PARANOICO

CRÓNICA V

            Me vestí con fastidio dándole vueltas a la última llamada de Juan. Su familia no tuvo que molestarse en explicar a nadie porqué le abandonaron; todos lo sabíamos.
            Airado y a disgusto cogí el coche y me dirigí al paseo de las Acacias, maldiciendo las llamadas de socorro de Juanito,  -¡Joder con Juanito y sus paranoias! maldecía en los semáforos, abrasado sobre el asfalto de Madrid en agosto.
            Tuve que tocar el timbre varias veces antes de ver iluminarse la mirilla. la puerta se entreabrió celada por una cadena.
- ¿Estás solo? -me pregunto medroso Juan atisbando con su hocico de conejo.

- - Sí, ¡leches! Abre de una vez -haciendo esfuerzos por contenerme y no dar media vuelta.

            Nada más franquearme el paso nos envolvimos en una agria discusión; bueno, agria por mi parte, Juan lloriqueaba como una magdalena.
- ¿Cómo puedes estar tan loco?  ¿Necesitas una nueva manía para engrosar tu colección? -le espeté haciendo caso omiso de las recomendaciones de su psiquiatra, quien nos pidió a familiares y amigos de Juan Primo que no le inquietáramos. Era gracioso el loquero, bromeaba diciendo que un paranoico es quien construye castillos en el aire, el esquizofrénico los habita y ellos, los psiquiatras, son quienes les cobran el alquiler.

            Juan continuaba justificando su última paranoia.
-Míralo tú mismo -me explicaba corriendo levemente las cortinas del balcón, señalando a un joven melenudo que fumaba indolentemente un cigarro más que sospechoso- Está ahí esperando que salga para matarme.

- ¡Vamos, Juan! Ese no es más que un quinqui o un jevi fumándose un porro. No puedes pensar constantemente que la humanidad está conchavada contra ti. ¿Por qué? No eres un famoso forrado de millones, que no tienes un duro, vamos, y pasas de política como todo quisqui. Con lo que tú sales de casa, no te conoce ni tu propio portero.
- Quiere matarme. Me está esperando. Lleva una eternidad sentado, delante del portal -me lloriqueaba derrumbándose sobre mi, ignorando todas mis palabras. Pensé que hablar era inútil y perdí la paciencia.

            Le cogí agitándole por los frágiles hombros. Su histeria le abandonó y quedó desmadejado. Me ablandé y nos sentamos; los pantalones al tinte. Hablamos largo rato sobre su futuro perdido, la familia que le dejó y la vida que llevaba enclaustrado en aquel piso, entre montones de desperdicios de olor nauseabundo sin atreverse ni a bajar la basura.

            Lavé el legañoso rostro y le vestí hablándole como a un niño, incluso intenté poner algo de orden en sus cabellos grasientos y desordenados.

-No te queda comida ni jabón. Bajemos a comprar algo. Te distraerás, verás la calle y gente de acá para allá que ni te mirará siquiera. Eres uno más entre muchos. ¿Por que va a pasarte algo? -continué  hablando. Sus protestas se debilitaron y conseguí hacerle bajar las oscuras escaleras, muy despacio, paso a paso. Nos deteníamos en los rellanos mientras Juan lanzaba temerosas miradas hacia el portal iluminado por una lechosa luz.

- ¿Lo ves? Aire libre y luz. Respira, hombre, ensancha el pecho- le aconsejé mientras pestañeaba acostumbrándose a la luz.


           Sucedió rápidamente, señor juez. Todavía no puedo precisarlo. En mi recuerdo se mezclan el estampido del disparo, Juanito cayendo ensangrentado mirándome sin decir una palabra y la alocada carrera de aquel joven melenudo alejándose con la pistola aún humeante.

Los servicios de inteligencia parten de la premisa que el paranoico tiene razón, ese es su negocio.

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