el cauce seco del río. Se sitúa sigiloso contra el viento y avanza pausadamente. Las piernas le fallan cuando siente tras él un aliento fétido y cálido; se vuelve despacio, una leona le mira. Mdongo sabe que hoy la presa no será la gacela, su pista ha servido para reunirle con la fiera hambrienta que busca lo mismo que él. El miedo deja lugar a la resignación. Mdongo se encoge dejando caer la inútil lanza y agradece a sus antepasados y dioses ancestrales el haberle dejado vivir más tiempo que a sus padres, a quiénes apenas conoció.

* * *

En un universo, en éste, Mdongo muere bajo las garras del felino mientras Jorge sigue paseando su desgracia, sintiéndose el hombre más sufrido del mundo. En otro universo más justo, la tormenta que abandonó Africa estalla sobre Jorge y hace realidad su deseo de cambiarse; Mdongo aparece estupefacto en la ciudad y Jorge muere viendo como la leona devora su nuevo y huesudo cuerpo negro, con apenas un segundo para comprender. En cualquier universo, en éste o aquél, Jorge y ella son unos imbéciles, excedentes de una cultura hedonista; Mdongo es generoso, necesario.

Miro a mi alrededor y veo todo lleno de Jorges por doquier, en las calles, llenando coches, oficinas y bares, Jorges en el metro, en mi casa y en mi espejo.

1 comentario:

  1. Bueno, en la continuación de tu universo, Mdongo -después de pasar 7 años (número con tradición mágica)- se vuelve igual de hedonista que Jorge y sufre por un amor perdido. Quizá las circunstancias hacen al ser humano -"yo soy yo y mis circunstancias"-.
    Una mirada al pasado a menudo es refrescante siempre que no caigamos en una depresión por añoranza. Creo.
    Siempre ahí
    Montse

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