Gustavo Morales
Bosquejamos a vuela pluma una serie de
planteamientos y análisis para su posterior desarrollo. Son apuntes para el
debate.
Las comunidades islámicas se instalan en países europeos que
les brindan los derechos políticos, económicos y sociales de los que carecen en
sus países de origen. Ahí comienza una acción que les llevará de un estado de
cosas ajeno a otro donde reivindicarán la total hegemonía, sin espacio para
otras religiones. Cuando los musulmanes poseen una parte importante de la población
o reivindicaciones históricas, como es el caso de Al Andalus, pasan de
considerar el territorio donde están de dar el ahd, tierra de kafar, infieles,
donde no pueden reclamar la aplicación de la Shariá o ley islámica, a dar al
hard, territorio por conquistar donde los mahometanos pueden llevar a cabo la
yihad, la guerra santa, hasta conseguir dar el Islam, territorio del Califato
donde sí se aplica únicamente la jurisprudencia coránica. Las comunidades pasan
de llevar una vida cerrada, de espaldas a la sociedad, a intervenir en la vida
pública. Esto ya ha ocurrido en Francia y comienza a ocurrir en España con la
aparición de un partido musulmán auspiciado por Rabat.
Pero ni siquiera dar el ahd es un seguro para los
occidentales. Los centros de edición y distribución de la prensa radical, ya
sea de los islamistas armados argelinos como
los paquistaníes, se centran en Londres, París y Berlín donde aprovechan
las libertades de expresión y publicación que niegan donde ellos reinan. Es
necesario recordar, como dice Gustavo Bueno, que la Filosofía y el Derecho sólo
se desarrollaron en territorio cristiano, en las zonas sometidas al Islam sólo
existe la teología de la media luna. En Occidente no se queman mezquitas, en
Asia y África sí se queman Iglesias.
Las autoridades europeas cometen un error básico: prefieren
tratar con los ulemas o líderes de estas comunidades a tratar con los
musulmanes como individuos, un ciudadano más. Refuerzan así el liderazgo
musulmán y dan carta de naturaleza a las comunidades de esa religión
totalitaria, permitiéndoles menoscabar los derechos de sus mujeres y aplicar en
sus áreas la normativa coránica. Esto se evidenció en las protestas de padres
mahometanos contra la presencia de crucifijos en colegios. De hecho, el edicto
de Jomeini contra Salman Rushdie, los furibundos ataques contra las naciones
cuya prensa caricaturizó a Mahoma o las violentas protestas contra el Papa
cuando disertó en la Universidad alemana son muestras de que no renuncian a
intervenir directamente en áreas ajenas a su fe. Y no temen usar la violencia
ni es su último recurso.
Los defensores de la guerra santa contra el Cristianismo,
los yihadistas, carecen de un Estado, están repartidos por medio centenar de
naciones y diluidos entre casi mil millones de musulmanes. La poderosa
maquinaria de guerra occidental no puede dañarles porque carecen de una cabeza
a la que golpear.
Donde sí se ha producido una intervención militar, en las
naciones iraquí y afgana, la rápida victoria de los ejércitos occidentales se ensombreció
con la ocupación. Los combatientes que iniciaron su singladura en 1980
combatiendo el ateismo soviético en Afganistán, agrediendo a India en Cachemira
o bañando Argelia en sangre, se han concentrado de nuevo en esos dos países y
se han extendido al África subsahariana con las armas y al Magreb con las
urnas.
Occidente, abanderado de los derechos humanos y la
democracia, muestra contradicciones que son aireadas por los yihadistas como el
apoyo a regímenes autocráticos como los de la Península Arábiga, o su apoyo a
Israel.
Se han cometido errores como la destrucción del Estado en
Iraq, un país donde el integrismo islámico estaba contenido por la feroz
dictadura baasista, y Afganistán, donde resurge el Talibán desde sus bases en
Pakistán. En el país mesopotámico existen focos de resistencia como los
minoritarios nacionalistas árabes, y los yihadistas que entran por la frontera
Siria. La acción constante, aunque no resolutiva, de guerrilleros y terroristas
debilitan el apoyo de la opinión pública norteamericana, y la opinión pública
es esencial en una democracia. El rey de Arabia Saudí o los autócratas
sudaneses no tienen ese problema. Es imposible eternizar la presencia de
ejércitos occidentales en Iraq y Afganistán. Y son esas tropas anglosajonas en
su mayoría, más las empresas de soldados corporativos, las que sustentan ambos
raquíticos Estados cuya autoridad no alcanza su propio territorio. El aparato
del terrorismo yihadista lo sabe; ataca a las naciones ajenas al Islam y fuerza
su política, como ha sido el caso de los cristianos coreanos en Afganistán.
