El suicida

En una azotea, el policía se acerca al suicida en lo alto del edificio.
- Si se acerca me tiro.
- No se preocupe, no tengo ninguna intención de acercarme a esa cornisa.  Tengo vértigo. Subo porque es mi obligación pero nada más, ahora si se tira pronto me dará tiempo a terminar el informe antes de comer. Por cierto, hágame un favor. ¿Me puede dar su documentación? Es que después, cuando se haya estrellado usted con la acera va a resultar difícil y pringoso. Me llamo Tomás.
- Tome usted, ahí tiene mi cartera pero no se acerque.
- No se preocupe. Veo que lleva dos fotos en la cartera: una adolescente y una señora, ¿su mujer y su hija?
- Sí pero no me va a convencer con su palabrería psicoanalítica.
- No sabría ni escribir esa palabra. Bueno, la niña no está mal. Cuando vaya a informarlas de su muerte, deshechas en llantos, necesitarán un apoyo y yo estaré ahí. Desde luego, a la niña me la calzo, a la vieja la pondré a hacer la calle para mantener la casa y pasarme por allí de vez en cuando para llenar de amor a su hija por arriba, por abajo, por delante y por detrás.
- ¡Usted es un hijoputa! –grita el suicida arrojándose sobre el policía para agredirle. Éste le coge y le arrastra fuera de la cornisa: ¡Le tengo!, grita, y entran sus compañeros a ayudarle.
- Felicidades, tu método es poco ortodoxo pero funciona, Tomás. Hasta a nosotros nos dan ganas de pegarte.

- Y que no falten.

No hay comentarios:

Publicar un comentario