CRÓNICA VII

            Sigue lloviendo sobre los pantanos. Alí maldice el agua que le empapa sin remedio. La lluvia rebota sobre su casco nublando su vigilancia. A pesar de los tiroteos esporádicos, puede asomarse sin miedo. Los buenos tiradores no desperdician municiones, se repite Alí dudando si disparar sobre las sombras que pueblan la vigilia del centinela.
            Los altavoces extienden la llamada del muecín: Allah Akbar. Yeh de los que creen. Es mejor orar que dormir. La llamada a la oración saluda el amanecer. Alí se incorpora y comienza a estirarse perezoso. El relevo se aproxima.
-Salam aleikum, se saludan.
Alí contesta cansado, mientras se acomoda el AK 47 en el hombro.
-Ve rápido o esos camellos se comerán todo el desayuno.

            Un corresponsal de la agencia Lid les observa. Manuel piensa que hace falta poco para ver contentos a estos hombres. Ríen y disparan, ríen y mueren, piensa sombríamente Manuel mientras acude a desayunar en las cocinas de campaña.
            Alí se aproxima a Manuel y le sonríe. Le cae bien este extranjero, le han dicho que es español, lo que Alí asocia con Granada, Córdoba, las corridas de toros y la serie televisiva Ramón y Cajal o algo así que ha emitido la televisión pública persa.
            Ambos se acercan a desayunar sin hablar, no se entenderían. Cuando apenas han llegado a servirse un huracán de fuego se abate a su alrededor. La artillería enemiga saluda el amanecer con la sana intención de fastidiarles la pitanza. El periodista se queda inmóvil. La muerte viene por el aire, desde el oeste. Terror. En ese momento Alí, sin dudarlo, le arrastró a un hoyo recién abierto. La arena quema y el periodista apenas puede respirar con el tufo a trilita. El suelo vibra y el aire se puebla de silbidos y deflagraciones. Alí se asoma cuidadosamente y sacude la cabeza ante el inútil fuego de fusilería con que responden sus compañeros. Manolo piensa que será mejor que sea verdad aquello de que dos bombas no caen en el mismo sitio. No era verdad, al menos no siempre, no ahora.
            Una luz cegadora lo envuelve todo. Manuel y Ali se encuentran en un túnel negro, flotando, a su alrededor seres etéreos hacen gestos. Al final les atrae algo con mucha dulzura. La paz de espíritu de Manuel se turba con una pregunta: Ahora sabremos quién tiene razón y qué paraíso nos espera. Yo, francamente, espero que haya huríes, se sorprende pensando Manuel. La luz de nuevo, entreabre los ojos y hay un equipo de fantasmales batas blancas hurgando en él. La luz que le ciega pende del techo. Las órdenes son secas. Le están salvando la vida. O lo intentan.

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