Antes o después, irán a la guerra civil para conquistar el poder, en el momento
que los marines de EE.UU. se marchen. La mayor parte de las víctimas de esos
atentados son árabes y afganos.
EL BLOQUEO
En el caso de un Estado islámico radical, como Irán, la
respuesta a su programa nuclear es el bloqueo de los foros occidentales. Esto
ha permitido a Teherán profundizar una relación iniciada por Jomeini, con el
envío de su hijo Ahmed en los años 80 a Cuba y Nicaragua estrechando lazos y
firmando acuerdos. Irán sigue creando alianzas basadas en su común enemistad
con Estados Unidos. El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, ratificó la
alianza con Evo Morales, de Bolivia, tras asistir a la 62 Asamblea General de
la ONU y antes de partir para reunirse con el venezolano Hugo Chávez. En esa
asamblea de Naciones Unidas el presidente Kirchner solicitó la entrega de los
iraníes reclamados por la justicia argentina por el atentado de la AMIA en
Buenos Aires, el más importante que se haya cometido contra la comunidad judía
desde la Segunda Guerra Mundial.
Medidas contra la insurgencia mahometana
Esta respuesta policial produce un debilitamiento del Estado
del bienestar por dos razones: Un incremento no calculado de sus beneficiarios.
Debilitamiento de los derechos civiles de los ciudadanos occidentales por la razón
de Estado: la lucha contra el terrorismo.
La acción terrorista sólo distingue entre los suyos y los
demás. Los atentados yihadistas buscan matar al mayor número de personas, ya
sean infieles: Nueva York, Londres, Madrid, París, El Cairo, Yemen; como malos
musulmanes: Iraq, Afganistán, Indonesia. El mayor número de víctimas de los
yihadistas siguen siendo musulmanes.
Al Qaeda no es una organización internacional terrorista
sino un centro de apoyo económico, organizativo y de entrenamiento para cientos
de grupos musulmanes indígenas instalados en sus propias naciones o en la
emigración.
En cuanto al mensaje, los medios se han preocupado de
distinguir el Islam de los islamistas, más que por justicia para no provocar
una mayor extensión con persecuciones indiscriminadas. En España han tenido
tanto éxito que no hubo ni un incidente con la comunidad marroquí por el 11 de
Marzo. Lo cual no fue interpretado al otro lado del Mediterráneo como
tolerancia sino como debilidad. Quizás asignaturas como la Educación para la
Ciudadanía, que sobran en el caso de los nacionales, deben ser obligatorias en
los colegios donde hay una fuerte presencia de inmigrantes de culturas
autoritarias, violentas y antidemocráticas.
Hay también medidas económicas: Fomentar el desarrollo de
las naciones musulmanas pobres, como Marruecos, Egipto o Afganistán. A esto
ayuda, a los ojos de la iniciativa privada, la inexistencia de poder sindical y
la mano de obra barata, además de los incentivos fiscales y el acercamiento a
las materias primas y a nuevos mercados. El crecimiento de la acción directa
islamista ha detenido la llegada de muchas empresas occidentales.
Conclusión
La extensión del Islam ha estado históricamente ligada a la
guerra. Mahoma fue un guerrero que expandió su religión con las armas. En la
mayor parte de los Estados musulmanes están prohibidas otras religiones. La
conversión de un musulmán a otra religión está penada con la muerte. Algunos
pretenden fomentar un Islam moderado frente al Islam radical, cuando áquel
nunca ha combatido a éste. El yihadismo encuentra un terreno abonado en una
Europa con una diáspora de millones de musulmanes, cuyos jóvenes se sienten
marginados y buscan reconstruir su identidad. A los actos terroristas no les
han seguido movilizaciones masivas yihadistas pero los extensos incidentes en
Francia preconizan un cambio cuyo eje son las mezquitas donde se predica el salafismo
y otras formas extremas de Islam. Las aspiraciones frustradas de los más pobres
en el continente más rico pasarán del terrorismo radical a movilizaciones
sociales donde el componente religioso de los agitadores supone un factor de
confusión para los países receptores, desarmados ante este fenómeno gracias al
laicismo que heredamos de la Revolución francesa. Frente a un estado
relativista y de duda, que no cree en sí misma, se alzan las masas islámicas
desheredadas que creen a pies juntillas cumplir la voluntad de Alá. En la
Guerra Fría la mutua destrucción asegurada garantizó que no se usarían armas
nucleares. En cambio, los musulmanes yihadistas no temen a la muerte, la
buscan.
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