HABITACIÓN 205

Un hombre envuelto en una manta ante la ventana 
He encendido de nuevo mi cigarrillo. Un pesado silencio lucha por imponerse sobre los sórdidos ruidos de la calle.
            Intento apartar mi vista del decorado demasiado conocido, pero mi imaginación no responde a mi deseo, me abandona a la realidad. El gris creciente de fuera parece contagiarse de mi cansancio viejo y el hastío renace ante la monotonía diaria. Escribo de nuevo una poesía que aumenta mi ira indeterminada, amenazando con hacerse inmortal.
       La tormenta rompe la absurda tranquilidad del cielo y los relámpagos anuncian la furia desencadenada de las aburridas nubes que comienzan a suicidarse rabiosamente, picando en gotas innumerables sobre el suelo de piedra humillado por el alquitrán.
          Se ha marchitado mi esperanza al día siguiente, día plomizo que estás forzosamente obligado a vivir. “Si tú me hubieras hecho caso, si tú hubieras hecho esto...si yo...”; y el reparto y consiguiente devolución de culpas y porqués. Memorial de agravios.
         Hay una complacencia serena y ritual en mi mientras contemplo las carreras de ese puñado de hormigas ocupadas que corren a guarecerse en los portales. Esos imbéciles que mantienen todo en orden de aventuras prefabricadas; arañadores carroñeros de la vida; jóvenes normales, amantes normales; normales hasta la saciedad y el fastidio. Desearía poder gritarles: “¡Ahogaros en vuestra vida cuadriculada!” Me dan náuseas.
          Tras los cristales una sonrisa irónica rompe la inexpresividad de mi rostro al observar la ridícula calma que ha vuelto a apoderarse de los transeúntes tras los primeros tópicos comentarios sobre la fina lluvia que comienza a empaparles. Cada uno de esos fantasmas se aferra a sus acciones normales, representan actividad con aspecto de vida cotidiana; sucesos repetidos hasta el infinito de su existir.
         Siento el frío de la indiferencia acudir en mi ayuda. Todo da igual, incluso que haya ocurrido. La maldita tos me obliga a doblarme, me arden los pulmones. Sería curioso saber qué diagnosticarán tras hacer sus morbosas preguntas, qué etiqueta le pondrán y cómo lo contarán.
        Es imposible que no les salpique mi dolor. Mientras, la locura sigue riéndose con carcajadas de victoria.
       La duda, tu duda, ya no me abruma ni me desespera, ni siquiera me fastidia. Mira tú por donde. Quizá no sea más que mi propio instinto. Si es así, ya sabes, un sapo más de los muchos que besaste.
        Todo se hace más sencillo al decir no.

HABITACIÓN 205

Tres días más tarde. Una mujer sola, la mirada perdida.

Fue tu mirada, sí fue ella, y detrás de tus ojos aquel sentimiento que se me antoja lejano y conocido.
       Cuando contemplaba tu rostro, la dureza que imponías cruelmente a tus rasgos quedaba desmentida por tu mirada, triste y sensitiva muy a tu pesar. Como tus manos, tan conocidas y que aún añoro. Todo lo que en ti podía haber de voluptuosidad moría con tu corte de pelo, marcial, escueto.
       Tu apariencia -adivino tu reproche: me fijo demasiado en eso- era elegante y abandonada, como si te hubieras vestido perezosamente y al azar.
         Me miraste y sentí que hablabas conmigo un monólogo eterno. Una absurda sensación de vergüenza se apoderó de mi, obligándome a adoptar una pose artificial de desinterés.
        Comenzamos, ¿te acuerdas?, a caminar juntos y mis manos traicionaron mis aires de indiferencia al encontrarse con las tuyas. esperé que lo hicieras pero no me besaste, tus ojos, en cambio, sí. Empezaste a hablarme con voz serena. Tus historias eran amargas, herían mi sensibilidad de niña mimada, acostumbrada a un mundo nuevo y complaciente.
           Incluso al verme desnuda ante ti, sentí como si fuera la primera vez, ¡no te rías!. Tus brazos me rodearon y en tu piel tensa comencé  a descubrir las largas cicatrices que denunciaban tu pasado hacia el que se dirigía toda la morbosa sensibilidad que sentía ante tu extraña y, para mi, desconocida forma de ser.
         Fuiste muy dulce conmigo, pero tras tu suavidad se escondía avasalladora una barbarie ancestral.
         No supe si sentirme ofendida o halagada al verte golpear secamente, sin odio, a aquel hombre que se me antojaba un desconocido y a quien, sin embargo, conocía desde hacia años. Él era de mi mundo dorado y falso. Tu viniste a cerrar la grosería innoble y posesiva con que se dirigió a mi al verme contigo.
         Una mañana me dejaste. Te marchaste dejándome dormida aún, con los labios entreabiertos todavía por los primeros reproches al verte toser. Esa tos que hacía nacer flores rojas sobre la blancura de las sábanas.
        Hoy he visto tu foto en el periódico. Estabas tumbado en el suelo. Tus ojos reflejaban todavía aquello que aprendí a conocer. Las manos reposaban abandonadas sobre la acera, como si fueran a moverse dentro de un segundo pero, amor, las manchas rojas de tu boca y tu pecho eran la lápida que te impedía levantarte y volver a mirarme, hablarme.
         Ahora recorro, en camino inverso, todas aquellas calles que ya conocía por ti, por tus palabras.
         Sé que tras el vacío de esta habitación, bajo el mundo de la ventana, te encontraré , sonriendo suavemente para recogerme y llevarme a nuevos lugares en los que tú me esperas.

Otras historias: Paranoico

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